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Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea

jueves, 31 de mayo de 2012
Amelia y Gloria eran dos remilgadas señoritas de La Coruña que para recuperarse de su maltrecha salud recalaron en “El bosque animado “ de Wenceslao Fernández Flórez, lugar animoso, literario y real, y botica de mostrador gratuito y abierta las veinticuatro horas. Allá por la fraga de Cecebre.

Ellas fueron, miraron, alquilaron una casita y se convencieron de que como aquello no había semejanza en la ciudad para remediar la circunstancia por la que atravesaban. Cierto que a veces el cielo tenía un color gris, como la color de la piel de un topo, pero enseguida “ venía el viento, afincaba sus pies en el suelo y como un mozo que se echa a la espalda un saco de grano se llevaba las nubes hacia el mar” y todo era otra vez espléndido y “vitalicio”. Todo allí parecía tener mucha más vida y ánimo de lo que parecía tener la gente que todos los días divisaban desde su balcón de la calle Real en La Coruña.

“ El primer día ( en la fraga ) estuvo lleno de deliciosas revelaciones. Había un ciruelo en el huertecillo y nunca les supo mejor ninguna fruta que aquella que tomaban desprendiéndola del mismo árbol. El reposo en las largas sillas de lona abiertas ante la casita les pareció vivificante. Se encontraban recíprocamente mejor color…El cielo se le antojó más profundo y más amplio…La gente… más fraterna y más sencilla.

El primer día, al atardecer, se aventuraron por el bosque y Amelia, la mayor, dijo que le recordaba los cuentos de hadas y Gloria, la menor, corroboró que la impresión era exactamente esa. Pero, pero. De repente “creyeron estar a muchas millas del mundo civilizado que tiene guardias y bomberos y policía…La soledad era tan densa que las sofocaba. Regresaron con la infundada emoción de ser perseguidas… Aquella noche les penetró un gran recelo”. Tardaron mucho en dormir. Les pareció estar solas en el mundo.

Aseguraron las contraventanas y para ello se levantaron varias veces de la cama para ver si así era. Los perros empezaron a ladrar. Las dos escuchaban con los ojos abiertos en las tinieblas y… “Y ya fue siempre así : los días gratos y las noches temibles”. En el silencio nocturno cualquier ruido era un estruendo. Y el perro de los Esmorís lamiendo afuera un barreño con las sobras de la cena , un ladrón que se acercaba sigilosamente hacia su cama, cerniéndose sobre su miedo y su virginidad.

Fue entonces cuando decidieron, como primer paso, comprar un perro para que les guardarse la casa y estar más tranquilas por la noche, pero alguien que también se encontraba en la quietud del bosque, preparando una tesis doctoral, se lo desaconsejó porque, les dijo, los perros tienen ideas y no se sabe bien los desastres que son capaces de originar con un silogismo . Y les puso el ejemplo de Metralla, el perro de los señores del Pazo del bosque, que un día tomó la determinación de no ladrar ni acometer a los ladrones que entraban en su huerto a robar fruta, manifestación evidente de que encontrara el comunismo y había que abolir la propiedad privada.

Convencidas por el hombre de la tesis , quien también escribía cuentos con el fin de que sus teorías científicas se comprendiese mejor, desistieron de comprarse el cánido y Gloria se decepcionó a sí misma: “ ¡De cuántos extraños asuntos hay que ocuparse cuando se abandona la ciudad. El campo es tremendo!”. E “ Hicimos mal en venir”- remató la otra hermana, Amelia.

Y es ahora cuando uno se acuerda del escapismo ingenuo y fácil, recurrente por demás, de Antonio de Guevara con su “Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea”. Sí, a veces cierto. Pero mucho más cierto “ el hombre donde nace y el buey donde pace”. O sea, “ El paraíso (nunca ) está en la otra esquina”.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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