Música en Compostela (II)

“La música ha de quedarse en el corazón y en la mente de las personas”.

Cuando lean estas líneas Música en Compostela habrá terminado y todos los que en ella participamos habremos partido de nuestro Santiago peregrino a cada hogar, a cada país, a cada mundo personal en el que la música sonará renovada por tanta ilusión compartida, por tanto sueño culminado, por tantas cosas aprendidas y compartidas en el mejor encuentro con la sensibilidad de la música española.

Todos somos parte de este curso y todos en él participamos como en los magníficos conciertos de alumnos de esta pasada semana: A la luz de los candelabros o Un paseo por el recuerdo con repertorios que van desde nuestro Siglo de Oro a la contemporaneidad a través de la versatilidad de las cuerdas, las armonías del piano, la espiritualidad del órgano o el lirismo de las voces.

Momentos también para la memoria, como el dedicado a Rosa Sabater, profesora también del curso universitario e internacional por el que han pasado los más grandes maestros de la España del S.XX, Un recuerdo que adquirió además emoción especial con la interpretación personalísima del piano de Josep María Colom, capaz de transmitir todo un mundo de particulares percepciones creando un lenguaje único, especialmente singular.

La Música callada de Federico Mompou, delicada e íntima o sus Canciones y Danzas, adquirieron sonoramente una expresión emocionante, directa, reflexiva y espiritual, que contrasta con la brillantez de Granados con su Pelele o con la monumental Fantasía Bética de Manuel de Falla, en las que una denodada técnica se diluye, como cristalino manantial, a la natural expresión del gran intérprete catalán.

Inolvidable esta brillante LVI edición de Música en Compostela, una que, como apuntaba su director, el gran Agustín León Ara, fue de las más prometedoras en los últimos años. Siempre viva en mi memoria desde las costas de Ferrolterra.