Begonte, más que nunca necesito tu estrella

Cuando comienza diciembre y Santa Lucía llama a las puertas, se abre el telón en el teatro de las estrellas. Begonte desempolva la alfombra roja y se prepara para recibir a miles de niños y niñas, algunos de corta edad, otros, entre los que me incluyo, algo más mayorcitos, pero siempre niños ansiosos de acudir a su cita.

Lo cierto, es que estos años poco se puede celebrar entre una Navidad y la siguiente. Uno se acerca al mágico Belén con ilusión pero con temor, quizá el hombre que pescaba truchas en el río haya perdido su empleo. En el molino, los cerditos, el cura, y el carpintero han visto como sus vidas se han vuelto locas en los últimos meses sin comprender aún qué es una prima de riesgo y porqué ella, hasta ahora desconocida, afecta a su mundo electrónico.

En el castillo cada vez hay más lingotes, pero su oro no se reparte, ni siquiera se presta al campesino que acarrea la paja, ni a la lavandera, ni al tornero que trabaja cerca de aquella casita, tal vez ya embargada. Los caminos, los pajares, los zoqueiros siguen recibiéndonos con la sonrisa de antaño, pero los dos leñadores que sierran el tronco tienen los ojos llorosos, el horno cuece menos pan, y la lareira ya no calienta como antes.

Pero si en algún lugar del planeta uno es capaz de evadirse, de olvidar, de volver a soñar escuchando el agua de lluvia, admirando un amanecer, oyendo el roce de las piedras moliendo grano, ese lugar es a los pies del belén electrónico, donde más que nunca se necesita buscar una estrella.