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El Fraga que yo conocí

jueves, 22 de marzo de 2012
La primera vez que vi a D. Manuel Fraga fue a mediados de los años sesenta. Estábamos mi tío Luís, mi padre y yo jugando al futbolín en el camping de Viveiro. Iba el arrollador D. Manuel acompañado del alcalde D. Hermes Varela y una comitiva de unas quince personas. Había oído hablar de él, que era ministro de Información y Turismo…y su visita se debía a la búsqueda de la ubicación ideal de un solar para la instalación del motel.

Una vieja aspiración de Viveiro por aquel entonces era gozar de un parador como Ribadeo y, a falta de ello, ahí estaba él para promocionar el turismo de la zona. Los terrenos del camping no debieron de ser de su agrado, pues se buscó la alternativa actual.

El motel se construyó, y desde entonces, subvención va, subvención viene, y negocio privado que pagamos los ciudadanos. Así agradecía “El león de Villalba” -no sabemos si por su enorme capacidad para la lectura si por su parecido agresivo con el felino-los favores de su fiel amigo, y posterior alcalde de Ourol, Guillermo Salgueiro.

Desde entonces Fraga venía con relativa frecuencia a Viveiro y era homenajeado cada verano con una comilona que organizaba la cohorte de fieles, que no sólo le rendían pleitesía, sino que le pedían favores como la declaración de la fiesta de interés turístico de Naseiro o la Semana Santa.

Fue precisamente en la Semana Santa de 1.977 cuando volví a verlo personalmente. Por aquel entonces era yo el Hermano Mayor de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad de Viveiro y a quien correspondía por rango invitar al pregonero que considerase idóneo Pero era costumbre por entonces puentear a quien hiciese falta -no había Junta de Cofradías- y aún hoy no sé, aunque me los imagino, quienes fueron los responsables de que Fraga fuese el pregonero.

Cualquiera que conociese Viveiro en aquella época sabe que unos mandaban y otros sólo valíamos para trabajar. El caso es que el pregonero fue D. Manuel -uso la forma de llamarle de sus fieles-.

Después de oír al presentador, D. Antonio García Mato, párroco de Santa María, pensé que pronto canonizarían al Sr. Fraga, pues fue tal la admiración y la vehemencia del cura que todavía hoy me parece estarla viviendo. Pero, de repente, cuando el político en cuestión se encontraba pleno ejercicio de erudición, alguien del público gritó: “Asesino”. Fraga enmudeció y se agarró fuertemente al atril y en el teatro Pastor Díaz se hizo un silencio sepulcral.

Como tocados por un resorte, varios directivos, que no estábamos en el escenario sino en otras ubicaciones, -yo estaba en la curva del teatro acompañando a mi futura mujer y su madre- salimos a sofocar el incidente y cuando volví a darme cuenta ya habían arrastrado al alborotador hasta el hall. Allí estaba el joven, que después me dijeron que era un sindicalista llamado Campuzano, rodeado de la policía secreta que venía con Fraga. Uno de ellos decía: “A éste lo liquido yo”.

Pueden imaginarse ustedes como me impresionaron aquellas palabras que tanto contradecían las ideas religiosas que se trataban de ensalzar. Después comentaban que “los secretas” habían venido de Argentina. No sé lo que hay de cierto en su procedencia, pero la frase no se me olvida. En aquellos tiempos nuestra formación política era tan escasa y las noticias tan descafeinadas que muchos de nosotros no habíamos oído hablar de los sucesos de Montejurra ni tampoco como la policía, siendo Fraga ministro de gobernación, había entrado en una iglesia de Vitoria y había matado a tres obreros. A mi me lo contaron recientemente, así como que en un bar gallego de dicha localidad celebraron la muerte de Fraga con gaitas. Eso me pareció de mal gusto y de poca categoría humana. Una cosa son las discrepancias políticas y otra saber ser persona.

En la cena posterior, celebrada en el restaurante Louzao de Area, “alguien”-callo su nombre para aprender a ser distinto- como si no hubiera habido ya bastante tensión, le comentó a D.Manuel que desde los coches de la Sección Femenina” andaban tirando propaganda comunista en las aldeas. En voz baja algunos de los presentes culpaban a Pencha, funcionaria de la Extensión Agraria, y de quien decían pertenecía a la UPG.

También ese “Alguien”, bien informado políticamente, dijo que se legalizaba ya, con gran pesar por su parte, el PCE. Lo cual sucedió días después, concretamente el 9 de abril, Viernes Santo, de 1.977.

Pero las visiones de la realidad son múltiples y variopintas y cada uno la contamos como la vivimos. Así que de mi paso como directivo del Centro gallego de Madrid recuerdo la veneración que sentían hacia él cantidad de gallegos y no gallegos que frecuentaban sus instalaciones. En muchos de los socios se observaba una especie de veneración que no resistía una mínima crítica. Era su pequeño dios, fruto de su conservadurismo, cuando no inmovilismo, contradiciendo los pensamientos de su propio líder. En los nueve años que estuve en el Centro no recuerdo que haya pasado por sus instalaciones.

Me consta que como Presidente de la Xunta sabía que pretendíamos revitalizarlo y darle ese espíritu gallego que había perdido en el “reino” del general Lobo Montero. Aquello era para mí el club de la tercera edad de Castilla-la Mancha, ni siquiera de Galicia. Las clases de gallego, a las que colaboramos en potenciar, eran obra, magnífica, de D. Xosé Mª Freixedo Tabarés y de Victor. Les pagaba, no siempre, la Xunta, muy poco y tarde. No llegaba ni para el aparcamiento. A ver cuando en Galicia reconocen la labor de mi querido amigo Freixedo.

Fraga siempre estuvo rodeado de contactos cuando no de espías y de ese modo nos llegó “una invitación“ para ir a verlo y contarle nuestros proyectos. Allá fuimos, a un hotel que era de un directivo figurón y que se había hecho rico a base de construir escuelas con arena, como la que “sufrí “en Rianxo. A mi me empujaba el Presidente del Centro D. José Cimadevila, pero yo sólo le di la mano, no sin reparo, sólo por cortesía. Evidentemente, no le expuse ningún proyecto ni le pedí nada de nada. Pensaba que si bien el Centro debía de modernizarse y él confiaba en lo que pudiéramos hacer, era él, y no precisamente nosotros, quien debiera brindarnos su apoyo, pero no fue así. Pienso que no se fiaba.

Ya existía el Palacete que la Xunta compró en Madrid y que se convirtió en la versión “fina” de la Galicia oficial. Después de nueve años de estéril esfuerzo, dimití, me di de baja y casi no volví, pero siempre me he preguntado que habrá sido de la magnifica finca que poseía el Centro en Arroyomolinos y quien habrá sido el que, seguramente, dio el pelotazo. Era muy golosa.

Cuando Fraga me dio pena fue con motivo del desastre del “Prestige “. En aquella ocasión descubrí que nuestro granito de arena en pos de la dignidad daba su fruto, y que la juventud exigía un cambio radical en la política gallega. Cuando vi que llegaban los jóvenes a la manifestación de Madrid y lo hacían desde toda Galicia al grito de “Nunca Máis”, descubrí que éramos muchos más de los que yo pensaba los que anhelábamos una Galicia que nos permitía soñar con cambios en los que los viejos caciques, como Fraga, serían defenestrados políticamente. A mi no me parecía bien aquello de “Fraga, vai morrendo” Políticamente lo venía deseando desde mucho antes, físicamente no lo pude desear nunca.

Evidentemente, mi vida está impregnada de los aciertos y errores de D. Manuel, ya que seguía muchas de sus vicisitudes y actitudes, lo que me ha permitido ver, que igual que era un gran estudiante chapón y lumbrera que se puso a servir a un régimen militar golpista, bien pudiera servir con tales capacidades a una causa votada por la ciudadanía como había sido la democracia republicana. Pero Fraga, simpatizante nazi y con claras raíces fascistas, siempre buscó medrar al amparo de Franco y hasta se hizo falangista cuando le convino. Su bagaje cultural, amplísimo, le reportó gran predicamento en una sociedad de oportunistas vencedores y corruptos. Fraga en ese aspecto fue magníficamente honrado, no así muchos de sus protegidos y personalmente nunca entendí que se dejara rodear de tanto oportunista. Su carácter mandón, fuerte, hasta chulesco, aglutinador de masas, despectivo con sus críticos, hasta maleducado con quienes ponían en solfa sus ideas, era un furibundo fustigador del enemigo porque se sabía que tenía la sartén por el mango. Si no es cierta la frase que le atribuye a Tamanes y él negaba: “la calle es mía”, perfectamente así se podía interpretar.

Personalmente sufrí su ley de prensa ya que nos cerró el Heraldo de Vivero sin motivo alguno.

Está claro el bando que eligió para así ser el paladín de los caciques y que su conversión al galleguismo no es más que una estrategia que le permitió ser presidente de la Xunta. Siempre, camaleónico él, se adaptó a los cambios políticos que a sociedad le exigía y, aunque se le valore su mentalidad reformista, a nadie se le escapa que ser uno de los padres de la Constitución obedecía a la inevitable realidad política.

Recibir los halagos de los serviles, ser receptivo a intereses poco claros, ser acaparador de honores –era un enorme ególatra y tenía ínfulas de faraón como lo demuestra el Gaias- disfrutó siendo el Cid de esos monjes soldados que resultan tan fieros para los enemigos, también se sintió orgulloso de ser el patriarca de la Galicia del pulpo y la gaita Él gustoso, hubiese deseado ser el delfín de Franco.

Bien pudo ser Fraga el intelectual gallego exilado-en Cuba podría haber sido bien recibido- espejo para generaciones futuras al servicio de la causa justa, que no era otra que la República; una república imperfecta, pero la legal y votada democráticamente pero prefirió los honores y prebendas que le proporcionaba el régimen del Dictador a los sacrificios y anonimatos.

Sin duda hay muchas personas que difieren de mis pensamientos, pero esa es la visión que yo guardo de ese Hombre. Sin duda su austeridad, su disciplina, su reiterada inteligencia, su capacidad de trabajo y su honradez son incuestionables, pero ¡Qué mala suerte tuvo con tantos alumnos que luego se dedicaron al choriceo nacional! Y en eso algo debe de influir la Didáctica.
De todos modos, que Dios le perdone.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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