Errores

Esta mañana, al realizar una denuncia en el ayuntamiento, he escrito la palabra “vayado”, al referirme a instalar una valla, cuando lo correcto hubiese sido vallado. Después, avergonzado, he tratado de analizar las causas y se las explico a ustedes:

1º A mi, el simple hecho de entrar en el ayuntamiento, me pone nervioso.

2º El verme obligado a denunciar a alguien, en este caso a una empresa, aumenta mi azoramiento y, consecuentemente, también estropea mi caligrafía.

3º Y, aunque dudaba en el momento de escribir, no lo consulté, a pesar de estar acompañado de una persona culta.

4º Lo único que quería era terminar rápido y que solucionaran el problema objeto de la denuncia.

5º Después, salí con mi duda, se lo consulté al amigo y sentí mucha vergüenza. No paraba de darle vueltas al coco hasta que decidí disculparme de esta manera. Cometí un error y es necesario reconocerlo.

Sé que en este mundo actual realizar una confesión así implica la descalificación rápida de los puristas del lenguaje. También sé que mi error es un buen motivo de mofa por parte de mis enemigos, tan ávidos ellos de justificar sus argumentos. Pero también sé que, el reconocer los propios errores, es el camino que me puede deparar derroteros más fructíferos.

Porque, señores, la autohumillación no es una flagelación fruto de la reflexión de Semana Santa, sino, quizás, el reconocimiento de que somos personas normales y corrientes, que nos equivocamos como cualquier hijo de vecino Y eso nos puede valer para muchas cosas. Entre ellas curarnos de soberbias y aprender humildad. Y es que además no pasa nada.