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Javier Aguirrezabalaga González

jueves, 02 de febrero de 2012
Javier Aguirrezabalaga Gonzlez Me gustaría hablarles y con su consentimiento, de un mundo donde solemos atacarlo con la petición de indemnizaciones por los errores cometidos, es cierto, son errores trágicos que merecen, no sólo indemnizaciones sino, la destitución irreversible de los incompetentes.

Es un mundo complejo, donde confluyen esperanza y dolor, es el mundo de lo imprevisible, de la sorpresa, de la dicha y la muerte. Sí, es el mundo de la medicina, mundo reflejado de un modo más plausible en el centro hospitalario y es aquí donde surge, un gran profesional y mejor persona, su nombre, Dr. Javier Aguirrezabalaga González.

Se preguntarán el por qué de mi interés por este profesional, en mi caso es evidente, me ha operado tres veces, pero este aspecto no es el importante. Unos, dirían que ese es su trabajo y para ello ha sido preparado; otros quizás, un buen médico, pero, desde mi personal punto de vista son reflexiones simples, vacías.

Lo que quiero decirles, es que cuando un enfermo entre en un espacio tan inquietante como es la sala de quirófano, nuestro mundo emocional se entorpece y empieza a fluir una pluralidad de pensamientos que enturbian de una manera desolada nuestro estado y, es ahí, dónde precisamente, aparece esta excepcional persona aunando sus conocimientos con su humanidad, impidiendo que nuestras ilusiones agonicen en un box a la espera de una consecuencia.

Estimados lectores, quiero decirles que el enfermo ante esta situación siente la compulsión de ausentarse, pero una voz extraña dice de una manera apodíctica “vamos allá“, y de una manera instintiva llevamos nuestras manos a la cabeza, pero él está ahí, para mitigar nuestro enorme temor, con un fraternal y vehemente diálogo, que nos lleva a la ventana de la esperanza de la vida.

Su magia hace que las luces de la enorme lámpara del quirófano iluminen el espacio con tal energía, que uno se siente seguro y esperanzado, pero admitámoslo, a pesar de esta riqueza de emociones, solemos pedir firmemente que Dios nos ayude y confidencialmente rezamos por ello.

Cuando uno sale de ese espacio, favorecido por su buen hacer y la ayuda solicitada, su rostro se engalana con una sonrisa de ensueño y proclama ese instante con la desnudez del todo.

¡ VIVE !
García Mera, Germán
García Mera, Germán


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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