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Terror sirio

viernes, 01 de junio de 2012
Tras expulsar a los embajadores sirios de los países europeos y EE.UU. en protesta por las masacres diarias que se le atribuyen al régimen dc Bashar al-Assad, Occidente no sabe ahora cuál será su próximo paso, al contrario de lo que hizo con la Libia de Gadafi, a la que atacó para apoyar a unas fuerzas rebeldes surgidas de la nada.

Occidente presiona a Rusia y China para que condenen el régimen sirio en el Consejo de Seguridad de la ONU y abran la puerta a una posible acción militar de apoyo a los insurgentes.

Pero los occidentales no parecen realmente dispuestos a aprovechar esa opción: el ejército sirio es muy poderoso, nadie quiere exponerse a sufrir bajas, y la insurgencia no es de fiar.

Barack Obama, que afronta preocupado la elección de noviembre, teme iniciar otra guerra para salvar civiles, como hizo su país en Bosnia y Kosovo hace dos décadas.

Obama ganó las elecciones de 2008 presentándose como enemigo del belicismo republicano, pero continuó todas las guerras y acciones justicieras heredadas. Empezar una nueva sería preocupante para su reelección.

Además, todo Occidente tiene mala conciencia porque el laicista Al-Assad, miembro de una secta cercana al chiísmo, y minoritaria como son los cristianos, se enfrenta a fanáticos sunitas cercanos a Al-Qaeda que podrían masacrar a los disidentes.

Unos rebeldes que no parecen gozar de gran apoyo popular: sus levantamientos son en áreas geográficas reducidas, no en todo el país, y sus numerosos atentados, de los que sistemáticamente acusan al Gobierno, son monstruosos e indiscriminados.

Así las cosas, la parte menos fanática del pueblo organiza manifestaciones de apoyo al régimen: cree que Al-Assad, siendo brutal, lo es menos que los insurgentes, que no prometen una “primavera árabe”, ni siquiera como propaganda, sino mayor fanatismo.

Tras expulsar a los embajadores sirios de los países europeos y EE.UU. en protesta por las masacres diarias que se le atribuyen al régimen dc Bashar al-Assad, Occidente no sabe ahora cuál será su próximo paso, al contrario de lo que hizo con la Libia de Gadafi, a la que atacó para apoyar a unas fuerzas rebeldes surgidas de la nada.

Occidente presiona a Rusia y China para que condenen el régimen sirio en el Consejo de Seguridad de la ONU y abran la puerta a una posible acción militar de apoyo a los insurgentes.

Pero los occidentales no parecen realmente dispuestos a aprovechar esa opción: el ejército sirio es muy poderoso, nadie quiere exponerse a sufrir bajas, y la insurgencia no es de fiar.

Barack Obama, que afronta preocupado la elección de noviembre, teme iniciar otra guerra para salvar civiles, como hizo su país en Bosnia y Kosovo hace dos décadas.

Obama ganó las elecciones de 2008 presentándose como enemigo del belicismo republicano, pero continuó todas las guerras y acciones justicieras heredadas. Empezar una nueva sería preocupante para su reelección.

Además, todo Occidente tiene mala conciencia porque el laicista Al-Assad, miembro de una secta cercana al chiísmo, y minoritaria como son los cristianos, se enfrenta a fanáticos sunitas cercanos a Al-Qaeda que podrían masacrar a los disidentes.

Unos rebeldes que no parecen gozar de gran apoyo popular: sus levantamientos son en áreas geográficas reducidas, no en todo el país, y sus numerosos atentados, de los que sistemáticamente acusan al Gobierno, son monstruosos e indiscriminados.

Así las cosas, la parte menos fanática del pueblo organiza manifestaciones de apoyo al régimen: cree que Al-Assad, siendo brutal, lo es menos que los insurgentes, que no prometen una “primavera árabe”, ni siquiera como propaganda, sino mayor fanatismo.
Molares do Val, Manuel
Molares do Val, Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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