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El silencio de los obispos ante los desahucios y la corrupción

lunes, 11 de marzo de 2013
EL SILENCIO DE LOS OBISPOS ANTE LOS DESAHUCIOS Y LA CORRUPCION

Como sacerdote quiero hoy denunciar el silencio de la jerarquía católica española ante la situación crítica que están viviendo numerosas familias y los casos de corrupción protagonizados por "algunos de los que están haciendo pagar la crisis a los más desfavorecidos de la sociedad".

Echo en falta que la jerarquía católica española realice gestos y pronuncie con claridad y constancia palabras que transmitan solidaridad y consuelo a las víctimas de tanto dolor y que contengan, a su vez, una dura e inequívoca crítica y condena hacia quienes, con nombres y apellidos o logos comerciales bien conocidos, lo están ocasionando" .

En este sentido, lamento que este silencio contraste con la "locuacidad condenatoria" de los obispos españoles en otras ocasiones "en las que no era contra los poderosos sino contra gente cansada y agobiada, contra quienes, incomprensiblemente, en vez de palabras de alivio, dirigían duras y generalizadas críticas".

Veo con preocupación, dolor y rabia cómo más de cinco años después de que comenzara la crisis económica la situación que están viviendo muchas de nuestras familias , gente de clase media y baja, es cada vez más angustiosa y desesperante al tiempo que salen a la luz un día tras otro casos de corrupción política y económica a gran escala, protagonizados con frecuencia por algunos de los que generaron la crisis o de los que se la están haciendo pagar a los más desfavorecidos de la sociedad, especuladores financieros, empresarios, gestores de lo público o banqueros, unidos por un mismo afán, el de ganar cuanto más dinero mejor pagando al Estado en impuestos lo menos posible.

Cada vez son más numerosos los parados, los que sufren el desahucio de su vivienda, los que necesitan acudir a los comedores sociales, los que rebuscan en los contenedores de basura, los que llegan incluso a tomar la trágica decisión del suicidio, porque se les cierran todas las puertas y sienten sobre ellos el peso de cargas insoportables. Y al mismo tiempo que esto ocurre se escucha a los actuales gobernantes y a determinados empresarios y banqueros, así como a sus asesores y portavoces mediáticos, que todo ello es inevitable, una etapa necesaria para salir de la crisis, un tratamiento de austeridad que les duele prescribir, pero que acabará sanando la enfermedad económica que padecemos. Así justifican todas las medidas políticas y económicas que están tomando los responsables de las diversas administraciones públicas y cuyas consecuencias apenas afectan al restringido grupo de los más pudientes de la sociedad, sino que recaen sobre el resto los ciudadanos, que constituyen la inmensa mayoría de la población.

Teniendo como trasfondo y acicate el creciente malestar social expresado en un sinfín de manifestaciones y de movimientos de protesta, varias investigaciones periodísticas y muy especialmente el trabajo de algunos fiscales y jueces, junto con el de los inspectores y el de la policía que tienen a su servicio, están consiguiendo destapar casos y más casos de corrupción en la clase política, en la banca comercial y especulativa, en el mundo de los grandes empresarios y hasta en el de la propia judicatura. Compra y venta de favores políticos que, al margen de la ley, generan y proporcionan millones de euros de ganancias; gigantescas evasiones de impuestos; dilapidación de dinero público para costear gastos o caprichos privados o superfluos; sueldos, bonos y pensiones descomunales pagados a dueños o directivos de empresas, cajas de ahorro o bancos que por su descabellada gestión de créditos y de inversiones los han llevado a la quiebra y en auxilio de las cuales ha salido el Estado, aún a costa de incrementar enormemente la deuda pública y de quedarse sin fondos con los que mantener el grado de bienestar social que en los últimos años había alcanzado España con el esfuerzo de todos.

Algunos de estos escándalos vienen de lejos, otros en cambio se han gestado al mismo tiempo que sus protagonistas, muy ocupados en sacar provecho de la situación o, al menos, en lograr que no dañase a sus finanzas, hablaban de diseñar y aplicar severos recortes de gasto en los servicios públicos, de entregar su gestión a empresas privadas y de endurecer las condiciones laborares de los trabajadores.

Se nos pretende convencer de que son casos aislados, de que no es algo que sea común en los colectivos en que han sido descubiertos. Pero cada vez cuesta más trabajo creerlo. Cada vez resulta más fácil pensar que es un problema estructural, algo que falla en el sistema político, jurídico, económico y financiero de nuestro país y de otros muchos. Cada vez hay más razones para pensar que en esos colectivos escasean los justos y abundan los despiadados. Y lo que es peor, cada vez se hace más intensa la sensación de que no existe una sincera y decidida voluntad política de poner coto a tal estado de cosas. Cada vez es más profunda la convicción de que no hay un verdadero compromiso de los partidos políticos para recuperar la ejemplaridad ética de quienes, por el puesto que ocupan en la sociedad, debieran ser espejo en el que se mirara el resto de la ciudadanía, que no está libre ciertamente de corruptelas, pero cuyo tamaño es infinitamente menor que el de las que aquí estamos denunciando. Casos como el de la amnistía fiscal no hacen sino ahondar esos sentimientos.

Ante tan extenso grado de corrupción y a la vista de lo poco dispuestos que se muestran los implicados en ella a reconocer lo dañino que ha sido su comportamiento, nos vienen a la mente dos escenas bíblicas, la de Abraham pidiendo tiempo a Dios para ver si logra encontrar en Sodoma y Gomorra personas de conducta recta, gracias a las cuales valiera la pena que reconsiderase su decisión de destruir ambas ciudades, cosa que no consigue evitar, pues su búsqueda termina en fracaso (Génesis 18, 20-33).

Y la de Caín, que tras haber matado a Abel, cuando Dios le pregunta si sabe dónde está, responde "¿Soy acaso yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4, 9)

No pido ni espero castigos divinos, pero como cristiano sí que me parece necesario denunciar una vez más esta situación. Considero un deber social y una actitud coherente con la fe que profesamos no sólo aliviar material y espiritualmente a los que están padeciendo las consecuencias de la crisis sino también y muy especialmente contribuir a que dejen de existir las causas que la han generado, entre las que destacan la avaricia desmedida de unos pocos y su falta de piedad hacia aquellos de los que se aprovechan.

Dentro de nuestra tradición religiosa, tenemos como referente que nos sirve de ejemplo, el testimonio de algunos profetas bíblicos, el del propio Jesús, el de las primeras comunidades cristianas y el de un buen número de los llamados Santos Padres.

Por ello echamos en falta que la Jerarquía católica española realice gestos y pronuncie con claridad y constancia palabras que transmitan solidaridad y consuelo a las víctimas de tanto dolor y que contengan, a su vez, una dura e inequívoca crítica y condena hacia quienes, con nombres y apellidos o logos comerciales bien conocidos, lo están ocasionando. Su casi total y generalizado silencio de ahora contrasta con la locuacidad condenatoria de la que nuestros obispos han hecho gala en otras ocasiones en las que no era contra los poderosos sino contra gente cansada y agobiada contra quienes, incomprensiblemente, en vez de palabras de alivio, dirigían duras y generalizadas críticas.

Si este proceder me duele, me llena en cambio de esperanza y me mueve a la gratitud ver las respuestas de tantas personas y de tantos colectivos sociales que ofrecen lo que tienen y pueden, prestándose desinteresadamente a acompañar a quienes se ven obligados a vivir estas situaciones tan duras y difíciles. A hombres y mujeres como ellos alude sin duda el Evangelio de Mateo cuando presenta al Hijo del hombre al final de los tiempos diciendo a la parte de la humanidad que considera justa "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." (Mateo 25, 34-36)
Rodriguez Patiño, Luis Ángel
Rodriguez Patiño, Luis Ángel


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