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I. A propósito de la Escritura

martes, 31 de enero de 2012

¿Por qué se escribe?, ¿por qué y para quién escribimos? Por más que sea vano referirse a uno mismo, parece disculpable responder a esta cuestión de manera personal pero sin dejar de recurrir, por descontado, a otros autores valorados por afinidades literarias que aquí tendrán generoso acomodo.
A la pregunta de por qué se escribe, muchos escritores: P.Levi, Italo Calvino, Martin Amis, entre cientos, han contestado que por encontrar respuestas, organizar el mundo, demandar justicia, por divulgar, por enseñar deleitando, por sentirse vivos, “porque sí”, respondió el singular Jiménez Lozano. Si de mí hablo, diría, porque me gusta escribir: simple aficionado a las Letras, aprendiz de escribidor de vocación largamente contenida y pospuesta, en cierto modo, hasta mi actual edad de jubilación. Añadiré que no escribo por hacerme rico ni famoso, ni por liberarme de la melancolía, sino por aprender y por ocuparme de algo sustancioso y divertido, “de sentir la emoción que provoca el escribir las propias palabras que se eligen y llenan de verdad”, por alumbrar esa querencia largos años retenida; y, en parte, para aprovechar la tribuna de Galicia Digital que me han brindado magnánimos amigos.
Si mi vida - perdónenme esta nueva intromisión - ya no es más que la etapa que me queda por vivir, que esta residual existencia no sean los minutos de la prórroga o de la basura, sino fértil ocasión de contar y compartir, de bucear por la médula de la realidad y de la huidiza belleza por dónde, a veces, se atisba lo inefable o lo infinito: y, así, llenar de gozo mi tiempo, cuando el revoloteo de mis nietos me permite una pausa de soledad y silencio, imprescindibles a la hora de escribir acotaciones o ensayos, de documentarlos, de corregirlos, hasta que livianos y fluyentes resulten legibles para un imaginario lector, al menos uno, que los lea con interés, o le resulten instructivos o risibles divertimentos; porque la escritura, querámoslo o no, está destinada a alguien, todo discurso reclama un lector, sin el cual cae en su propio olvido. Decía Emilio Lledó: “La escritura sin lector es una cosa, un objeto inexpresivo, realidad sin sustancia”.

Si es triste para un escritor - por aprendiz que sea - no tener lectores, también se nos asegura, con generosidad, que la obra perdura por sí misma; pues, según el autor abulense:”Lo escrito, escrito está, como el canto del ruiseñor o del cuco están cantados los oiga alguien o no”. Y tampoco cabe reprocharle al escritor la pretensión, ¿acaso perversa?, de que sus palabras no las lleve el viento o de que caigan en el olvido, sino de alabar su deseo de que permanezcan y de pervivir en ellas contra la fugacidad del tiempo, aunque sea en el cajón de un trastero o en los anaqueles de una biblioteca.
Enigmático es que una obra bien aparente u otra más olvidada, sigan su camino, su vida, por sí mismas y se independicen del autor. Y desalienta saber que no importe dónde quedan las intenciones de éste, sus proyectos, sus creencias, sus reiteradas voluntades. Tal consideración nos llevaría hacia el estudio de la filosofía textual y de la antropología de la comunicación, a la independencia del texto frente al autor, y no parece pertinente ahora.
Terminemos: no creo que sea suficiente, ni válido siquiera, escribir para uno mismo, escribir por escribir, como a veces pienso. Entonces, para quién se escribe, a quién se dirige uno cuando busca o ensaya, cuando expresa memorias, experiencias, o perfila sus crónicas de viajes por esos mundos de Dios. ¿Quién nos lee?, ¿alguien nos lee? Peor aún, ¿cuántos leen todavía, con parsimonia, dentro o fuera de la Red?
Hablaremos de este deseado, desconocido lector, del imaginario lector necesario, sea lector medio, lector virtual o lector modelo, en una próxima comparecencia.



Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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