La cocina gallega
miércoles, 25 de abril de 2001
Cuando uno viaja lejos de Galicia suele encontrarse con una diversidad gastronómica que bien merece un comentario y ya que, especialmente en las zonas turísticas, suele encontrarse con una oferta variopinta en la que están presentes casi todas las cocinas exóticas con detrimento de la autóctona. Así, en la Comunidad Valenciana, en la que ahora me encuentro, tengo a mi disposición previo pago de su importe, claro está- restaurantes chinos, turcos, belgas, holandeses, alemanes, italianos, argentinos, mejicanos, norteamericanos, etc., con detrimento de la consabida paella y de todas las demás especialidades derivadas del arroz, que puede ser caldoso, con costra, a la banda, con carne, con marisco y así sucesivamente. Sin embargo, en las fechas tradicionales que hemos dejado atrás, suele hacer mella en nosotros los gallegos la morriña por la cocina de la tierra y de verdad que no es fácil dar con un restaurador capaz de llenar nuestras apetencias, pues no parece sino que, fuera de nuestros lares, sólo pueda gozarse de nuestros productos en Madrid, Barcelona y, si acaso, en Sevilla.
Os cuento mi última experiencia, que tuvo lugar precisamente en Alicante, atraído por el nombre de un restaurante, El jardín de Galicia, regido precisamente por un orensano. Cogimos la carta, constelada por especialidades marisqueras, con unos precios de tal enjundia que no nos quedó más remedio que consultarle al propietario si aquellos números se referían a los distintos platos o bien eran los del teléfono. Pues, sí, eran de los platos, en vista de lo cual buscamos algo más asequible: ¿lacón con grelos? No, señor, porque se nos agotaron los grelos. ¿Lacón, simplemente con cachelos? Tampoco. ¿Merluza? Se agotó. ¿Entonces, qué? Al final nos decidimos por una modesta vieira y rodaballo a la gallega. Este último, escasito en cantidad, estaba bien; la vieira en cambio llegó divorciada de la concha, demostración evidente de que esta última no era de primer uso y el marisco había llegado en caja y en cuanto al vino, con cierto esfuerzo, conseguimos un godello de Valdeorras. Y no les digo el precio porque no quiero asustar a nadie.
Como la factura le correspondió finalmente a un servidor, quiero decirles como me vinieron a la memoria los nombres de los restauradores de nuestra tierra: Toñi Vicente la nieta del entrañable Delmiro de Tomiño- y Vilas en donde Fraga y Beiras compartieron pan y manteles-, en Santiago; Manolo Chocolate en Vilagarcía y Loliña en Carril; otro Santiago, el de San Miguel en Orense; Manolito, en Porriño; El Mosquito, El Puesto Piloto de Alcabre, el Simón de Cangas, Las Cíes de Canido, Las Bridas, en la zona viguesa; otro Manolito en A Coruña, en donde también se encuentra Pardo y el Suso; el Parrulo ferrolano, el Tomás de Jubia; el Serra de Viveiro y así tantos y tantos hasta llegar a Lugo (Y para comer, Lugo, acertado slogan de Alfredo Sánchez Carro), en donde son entrañables los nombres de Pepe y La Barra, Alberto y su Mesón, Campos, Baldomero, Pedro de la añorada Coruñesa y tantos más que siempre reconciliaron nuestro estómago con nuestra cartera.-
Gordillo, José Manuel