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El rito de los nueve baños

miércoles, 12 de septiembre de 2012
En febrero del 62, el gran mariñano mindoniense, Álvaro Cunqueiro, escribía un maravilloso artículo que lleva por título, “Una definición del hombre”. Dónde describe ese estado de ánimo tan humano de la abulia sentimental. La que nos coloca entre el amor a la soledad de nuestro paisaje, dónde las aves gritan a la hora vespertina, acaso porque temen que el sol que se pone no amanezca nunca más.

Septiembre se mezcla entre los últimos rayos del estío y las primeras hojas ocres que recorren las plazas y calles de nuestra querida capital Mondoñedo. Es tradición los efectos terapéuticos para cuerpo y alma que tienen los baños del mes de la vendimia. Nueve baños, en nueve lugares y a poder ser, en uno de esos fines de semana todavía preñados de fiestas y romerías preparatorias del próximo San Lucas, que todo buen mindoniense debe celebrar, acudiendo a la sede episcopal de nuestra antigua provincia, que llegaba hasta la desembocadura del Navia.

Así, me coloco ante los recuerdos de aquella playa O Torno, de mi infancia sin muro en La Anxuela, cuando había mareas con resaca, lo que nos permitió aprender a dejarse llevar y no luchar contra la corriente. Hoy, la escultura en bronce de A Maruxaina es, uno de los pocos vestigios que me quedan de aquel puerto preñado –todavía en septiembre- de boniteros, en los que la juventud, sabiamente conducida por patrones como: Jovino o Torres, sabían que “o quiñó” del reparto final de la costera, les iba a permitir mejorar su calidad de vida.

Segundo baño en territorio del antiguo Concello de Nois. Me acerco hasta el malecón del puerto, pero me quedo mirando una de aquellas viejas fábricas de salazón que nos trajeron los catalanes de comienzos del siglo XX. Nois es tierra-mar de balleneros.

Cerca, camino de poniente, encuentro el arenal de As Polas, dónde la marejada del nordeste señala algo de resaca a la pleamar. Encuentro a un veterano marinero de bajura con el que hablamos de lo divino y humano, en definitiva, de lo nuestro…

Termino por bañarme en la playa que más le gustaba a mi progenitor, que se quedó dormido hace diez años, después de haberse enamorado perdidamente de A Mariña, un descendiente de judíos ourensanos. La Areoura es una de esas playas que desde la carretera entre Cangas y Burela, invitan a bajar a la mar, para perderse en sus aguas. No se me olvida la historia de aquel edificio, monstruo de sombras, que durante años señalaba la desvergüenza de quien lo hizo y de quien le permitió hacerlo.

Hoy ha vuelto el calor, eso que llevamos tan mal los mariñanos, acostumbrados a la lluvia y el viento húmedo de la mar. Busco la frontera costera entre los Concellos de Xove y Viveiro. Bajo por una pista de las de antes del asfaltado de caminos y corredoiras.

Me paro para contemplar a lo lejos, por levante, el espectáculo de la playa salvaje -como los mariñanos de pro- de Esteiro. Al parecer, el término más repetido en nuestra Galicia marinera. Allí está, majestuosa la playa dónde la juventud surfista comienza el ritual de cabalgar las olas.

Bajando, bajando, llego a una ensenada de contrabandistas. Portelo me recibe con luz mezclada con esas neblinas tan nuestras por efecto del norte que nos limita con Inglaterra, mar de por medio.

Tercer baño en un cala dónde una roca de feldespato divide territorio, para nudistas y bañadores a la moda. Cantos rodados y arena de mica y caolín.

Aguas más frescas que en otros lugares -no todas las playas tienen la misma temperatura en el agua-. A lo lejos el espectáculo, casi como en las películas de Disney, de la punta Do Porco y la inmensidad de A Coelleira.
El día se me antoja largo por la luz solar que nos calienta el ambiente.

Emprendo el camino por el territorio del antiguo Concello de Portocelo. Bajo hacia su ensenada, la que fue puerto natural -Portezuelo- y a media marea, subiendo, llego a ese lago natural que se dispone a celebrar la fiesta de la Virgen de septiembre.

Voy caminando, largo y suave, por la llanura de una playa, en otros tiempos, rica en almejas y navajas. Sus aguas templadas me protegen de la mar abierta. Allí, a la entrada del viejo puerto, y haciendo de vigía o de referencia para los marinos que hacían singladuras por las estrellas, se encuentra el Castro Celta cristianizado por el Monasterio de San Tirso. Un lugar mágico en el que pueden sentirse los salmos de la comunidad, en un espectáculo pendiente de la isla de Ansarón.

Cuarto baño, en tal lugar, recogido, con la suavidad de abedules y casas de piedra, para perderse de la humanidad que se olvida del mundo clásico dónde, latín y griego, permitieron a los cenobios, guardar en la edad media, los secretos del saber, a la espera del Renacimiento.

Aprieta la temperatura nada más despuntar el día. Llevamos un verano rico en luces y pobre en orvallo. Me decido por ese territorio que pone fin a la actual provincia de Lugo. Me dirijo a Vicedo, que tiene puerto en la ría más hermosa del norte Cantábrico. La que forma el Sor, tras dejar a su paso la mayor de las plantaciones de camelias del país.

Llego a una cala que se recrea entre el más puro azul de las aguas marinas, con nombre de materia que la mano del artesano transforma en porcelanas y cerámicas. La arena, casi blanca del Caolín, me acerca a mi quinto baño en la playa que lleva tal nombre.

Regreso hacia mi puerto. Pero no tengo por menos que aprovechar la baja mar para buscar una cala recóndita, en la que poder practicar el nudismo.

Me muevo entre dolos llegados de la Europa más oriental para construir un super puerto que dé atraque a las mercancías de Alcoa, en su proceso de transformar bauxita de Guinea en Aluminio gallego.

No me la han cambiado. Sigue desierta, esperando a los soñadores. Quizá a filibusteros de cuento de aventuras. A Cova, con su roca que la imaginación puede darle formas de cabeza humana, sin duda de calavera pirata.

Mientras me doy el sexto baño, me siento inspirado para escribir una leyenda que sea la continuación de aquella que supuso la tempestad, fruto de la oraciones de San Gonzalo, frente a la escuadra normanda que llegó para asolar Britonia.

Llega el domingo. Suenan las campanas de las misas en las iglesias del Concello: Sargadelos, San Román, Rúa, Lieiro, Castelo, Cervo. Cerca de cada templo una fuente a la que dedicaré un poema.

No puedo serle infiel a mi playa. Desde dónde dice la leyenda que una piadosa señora veía pasar un ciervo camino de las fragas. Así se escriben las razones de la heráldica del Concello en el que habitó y trabajó Isaac Díaz Pardo, dando empleos a las mozas de mi juventud.

Rueta. Ensenada que contempla el hermoso puente del FEVE. Ese camino que antaño recorríamos en bicicleta, entre las fiestas de nuestros pueblos.

Ese camino que hoy recorre un trenecillo que le hace la competencia al moderno AVE, en velocidad...adecuada para contemplar los más hermosos paisajes del norte peninsular.

Me recibe la desembocadura del rio Rúa, con azul celeste, ya que el azul marino se difumina con las brumas de la mar. Hay tres lanchas en fila, atadas a un poste de madera, como siempre se hizo. Se prohíbe el baño por contaminación. Pero no lo acepto, ya que la contaminación que no soporto es la del mal gusto, y esa, aquí nunca hasta ahora se dio.

Séptimo baño sin más indumentaria que mi propia piel. La que perfuman las algas de la orilla de la mar.

Quiero acercarme a la punta más al norte, dónde se juntan las aguas saladas del océano con las del mar de los Cántabros. Me adentro en el Concello de Mañón. Uno de los más bellos de nuestra Galicia. Llego al Barqueiro, y tomo un camino en dirección a una playa escondida que mira a la Isla de los Templarios.

Me doy mi octavo baño en Vilela, de aguas claras, salvaje y natural, con restos de la última riada de madera en los ríos asturiano, que depositó la marea en nuestras playas para regocijo de los que esperan lo que viene de la mar, como una bendición de Poseidón.

Pero sigo intrigado con el origen de la Coelleira. Para algunos eruditos, su nombre proviene de Cunicularia, del latín cuniculus, coello, por lo tanto alusión al roedor. Sin embargo puede estar relacionado con alusión al tráfico marítimo, costeando, en cuyo caso la palabra latina sería coelum, cielo. Incluso coelum derivado del griego Kailo, que significa, quemar o arder. Tratando de explicar la abundancia de hogueras como señales luminosas para la entrada de los navegantes en el puerto de Bares.

El noveno baño es como la Novena Ola del pintor ruso de origen armenio, Iván Aivazovski, que tanto me impresionó en una exposición itinerante en el Museo Guggenheim de Bilbao, procedente de la colección del Museo de San Petersburgo.

Quiero que sea en un lugar que veo todos los días al levantarme, con la primera luz del amanecer, con la última del atardecer. Y eso sucede en la cala de Pericón, en San Ciprián.

Quizá para recordar mientras me baño, los versos inacabados de mi admirado Álvaro Cunqueiro. "Faro da miña terra antiga e sagramental, dispostas no chán como unha muller preñada e silenciosa".

Quizá para recordar el baño que se dieron Antón Mosquera y Javier Garrote Cruz, un verano que ya es historia, y que fotografiaba desde la terraza de mi casa.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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