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El poema y la canción

martes, 22 de octubre de 2013
EN LA ESQUINA MONTEVIDEANA

En la esquina del “Rover” los muchachos se agarran bien de bien a unas calentitas porciones de fainá pero sin perder el hilo del debate que gira alrededor del aporte del canto popular. La barra quiere determinar si “El poema y la canción” influyeron en la idea de que el progreso en el Uruguay es posible siempre y cuando dentro de las urnas sean minoría los votos para los “blancolorados”.

- Pocho: A mi me parece que don Alfredo hizo más por el triunfo del “Frente Amplio” con una canción que todos nosotros explicando el programa con las bases del cambio. Se acordarán que nos rompimos a laburar repartiendo folletos casa por casa por toda la avenida San Martín, desde Propios hasta pasar Chimborazo. En las elecciones del domingo 28 de noviembre de 1971 nos borró del mapa el peón de Pacheco Areco que recibe 379.515 votos. El monito-marioneta que ganó no se merece que lo nombre porque le haría propaganda al hijo que anda por ahí buscando la huella perdida. A quien hay que recordar es al auténtico ganador en votos: Wilson Ferreira Aldunate. Se dan cuenta la cantidad de sufrimiento inútil que nos hubiésemos evitado si el Wilson preside un gobierno avalado por sus 439.649 votos. Claro que estaba todavía vigente la “Ley de Lemas” y la suma colorada nos mandó al outball.

- Tito: No te vayas para detrás de los choclos, estamos hablando del canto popular. Bueno, realmente lo que discutimos es si ayudó a debilitar a los partidos tradicionales. Creo que una canción o cincuenta canciones no consiguen nada. Aunque miles de ciudadanos escuchaban y tarareaban los primeros temas de Zitarrosa, de “Los Olimareños”, de Viglietti y del Numa Moraes; no se puede decir que se tradujesen en un trasvase directo de votos para la opción del rojo, azul y blanco.

- Flaco: No sé si una canción puede ganar unas elecciones pero está claro que te puede abrir el corazón de una mujer. A mi me vino muy bien el tener a mano algunas letras de Benedetti con las que me gané a una botija riquísima que vivía en la calle Soria. Nunca fui muy hablador y menos aún si una guacha me gustaba. Menos mal que don Mario cantaba la justa en sus versos. Si pasamos al terreno político es diferente la cosa. Creo que ningún facho se pasó a las filas democráticas a pesar de escuchar en la radio la voz de un cantor de Curtina [Tacuarembó] que nos convocaba a luchar por un nuevo Uruguay: “La patria te dijeron y te dijeron mal, la patria, la de Artigas...”. El canto popular nos unió a los frenteamplistas en una hermandad solidaria que derrotó al negativo inmovilismo interesado de los dueños del país.

- Don José: Bueno, muchachos. Supongo que un análisis científico del fenómeno del canto popular en el Uruguay daría para que sea la lupa del historiador o la del sociólogo la que lo desgrane o diseccione. Yo me acerco medio de refilón para reflexión desde mi experiencia de veterano montevideano que nunca aplaudió al tradicional dúo Afanancio Blancolorado. Es evidente que una canción es mucho más que un voto que se compraba con un chorizo y un vaso de vino. Cuando Viglietti nos llamaba “a desalambrar” se nos llenaba el pecho de fuerza y de compasión delante de los que sufrían injusticias en un país que tenía a miles de peones rurales en la pobreza. Mi amigo Daniel no es iluso. No pretendía que su canción moviese a los estancieros a mejorar las condiciones socio-laborales de su peonada. Los destinatarios de su creación eran y siguen siendo los mismos: los jóvenes. El alambre mató al gaucho pero no acabó con su tenacidad de noble centauro que cabalga en el suave lomo del viento de la Banda Oriental.

- Pocho: Entonces, si entendí bien, están conmigo en considerar que nos favoreció mucho el tener de nuestro lado a poetas, escritores y músicos. Hay miles de votantes frenteamplistas que no leen nada de nada. Es así, aunque se quiera ocultar. Para esta gente es muy útil la canción de auténtica raíz de Osiris Rodríguez Castillos. Yo le llamo ética o moral porque nos acerca a una realidad que los partidos tradicionales ocultaban. No es ninguna protesta, es la constatación de hechos. Un ejemplo que todos conocemos lo tenemos en las sierras de Aceguá. Cuando el pionero Osiris escribe “Camino de los quileros” nos enteramos acá en Montevideo que había gente que subsistía gracias al quilo de azúcar y de yerba que traía de Brasil. Ojo, no confundir “quilero” con “bagayero” porque hay una gran diferencia con respecto al consumidor final. ¿Se acuerdan que el Cielo de los Tupamaros estuvo prohibida por los milicos? ¿Saben que se cantaba en las escuelas?
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- Tito: A mi no me metás en tus conclusiones. Yo digo que llegamos al poder porque hubo una mayoría social que se avivó. A miles de ciudadanos les hartó ---mejor dicho: les rompió las pelotas--- que los Pacheco-Bordaberry-Sanguinetti-Lacalle siguiesen contando cuentos fantásticos sobre un país maravilloso que tenía una casita de chocolate para todas las familias que fuesen en fila ordenada con su montoncito de votitos para la “15”, “123” o “904”. A mi me emociona escuchar a don Alfredo cuando canta El corazón de mi pueblo [Todos recordamos como termina el tema que escribió Mario Carrero: “Mi pueblo lucha, mi pueblo espera / todos los pueblos en su bandera. Mi pueblo ríe, mi pueblo canta/ todos los pueblos en su garganta”] pero les aseguro que ningún voto blanco o colorado cambio de color al escuchar a los botijas: ¡Mirá que bonito...mi voto es...rojo, azul y blanco...del Frente es! Me inclino más por la idea de que fue la lucha del “cañero” Raúl Sendic la que llevó al Frente Amplio al timón del Uruguay. Ustedes perdonen, reconozco que no tengo nada de romántico. Creo sinceramente que las únicas canciones que aproveché fue en los bailes en el fondo de la casa de Claudio. El que ponía los discos era Gildito que andaba muy metido con su primer novia que creo vivía por la calle Lancaster. Lógicamente, el hombre quería apretar un poco. Era en ese momento preciso cuando “Los Iracundos” venían en su ayuda.

- Flaco: Aunque nunca me pude ganar a una muchacha con ninguna canción de protesta es cierto que me fortaleció el ánimo el tener de nuestra parte a los poetas y cantores que acompañaban al pueblo en la conquista del futuro. Me acuerdo de cuando la genial Idea Vilariño ---hija de un emigrante gallego de ideas anarquistas--- escribió “Cielo del 69” que grabaron “Los Olimareños” en clara anticipación a lo que se venía encima con el degenerado sucesor del presidente Gestido. Hablar en aquellos años del “arriba nervioso y del abajo que se mueve” era un aviso que pocos quisieron ver. Nos escrachamos. Teníamos los ojos vendados. Los partidos tradicionales se negaban a aceptar la realidad de que el viejo Uruguay democrático se iba a la mierda y los “Tupa” se metieron a importadores para introducir sin aclimatación un producto del Caribe en la Banda Oriental.
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- Don José: A lo mejor puedo ayudar un poco a medio delimitar el tema al contarles que ayer fui al Salón Azul de la Intendencia Municipal para asistir a la presentación del libro “El poema y la canción”. Se acordarán que les comenté que Cristina Fernández Fernández es hija de José Fernández Seivane. Yo conocí al padre en su comercio de electricidad en la Ciudad Vieja. Le compré todo el material necesario para renovar la instalación cuando compré el rancho en el que vivo. El bueno de Pepe era un artista: actor de teatro, bailarín de tango y gran conocedor de la música gallega. Me contó que desde chico le escuchaba cantar a su padre que era zapatero y arreglaba el calzado tarareando canciones de su lucense parroquia de Bretoña. Cristina heredó la sensibilidad de Pepe. Es una gran dama de la canción que fue creciendo al lado del talentoso Washington. En el libro recorremos su larga trayectoria de éxitos guiados por la mano amiga del escritor Ignacio Martínez. Les informo que Nacho coincide con Cristina en que también es un nieto de la tierra gallega. La voz de Cristina me hace sentir que no estoy equivocado por querer una patria más solidaria. Sus canciones me afirman en que sin poesía somos pobres porque carecemos de identidad. Hay que ser muy mala persona para después de escuchar “Dieciocho y Minas” ---con flor de letra del gayego Picón--- no querer ser “rabiosamente uruguayos”, “devotos de la celeste” y “amantes del mate amargo”. Estoy absolutamente convencido de que la voz de Cristina derribará cualquier muro que frene nuestro limpio caminar en busca de la felicidad en paz.
Suárez Suárez, Manuel
Suárez Suárez, Manuel


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