Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Agustín León Ara

martes, 29 de octubre de 2013
Agustín León Ara, músico y director de “Música en Compostela”

Acaba de concluir la LVI Edición de los Cursos Universitarios
Internacionales “Música en Compostela”, un referente para músicos que, llegados de todo el mundo, acuden a Santiago al mejor encuentro con la música española. Desde que fueron creados en 1958, por iniciativa de Andrés Segovia y el diplomático José Miguel Ruiz Morales, los grandes de la
música de nuestro país (Mompou, Alicia de Larrocha, Cristóbal Halfter,
García Abril…) se relacionan con estos cursos de gran prestigio y
calidad.

El gran violinista Agustín León Ara, actual director de “Música en
Compostela”, acude a esta cita anual desde 1959, aportando sus
extraordinarias enseñanzas en la cátedra de violín y dirigiendo el curso
desde el fallecimiento en 2011 de Antonio Iglesias.

¿Cómo llega a Compostela?

Desde los tres o cuatro años, yo quería ser músico. Mis padres, en Tenerife,
me enseñaron música. Posteriormente me enviaron a Inglaterra.
Allí estudié con Albert Sammons, que ya era mayor. En Londres hubo
una época –del 49 al 54– en que no se podía hacer nada si eras extranjero
(después abrieron la mano y ¡de qué manera!). Mi Maestro me envió
a Bruselas donde estudié con André Gertler. Allí empezó todo. Mi carrera
internacional tras ganar el “Concurso Darmstadt de Música Cont
emp o r á n e a ” y e l “He n r i Wianiawski” de Polonia. Hasta
1959 no tuve contacto con la España peninsular. Di mi primer concierto
con la Orquesta Municipal de Barcelona bajo la dirección de
Eduardo Toldrá. Él me trajo aquí, a “Música en Compostela”, donde conocí
a Segovia, Cassadó, a Cecilia, mi mujer…

Fue el primer contacto, cuando ganó el premio al alumno más
distinguido... ¿Y después?

Seguí en Bélgica, hasta que en 1970 recibí la invitación de “Música en
Compostela” para ofrecer un recital y tomar un contacto más directo
con el curso. Me sumé al proyecto y en 1971 empecé a venir como profesor.
¡Todos los años! Cuando falleció Antonio Iglesias, que hizo todo
por la música española, lo que no se puede olvidar, me dijeron que debía
aceptar la dirección del curso. Él era un amigo fiel, no quería que se tocase
ni una nota que no fuese música española e hizo muchísimo por ella:
encargos a compositores, giras de conciertos, intérpretes… Pensé que
con su falta “Música en Compostela” podría hundirse. Afortunadamente
no fue así.

Su vida, pues, transcurre íntimamente ligada a estos cursos y además no solo de manera profesional, ya que aquí encontró el amor, ¿No?

Sí, el de Cecilia Rodrigo, hija del Maestro Joaquín Rodrigo, vinculado
también a los cursos. Aunque (sonríe), muchos matrimonios salieron
de aquí.

¿Cómo fue su relación con el Maestro Rodrigo?

Era una persona extraordinaria. Nos queríamos mucho. Trabajé con
él todas sus obras y me dedicó algunas, la primera, la “Sonata Pimpante”,
que estrenamos en Bruselas –éramos tan solo dos intérpretes españoles–.
Después quise una colección de danzas de España y se las pedí. Él se fue al cancionero de música valenciana y creó las siete canciones, las “Set Cançons Valencianes”. Algunas las inventó él (aunque esto no se sabe). Se pueden tocar también con guitarra. Particularmente me gustan más, ya que el acompañamiento con el piano es muy sobrio.

Tienen, por tanto, tanto su esposa como usted, un importantísimo
legado musical...

Joaquín Rodrigo es alguien muy especial en la música española. Él está
entre los más universales junto con Falla y Albéniz. El “Concierto de
Aranjuez” suena cada nueve minutos en alguna parte del mundo…
Tanto mi mujer, Cecilia, como yo, ponemos nuestro empeño en que se
conozca toda su música. Cuando regresamos de Bruselas, por motivos
familiares, ella se puso “manos a la obra” al frente de las “Ediciones
Joaquín Rodrigo” y de la Fundación Victoria y Joaquín Rodrigo, encargadas
de publicar y proteger la obra del Maestro. Ella siente pasión y admiración
por su padre y tiene una gran ilusión por difundir su obra. De hecho esta se toca cada vez más.

¿Otros compositores han creado música para usted?

Sí, por ejemplo Grazina Bacewicz, que me dedicó su “Concierto para
Violín Nº 7” estando en Polonia, un país al que adoro. Tiene el público
más entusiasta que conozco. Allí entablé amistad con una poetisa gallega,
Sofía Casanova, que publicó un artículo sobre mí en la Revista Blanco y Negro (lo guardo como oro en paño). Me dijo: “Eres el primer español que veo en veinte años…”. También Ramón Barce, la Sonata o Albert Amargós…

Ha obtenido usted importantísimos premios y distinciones: La Medalla de la Fundación Eugène Isaye de Bélgica, Medalla de Oro de la isla de Tenerife
o ser miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando...

Fue un honor extraordinario. Voy a la Academia a aprender. Hay personalidades de gran talla y me encanta oírlos. A mí me gustaría que hubiese un concierto anual de “Música en Compostela” en la Academia. En
eso estoy con Enrique Jiménez, cuya mente no para. Sería estupendo.
Hay músicos extraordinarios que han estado aquí.

¿Cómo es la acogida de nuestra música internacionalmente?

Encanta. Dicen que es una maravilla, que es increíble. Está muy bien
vista. Contamos con grandes compositores, aunque no se proyecta lo
suficiente. Su aportación es muy importante. Lo más cercano es este
curso, al que acuden alumnos de todas las nacionalidades: Japón, Corea,
México, Perú… Ellos se convierten en nuestros embajadores musicales.

Al margen de la interpretación, también desarrolla una importante
labor pedagógica...

Desde el principio. La pedagogía me apasiona. Incluso me frenó en
algún momento. Cuando me presenté a la Cátedra de Bruselas y me
escogieron entre 19 personas procedentes de toda Europa, supe que tenía
una gran responsabilidad. Después logré compaginar las dos cosas.

¿Cómo encuentra a las generaciones que vienen?

En España se ha progresado muchísimo en cuanto a la enseñanza del
violín. En Tenerife en torno al 49 no había nadie. Ahora se pueden terminar
los estudios superiores en el Conservatorio, de hecho, mis padres
fueron sus fundadores. Además hay buenos profesores tanto particulares
como en escuelas. Después conviene irse. Conocer otras culturas
resulta muy enriquecedor. Colaboré con la Jonde (Joven Orquesta Nacional de España), de ahí surgió una gran afición de los jóvenes hacia la música. Obtuvo un gran éxito y... ¡fíjate la de orquestas juveniles que hay! En Santiago este año tengo una clase... ¡tan buena!. Es una de las mejores ediciones en cuanto a nivel. Quiero ayudarlas, y digo “las” porque entre quince, once son chicas. La mujer está reinando.

¿Qué les recomendaría?

Mucha dedicación. Si no hay una vocación real no hay nada que hacer.
Es lo que lleva a saltar barreras. Si no están dispuestos a trabajar
mucho, que no estudien música. Es imprescindible si se quiere llegar a
algo de verdad. También hay que cultivarse, escuchar, leer, ver arte.
Es importante tener una fe grande en el Maestro que se tiene y no es
necesario tener muchos (yo tuve tres). Lo demás es todo trabajo y
trabajo. La música no se para al salir de clase. Hay que vivirla todo el
tiempo.
Dopico, Julia
Dopico, Julia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES