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Jesús Crecente Veiga, un sacerdote con vida de santo

miércoles, 13 de junio de 2012
Jess Crecente Veiga, un sacerdote con vida de santo Orteganos de adopción

Jesús Crecente Veiga, un sacerdote con vida de santo

Jesús Crecente nació en la parroquia de san Pedro en el ayuntamiento de Castro de Rei (Lugo), el día de Todos los Santos de 1862. Era hijo de Andrés Crecente da Uz, natural de san Paio de Bexán y de Josefa Veiga Uz de Coea. Recibió tres días después su bautismo en la capilla parroquial de la feligresía de san Salvador de Coea. Era el segundo de tres hermanos: Antonio, el mayor, que había nacido el 8 de julio de 1860, y que trabajará de pertiguero de la catedral de Mondoñedo, y Tomás, el menor, que lo haría el 7 de marzo de 1866, y como Jesús, se encomendará al sacerdocio en san Xiao de Mourence (Vilalba).

Su familia era muy humilde, y al fallecer su padre, cuando él sólo tenía seis años, los tres hermanos huérfanos quedaron a cargo de su madre, lo cual todavía aumentó aún más sus dificultades. Así las cosas, las penurias de la familia Crecente Veiga todavía no habían alcanzado sus máximas cotas.

Esto ocurriría ocho años después de la muerte del cabeza de familia, al morirles su madre. La responsabilidad de la tutela de los hermanos recayó entonces en su primo Domingo Crecente, pero al no poder encargarse de todos ellos, tuvieron que ser separados y repartidos entre sus parientes más allegados, a la espera del momento en que pudiesen ser empleados de criados al servicio de alguna casa.

Jesús acabó en una granja, con un amo que lo dedicaba a las labores de pastoreo de su ganado y a otros trabajos domésticos que casi no le dejaban tiempo para dedicarse a sus estudios. En cierta ocasión, se marchó andando desde Castro de Rei a Mondoñedo, donde vivía uno de sus parientes, Antonio Blanco Crecente, campanero de profesión. Al llegar a la ciudad episcopal, y antes de encontrarse con él, acudió al Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, ante cuya imagen permaneció un buen rato de rodillas rezando entre sollozos. Una señora que lo vió, se quedó sorprendida por su devoción y sus gemidos; se le acercó y le preguntó por la causa de su tristeza. Su confesión debió de impresionarla bastante porque le pidió que la acompañase a su casa. Tras conocer que el chico se dirigía a visitar a Antonio Blanco, se puso en contacto con éste a fin de pedirle permiso para acoger al niño.

Nunca se llegó a saber el nombre de la mujer, pero lo que sí se sabe es que, gracias a ella, Jesús empezó a trabajar de mozo en la farmacia de Alejandro Ferreiro Soibán. Jesús era aplicado y abrigaba unos enormes deseos de estudiar, por lo que al desaparecer las premuras de tiempo que tenía en su anterior trabajo, pudo empezar a distribuirlo entre su nueva actividad laboral y sus estudios, y aún le quedó algún tiempo para impartirle clases a su hermano menor, Tomás, que se encontraba sirviendo en el Colegio de Ceballos.

Al cumplir los dieciocho años, Jesús comenzó sus estudios eclesiásticos con tanta diligencia, que en tan sólo dos años finalizó los cuatro cursos de Latín, y, según su certificación académica, durante los cursos del 1882/83 al 1892/93 prosiguió los estudios como alumno externo del Seminario de Mondoñedo -algo no demasiado común entre los seminaristas. Durante ese ciclo, consiguió concluir los tres años de la carrera de Filosofía y los ocho de Teología, y siempre con la máxima calificación, meritísimos, salvo en el sexto curso de Teología en que obtuvo la también loable de beneméritus.

Su ejemplaridad como alumno y persona le brindó las simpatías del entonces obispo mindoniense José María Cos y Macho, que le invitó a que le acompañase a su nuevo destino en la Archidiócesis de La Habana. Jesús Crecente no accedió a esta petición debido a que había asumido la responsabilidad de su hermano para que terminase su carrera sacerdotal.

La ordenación de Jesús se celebró el día 21 de mayo de 1890; contaba entonces 28 años. Pero esto no era para él ningún final de trayecto, sino tan sólo un paso más en su vida, por lo que, como vimos antes, continuó sus estudiando Teología, además de ejercer, desde abril de 1891, de coadjutor de san Pedro de Mor, en Ferreira do Valadouro (Lugo). Y como era un hombre con unas grandes capacidades para el trabajo, también le destinaron a ser preceptor en la parroquia de Ferreira, donde, como tal, debía enseñar a los chicos algo para lo que él poseía muy buenas aptitudes y era un consumado especialista: latín.

Su siguiente destino le llevará, en 1892, a ser el párroco de Santiago de Baroncelle y de san Pedro de Aldixe. Siempre con los libros y los apuntes delante, en esta etapa y con estos nuevos cometidos, se afanó en preparar las oposiciones a beneficiado de la catedral de Mondoñedo. Consiguió el cargo y, por tanto, pudo obtener algunas rentas con las afrontar los gastos de las obras que había emprendido. Los diez años que paso en las dos feligresías, los ocupó en formar a los jóvenes en el latín y las humanidades con miras a que pudiesen acceder al seminario de Mondoñedo, y en ejecutar otras obras con un carácter más material. Primero, levantó la casa rectoral de Baroncelle, tras adquirir el solar, y después construyó su iglesia y, aun así le quedó tiempo para edificar la actual iglesia parroquial de Aldixe, a la que no pudo ver terminada a causa de haber sido trasladado a Cariño antes de que se le alzase la espadaña. Esto ocurrió en 1900, tras hacer participado en el concurso general de curatos, en donde consiguió una de las calificaciones más altas, lo que le permitía acudir a ese nuevo y último destino.

Como le había ocurrido hasta entonces, además de desarrollar su labor pastoral en Cariño, tuvo que hacerse cargo de la jefatura del arciprestazgo de Ortigueira. Pero su energía y vitalidad aún le permitieron enlazar estas tareas eclesiásticas con la realización de algunas obras físicas. Así, acometerá la construcción del gran monumento al Sagrado Corazón de Jesús, de la iglesia parroquial, de la escuela del Pósito (la cual será conveertida convertida durante la guerra en comedor del Auxilio Social y, después, del Instituto Social de la Marina, además de en Teleclub ya ne los años sesenta) o de la casa rectoral, vendida tras su fallecimiento para costear la construcción de la actual.

Hasta que él erigió la iglesia, los actos litúrgicos se celebraban en la sede del pósito de pescadores. Las obras del nuevo templo se iniciaron en 1907 y pudo ser abierto al culto tras ser consagrado en 1923. Sus piedras fueron extraídas del peiral del pósito, también llamado El mallorquín, y el retablo del altar fue hecho en la carpintería de Román, en Ortigueira. La iglesia consta de una alta cúpula central con cuatro ventanales a lo largo y ancho de la misma. Su torre se alza hasta los 25 metros de altura con huecos para sus dos campanas de más de 600 kilos. Al primer tramo del campanario le sigue otro con las mismas características y con otras dos campanas más pequeñas, y, como no, un pararrayos que desde entonces ha librado al pueblo de los peligros de las inclemencias eléctricas de las tormentas. De Ortigueira también le llegó al cura la balaustrada de mármol blanco ante la que comulgan los feligreses, en este caso, por donación de sus amigos indianos de la familia de los Adolfos.

De todos modos, lo que más relevancia le va a dar entre sus vecinos al viejo curiña de Cariño, como le llamaban sus parroquianos, será el haber vivido ante ellos una vida tremendamente austera pero llena de detalles grandiosos que despertaban la admiración de todos. A modo de ejemplo, se puede nombrar el hecho de que a los setenta años inició sus estudios de bachillerato para hacerse oficialmente maestro de escuela, como le exigían las normas educativas de la II República, pues, de otro modo, le estaría vetada la enseñanza. Aunque su decisión fue firme, su visión cada vez más deteriorada, y el traslado de su capellán, Enrique Chao Espina, a Loiba, le impidieron concluir su reto.

Jesús Crecente Veiga, un sacerdote con vida de santo
Las carencias alimenticias que había pasado Jesús Crecente en los primeros años de su vida quizás fueron determinantes para un crecimiento corporal normal, dejando que su talla fuese un inconveniente para poder ingresar en el servicio militar, pero, por contra, contaba con una salud de hierro y una constitución física fuerte, que le convirtieron en un incansable caminante. En su vida rigurosa, casi ascética, entraban hechos que para el resto de los mortales serían inalcanzables como recorrer los 117 kilómetros de distancia entre Mondoñedo y Cariño a pie, y muchas veces de noche. Algo que era habitual para él ya que nunca utilizó otro medio de locomoción que no fuesen sus propias piernas, por lo que en unos lugares le conocían por el nombre de el andarín y en otros por la bicicleta.

A pesar de los años que han transcurrido desde su fallecimiento, los cariñeses siguen reordando muchas de sus curiosas anécdotas. Unas llevan un sello triste y otras parecen sobrenaturales; sin embargo, su conjunto ha hecho que su vida haya llegado a ser valorada en varias ocasiones por algunas autoridades eclesiásticas, como fue el caso del obispo de Mondoñedo Mariano Vega Mestres, como digna de ser beatificada.

El final del recorrido vital de Jesús ocurrió durante el invierno, tras caer en un pequeño cauce de un río debido a su más que precaria visión. La hipotermia que le sobrevino le produjo una pulmonía, a consecuencia de la que falleció en la madrugada del día 27 de febrero de 1934. Sus restos mortales fueron enterrados en una fosa de tierra del cementerio de Cariño, como él pidió: “en donde todo el mundo pise”. A su sepelio asistieron veinticuatro sacerdotes y la mayor parte de los vecinos de la zona. Diez años después, sus cenizas fueron trasladadas al templo parroquial para su reposo definitivo bajo la cúpula del templo y ante el retablo mayor, a propuesta de Ángel Chao Ledo. La lápida que lo cubre, le recuerda por su nombre y apellidos, su fecha de fallecimiento y su cargo eclesiástico de párroco de Cariño. No es ésta la única inscripción en la que aparece su nombre, pues el pueblo de Cariño pidió al ayuntamiento que le asignase la llamada calle de San José, que se inicia en la Plaza de la Pulida y termina en el Campo, pasando por delante de su iglesia.

Enrique Chao Espina destacó en la biografía El pastor de Cariño, don Jesús Crecente Veiga escrita a la par con el sobrino de este último, Manuel Blanco Vidal, su infinita bondad y su sacrificada e insólita vida. Recogemos aquí alguna de las poesías que Chao Espina le dedicó:


LEMBRANZAS DE CARIÑO
SONSONETE IMPROVISADO

Porque te chamas Cariño,
dín que tes moita fachenda,
Eu non sei si será certo
pero tes razón pra tela:
Si non, que o diga o "Peitudo"
que desafía a marea;
-que o digan os Aguillós
y-o tumbo do mar n´area.
Porque te chamas Cariño,
queren-te mozas e vellas.
N´amoras peixes no mar
e rapaciños na festa;
namoras ós que ti veñen
pois de tí sempre se lembran:
Si non que o diga aquel Crego
que che levantóu a Iglesia,
que che sementóu "cariño".
co-a sua man de roseira.
Foi probe e sobrou-lle tudo
com-a xente mariñeira;
No ceio cantan-lle: "Santo"
No mundo. "Crecente Veiga" ...
Porque te chamas Cariño,
moitos che teñen envexa.
Envexa do teu traballo,
da tua industria e beleza.
Cobiza dos teus rapaces
de cara alegre e morena.
Pero non sabe esa xente,
xente de "cara marela",
que o mariñeiro no mar
sempre co-a morte pelexa,
mentras os padres e os fillos
calados choran e rezan.
Pero, o porto de Cariño,
ten un Apóstol por "testa"
e ten na man un coitelo
que brila com-a unha estrela:
Con él corta San Bartolo
as cobizas e as envexas,
que teñen. algunhas xentes
ó Condado de Ortigueira.
Porque te chamas Cariño,
din que tes moita fachenda.
Eu ñon sei si será certo
pero tes razón pr´a tela;
por algo ten San Bartolo
carne e sangre mariñeira.

A Torre de Cariño

Ninguén veu torre igual ollando ó mar,
ergueita riba o Porto alta e valente;
almuédano non ten nin veu de Oriente,
un alminar semella sin berrar.
Parece un faro de asas a voar
guiando ós mariñeiros frente a frente
é popa e campanario para a xente,
no cimo ten a Cristo ela é o altar
Foi un abade bó quen bordou tanto
para a Vila que rube en escaleira,
espallada ante a Torre como un manto.
A praia, o mar, os montes fan o seu canto,
e o Cristo prega ergueito ista maneira:
“A Torre de Cariño a fixo un santo!”
Suárez Sandomingo, José Manuel
Suárez Sandomingo, José Manuel


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