Cerca de 2.000 personas participaron esta tarde en la Catedral de Santiago en la Misa de Acción de Gracias por el Papa Benedicto XVI presidida por el Arzobispo Compostelano, Julián Barrio. Como hijos de la Iglesia, vivamos en comunión y en oración con el sucesor de Pedro que preside la caridad, indicaba Monseñor Barrio.
Recordando a la primitiva comunidad cristiana que acompañó con su oración a Pedro, Monseñor Barrio explicó que también nosotros queremos acompañar a su sucesor actual con nuestro afecto eclesial, oración constante y comunión en la fe en Cristo Resucitado. El Arzobispo de Santiago mencionó en su homilía las palabras del Papa Benedicto XVI momentos después de su elección: Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis pobres hombros, también es desmesurada la potencia divina sobre la que puedo contar. Por eso, Monseñor Barrio explicó que comprender la misión del Papa en la Iglesia no es sólo fruto de la iniciativa del hombre sino de la acción de Dios, y esta misión es la de servir al bien de toda la Iglesia y de sus fieles.
Benedicto XVI, hombre de honda espiritualidad, sabe que necesitamos raíces para sobrevivir y no las debemos perder de vista si queremos que la dignidad humana no desaparezca, que necesitamos hombres que mantengan la mirada en Dios, aprendiendo allí la verdadera humanidad, pues sólo mediante hombres tocados por Dios, Dios puede volver a estar cerca de los hombres, aseguró esta tarde en la Catedral Compostelana.
Así, para Monseñor Barrio, el Papa, fiel al ministerio de Pedro, sigue anunciando la verdad del evangelio, llama a la conversión y fortalece la caridad. El Papa es signo de unidad (
), hace visible el amor con que Cristo ha amado a la Iglesia (
), expresa la unidad de todos los carismas y de todos los ministerios (
), y alienta la esperanza de los que peregrinan a la Casa de Dios Padre, indicó.
OMILIA:
HOMILÍA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
POR EL PAPA BENEDICTO XVI
25 de abril de 2005
La liturgia pascual nos recuerda que Cristo vive en el espíritu. Su
presencia no es según la carne sino según el espíritu. Conviene que yo me vaya
para que el Espíritu venga a vosotros (Jn 16,7). En esta nueva condición puede
hacerse presente a cada hombre, en cada punto de la tierra y de la historia. El
Señor es nuestro contemporáneo y nos dice: Id y haced discípulos de todos los
pueblos. Es la hora de la Iglesia que es el nuevo cuerpo en el que Cristo sigue
presente y actúa privilegiadamente la salvación de Dios. Nosotros somos
miembros de ese Cuerpo.
En este espíritu manifestamos: ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! La Iglesia, dando gracias a Dios, acoge gozosamente al Papa Benedicto
XVI, a quien el Señor ha elegido para ser el Supremo Pastor de la Iglesia
universal. Como la primitiva comunidad cristiana acompañó siempre con su
oración a Pedro, también nosotros queremos acompañar a su sucesor actual con
nuestro afecto eclesial, oración constante y comunión en la fe en Cristo
Resucitado. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis
pobres hombros, confesaba el Papa en los primeros momentos después de su
elección, también es desmesurada la potencia divina sobre la que puedo contar:
`Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia` (Mt 16,18). Al escogerme
como obispo de Roma el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que
sea `esa piedra` en la que todos pueden apoyarse con seguridad.
Comprender la misión del Papa en la Iglesia no es sólo fruto de la
iniciativa del hombre sino de la acción de Dios. Ser Sucesor de Pedro y Vicario
de Cristo en la tierra es una misión que tiene como finalidad servir al bien de
toda la Iglesia y de sus fieles. Si por una parte soy consciente de los límites de
mi persona y de mis capacidades, -afirma el Papa- por otra conozco bien la
naturaleza y la misión que se me ha confiado y que me preparo a desempeñar
con actitud de entrega interior. Aquí no se trata de honores, sino más bien de un
servicio que hay que desempeñar con sencillez y disponibilidad, imitando a
nuestro Maestro y Señor, que no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28), y
que en la Última Cena lavó los pies de los apóstoles pidiéndoles que hicieran lo
mismo (Jn 13,13-14). Testigo de la verdad del Evangelio, de la trascendencia
del hombre, de la existencia de la vida eterna, el Papa es la piedra donde el
cristiano puede agarrarse en las tempestades de la duda, en esas noches
oscuras de nuestra peregrinación en la fe. Simón, Simón, he aquí que Satanás
os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he rogado por ti para que no
desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (Lc 22,31-
32). El entonces Cardenal Ratzinger consideraba ya que tenemos que madurar
en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe,
sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad. Según San Pablo, hacer la
verdad en la caridad es la clave fundamental de la existencia cristiana. En
Cristo coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo,
también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería
ciega; la verdad sin caridad sería como un címbalo que retiñe (1Cor 13,1).
Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla. Es
justamente ella la que mantiene al hombre en su dignidad.
Benedicto XVI, hombre de honda espiritualidad, sabe que necesitamos
raíces para sobrevivir y no las debemos perder de vista si queremos que la
dignidad humana no desaparezca, que necesitamos hombres que mantengan
la mirada en Dios, aprendiendo allí la verdadera humanidad, pues sólo
mediante hombres tocados por Dios, Dios puede volver a estar cerca de los
hombres. Con su conocimiento de la persona humana nos anima a no tener
miedo de la verdad de nosotros mismos, pues Dios sabe lo que hay en el corazón
de cada uno de nosotros (cf Jn 2,25), y nos llama a proclamar que Cristo es el
Hijo de Dios hecho hombre y que sólo en El encontramos palabras de vida
eterna (cf. Mt 16,16). En esta experiencia de fe percibe claramente que en el
mismo Pedro el Señor le entrega el propio rebaño, siendo Cristo la Cabeza y
Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo.
El Papa, fiel al ministerio de Pedro, sigue anunciando la verdad del
evangelio de salvación con palabras que llenan el alma de gozo, hace propia en
todo momento la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: Tu eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), llama a la conversión y fortalece la caridad con
gestos que llegan al corazón, saliendo al encuentro de todos pero de manera
especial de los más desvalidos y necesitados material y espiritualmente de
nuestra sociedad. El es signo de unidad para todos los que invocan el nombre
del Señor como Pueblo de Dios que en comunión con el Papa proclama la fe en
Cristo que edifica la Iglesia: Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia (Mt 16,18). El hace visible el amor con que Cristo ha amado a la Iglesia,
guiándola interiormente con su Espíritu hasta el fin de los tiempos; expresa la
unidad de todos los carismas y de todos los ministerios en la edificación del
único cuerpo de Cristo (1Cor 12,4; Ef 4,11); y alienta la esperanza de los que
peregrinan a la Casa de Dios Padre. Un signo tan pequeño como es un hombre
con los límites de cada hombre aunque sea un santo, no debe extrañarnos
porque el poder viene de Dios (2Cor 3,5) y este poder posibilita que el Pontífice
haga de puente, fiel a las dos orillas: Dios y los hombres, para superar las
barreras que dificultan esa relación.
Al comenzar su ministerio el Papa acaba de decirnos: Mi verdadero
programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas,
sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la
voluntad del Señor y dejarme conducir por El. La misión de la Iglesia no es otra
que volver a proponer al mundo la voz de aquel que dijo: `Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida` (Jn 8,12). La luz que ha de resplandecer ante los hombres y las mujeres
de hoy es la de Cristo: no la suya.
Como hijos de la Iglesia, vivamos en comunión y en oración con el
sucesor de Pedro que preside la caridad universal y que lleva para todos el
cántaro del agua viva. ¿Quién, escribía San Juan de Ávila, habrá que no siga
al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?(Memorial II, nº 41). No es
ajeno a este ministerio al peso de la cruz: Otro te llevará a donde no quieras
(Jn 21,18) le dijo Jesús a Pedro, pues afirmar el señorío del Señor Jesús que nos
libera, y obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5,29), conllevan la
oposición del poder del mal que siempre esclaviza. Al patrocinio del Apóstol
Santiago y al amparo de María, madre de la Iglesia confiamos al Papa
Benedicto XVI y su ministerio.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela