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Adiós, muchachos!

sábado, 10 de agosto de 2013
Hubo un tiempo en que los hombres eran hombres. Y se vestían por los pies. También los había gilipollas, pero se llamaban tontos y entonces se practicaba la caridad para recordar la enseñanza evangélica de los denarios. Los tiempos han cambiado tanto que los hombres ya no necesitan estrellas con las que desahogarse, ni hablan con las estatuas de los prohombres de su ciudad. Ahora se vive con cordial hipocresía y se despelleja al prójimo entre sonrisas y sarcasmos en un pretendido alarde de superioridad intelectual.

Ahora los gilipollas inundan el panorama, y presiden instituciones sin pudor alguno, mientras todo el mundo calla para evitar ser marginado. Confunden la hombría con la entrepierna, coches de alta gama y la más estúpida de las pretensiones. Ahora los escritores decoran el aire con el pincel del rioja para esconder su ignorancia y, sobre todo, su cobardía. Se disfrazan de Merlín o Ulises, según convenga, y atribuyen ideas a célebres autores, cuyo nombre han aprendido a pronunciar en inglés y así alardear de bagaje cultural. Erudición de Wikipedia y sintaxis de wasap.

En los tiempos de los que hablo, la sinceridad era un valor y se establecían polémicas furibundas para defender cada cual su postura, muchas veces interesadas, y que acababan por desmoronarse ante la verdad. Ahora no se usa el candil para buscar el bien más preciado sino subir el escalón social y así recibir el aplauso. Porque los narcisos dejaron de ser plantas para vestir corbata, y el hedonismo lleva un curriculum enorme de másters en presunción.

Día a día asistimos a clases mediáticas, impartidas por los Bárcenas de la vida, de cómo conseguir el maldito parné porque simboliza el triunfo… ¡Pobres!

Todavía en alguna conciencia se refugian otros valores como la sinceridad, la humildad, la sencillez, el altruismo, la valentía, el honor, el esfuerzo, la lucha, el inconformismo, los ideales…

Querido lector, permítame que algún día me desahogue, que hable con usted como aquellos pobres poetas lo hacían con los prohombres, a los que la Historia erigió sus estatuas:
¿A dónde vamos? ¿Hemos de renunciar a la sinceridad a cambio de nuestra comodidad? ¿Hemos de soportar por más tiempo tanto artificio o tanto político corrupto? ¿Hemos de formar a nuestros jóvenes para que busquen el aplauso o hemos de consumirnos nosotros para ser el candil que los lleve a la verdad? .

¿Hemos de educarlos con aquel maldito “cala a boca “, tan gallego como cobarde, o hemos de fomentar en ellos el espíritu crítico? ¿Hemos de adorar a espantapájaros revestidos de soberbia y vanidad o hemos de descubrirlos y mentalizarlos en lo efímero que es el reconocimiento o el parabién? ¿Hemos de educarlos en el valor de lo humilde y sencillo o, por el contrario, usar la displicencia desde el estrado de un estúpido orgullo?

¿Hemos de ser escritores para adornar nuestros textos con puestas de sol en las que se funden los ocres, o describir nuestras nubes cómo sábanas hermosamente sucias, para acabar el argumento, si es que lo hay, ahogándolo en la oscuridad de la noche? Si escribes, dinos algo, y sino, convierte en esa estatua que nunca contesta. De lo que puedes estar seguro es que no beberé agua de tu pedestal.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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