Psicosas: La señal del destino
martes, 19 de abril de 2005
Cuando abrió los ojos, estaba en un recinto extraño, desconocido pero vagamente familiar; como una inmensa sala de espera. Una luz diáfana, sin foco de origen aparente, llenaba el lugar en el que una muchedumbre de todas las razas y edades aguardaba turno pacientemente.
Comprendió de qué se trataba: aquello era la antesala del Gran Juicio; sin duda, en unos instantes, a él le tocaría dar cuenta de su camino por la vida. Sintió una oleada de angustia al tiempo que hacía memoria de su historia personal.
Se había pasado su vida preocupado por dar con la senda de su destino. Creía firmemente que cada cual tiene señalado un camino, el que le asigna el Ser Supremo y que, por eso, debe esforzarse en encfontrar el sendero previsto para el Plan de cada vida.
Día tras día, había escrutado indicios, interpretado sueños, rogado por alguna señal; pero nada: ninguna cosa, ningún acontecimiento, ningún signo del que sacar la menor pista sobre la dirección en la que encaminar su vida. Y ahora, a punto de rendir cuentas, temía haber equivocado la ruta y se angustiaba ante la idea de que le fueran a exigir cuentas por haber malgastado su tiempo en este mundo.
Echó un vistazo a su alrededor; sus compañeros de espera mostraban una calma envidiable; uno a uno, iban cruzando la gran puerta con una gran sonrisa de paz que a él le encogía aún más su maltrecho ánimo. Pronto le llegaría el turno. Tragó saliva y cruzó los dedos mientras repasaba a toda prisa su periplo vital. Cuando le llegó la vez, se presentó temblando ante el Ser Supremo:
- Señor -tartamudeó-. Toda mi vida he estado buscando tus señales para saber por dónde debía caminar; pero no me has enviado ninguna.
- ¿No has notado dentro de ti la presencia de ningún don particular? -l preguntó el Ser-. ¿No has tenido ninguna afición?
- Sí, en efecto; pero consideré que eso me llevaría por el camino fácil; pensé que tendría que buscarme un detino más exigente.
- ¿No te han resultado especialmente sencillos algunos aprendizajes? ¿No te ha llamado la atenciónlo bien que te desenvolvías en algunas tareas?
- Sí, sí -balbuceaba el hombre-; pero pensé que esas áreas serían la trampa de mi comodidad.
- ¿Nunca has notado un interés marcado por algún campo en concreto?
- Es verdad, sí; pero creí que seguir ese impulso sería alimentar mi egoísmo.
- Pues esas eran mis señales -el Ser sonreía tranquilizador-. No esperarías ver signos en los astros o escuchar voces en medio de la noche, ¿verdad?
El hombre guardó un silencio compungido. Él había silenciado su inclinación a las artes con la mordaza prgamática de un trabajo de funcionario de modo que la suya había sido la vivencia de una frustración constante. Ahora, temblaba pensando en la sentencia que iba a sancionar el vacío de su vida. Tras un largo silencio, el Ser Supremo tomó de nuevo la palabra:
- En definitiva, veo que cuanto has hecho ha sido por decisión propia.
- Sí, así ha sido -el hombre, ahora, sudaba a mares-. Todo cuanto he emprendido ha sido siempre por mi propia voluntad.
- Pues esa es, precisamente, mi señal más importante: La libertad para que decidas tu vida; incluso la libertad para equivocarte. Vivir no consiste en buscar caminos ocultos por la hierba sino en trazar un camino propio sobre la pradera.
Se despertó sobresaltado y tardó unos segundos en darse cuenta del lugar donde se encontraba. Miró la hora, bebió un trago de agua y volvió a cerrar los ojos reconfortado: tenía la sensación de que, en medio de una pesadilla, había soñado que era, por fin, libre de verdad.
Álvarez, Ramiro J.
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