Derecho a decidir
Molares do Val, Manuel - martes, 29 de enero de 2013
El derecho a decidir que reivindican los secesionistas catalanes se ha extendido como consigna por Galicia y el País Vasco, pero también por regiones que dieron origen a la España medieval, como Asturias, donde aparecen inesperables independentistas.
Esa exigencia es un pleonasmo porque el derecho a decidir es tan elemental que lo posee todo ser humano autónomo, y lo ejerce al hablar o estar callado, elegir corte de pelo, o al dormir o no.
Plantear el derecho a decidir es como hacerlo por el de respirar, caminar o mirar al horizonte, y manipular ese derecho natural para amparar un proyecto político que puede cambiarle radicalmente la vida a millones de personas es más que un engaño: es un crimen.
La historia se construyó a lo largo de muchos siglos. Es como las catedrales, que iban elevándose a la vista de varias generaciones, y ya que hablamos de Cataluña, como la Sagrada Familia de Gaudí.
Imaginemos que en algún momento unos iluminados deciden cambiar el canon estético, imponen el suyo con manipulaciones y consignas de la escuela Goebbels, y envían masas lanares a exigir la demolición del monumento alegando su derecho a decidir.
Es lo que hacen obedeciendo a Alá los islamistas al destruir los multicentenarios mausoleos de Tombuctú, en Mali, o lo que hicieron los talibanes bombardeando los Budas de Bämiyän, en Afganistán.
Tratar de devastar una unión milenaria, ratificada hace cinco siglos tras un matrimonio real, es embarcar en un Arca de Noé a animales heterogéneos, carnívoros y herbívoros, que han convivido hasta ahora gracias a un ecosistema histórico y geográfico llamado España.
Dentro de la nave los argonautas ejercerán su derecho a decidir: comiéndose entre ellos.
Ni siquiera imponiéndole coercitivamente un idioma, el catalán, los separatistas han conseguido que lo use habitualmente más de la mitad de la población: como Franco con el castellano, pero al revés.

Molares do Val, Manuel
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