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Buenos y malos en la guerra civil

martes, 27 de diciembre de 2011
Ha sido todo uno: ver La Voz de Galicia de hoy y buscar los nombres de quienes han firmado un escrito pidiendo a la Diputación que mantenga a Franco como presidente honorario de la misma. Para quienes no lo han visto ni han oído hablar del tema, que supongo que serán poquitos lucenses a estas horas, el tema es que hay un acuerdo de la Diputación de enero de 2009 para revocar el título de presidente honorario de la entidad provincial. Este reconocimiento se otorgó en 1.944, y hasta hoy sigue vigente. Los firmantes del documento piden que se mantenga porque “se ofende la memoria de quien fue jefe del Estado en los momentos cruciales de nuestras vidas y que mereció la inequívoca adhesión de sus conciudadanos”, entre otros motivos.

Quienes me leen habitualmente saben que yo no soy partidario de la Ley de Memoria Histórica. Me ha parecido desde siempre abrir un melón que no se sabe muy bien a quién va a manchar. Las consecuencias de intentar borrar a Franco de nuestra Historia son, además de fútiles, un atentado contra la inteligencia y, muchas veces, el sentido común. Por ejemplo, se atenta contra este último cuando se eliminan alegremente los escudos “franquistas”, es decir, los escudos de España que están enmarcados en el águila de San Juan (el evangelista) y que no son de Franco, sino que vienen siendo parte de la imaginería nacional desde tiempos de Isabel y Fernando.

También hay ejemplos de venganzas mal disimuladas parapetadas tras esta ley, como el caso del Hospital Juan Canalejo de La Coruña. Este hospital, que durante décadas se labró un importante nombre en campos como la cardiología, en que un estudio firmado por “el equipo médico del Juan Canalejo” tenía su valía, ahora ha de firmar como el “CHUAC”, difícil nombre, que es el tonto acrónimo de Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. Tanto esfuerzo para ahora andar con estas tonterías. Si el nombre de Juan Canalejo se hubiera puesto porque era general de brigada de Franco, me parecería bien el cambio, pero no fue así, se puso ese nombre porque era un médico excepcional.

Una vez dicho todo esto, creo que es un error el escrito de alegaciones contra la decisión de la Diputación. No soy partidario de olvidar la historia, jamás, pero sí de no rendir honores a quienes se pasaron por la piedra los derechos humanos más elementales, empezando por el derecho a la vida. Retirar los nombres de General Franco, 18 de Julio o similares de callejeros, instituciones y honores públicos me parece no sólo razonable, sino importante para sanear nuestra vida de homenajes de dudosa sostenibilidad.

Pero cuidado (el más difícil todavía, el pero del pero), que yo defienda retirar monumentos a Franco no quiere decir que esté a favor de erigirlos a la República. Durante la II República se cometieron tropelías de imposible redención, iguales a las que tras la guerra encabezó el bando vencedor, así que no me vengan con que el enemigo de mi enemigo es mi amigo: atacar a la II República no es ser franquista, y estar en desacuerdo con Franco y su figura histórica no hace que uno sea automáticamente Republicano.

La democracia que hoy disfrutamos, aunque con graves errores y cosas a pulir, no admitiría jamás ni la actitud de Franco ni la de la II República. Ambos gobiernos serían, hoy día, considerados criminales, sin paliativos. Es cierto que ambos bandos hicieron cosas buenas, como la igualdad de derechos de colectivos que nunca habían visto la luz de la legalidad en caso de la república o la recuperación de un país arruinado en caso del franquismo, pero los males de ambas tendencias también son innegables.

El problema de España es que no somos templados. Las cosas no se diseccionan, se despellejan. No hay un debate sereno del estilo del extinto programa “La Clave”, sino una panda de histéricos gritones que sólo conocen consignas baratas al estilo de “Sálvame” o “La Noria” que, quién lo iba a decir, es el programa de debate de referencia en nuestro, a veces muy paleto, país.

“Con Franco se vivía mejor” dicen muchos. Siempre que hicieras la vida que quería Franco, por supuesto. Siempre que no fueras mujer, de acuerdo. Siempre que no optaras por una vida “diferente” de la que marcaba la Iglesia Católica, es cierto. “La República fue una época dorada en España”. Claro que sí, a menos que fueras sacerdote, monja o religioso. O que fueras “enemigo de clase”, concepto que abarca a cualquier tío que te cayera mal y tuviera mil pesetas en el banco.

En todas partes cuecen habas, y no podemos hablar de buenos y malos en nuestra guerra civil. No me entiendan mal, cuando uno dice lo de que “todos son iguales” es una forma barata, normalmente, de justificar a quienes suelen ser considerados los malos pero uno quiere defender. Cuando el PP es corrupto, la derecha es malvada; cuando el PSOE es corrupto “todos son iguales”. No voy por ese camino. Lo que quiero decir es que no podemos hablar de la II República como el sumun de la democracia, ni del franquismo como el paradigma del racionalismo. Para atacar los defectos de uno, no es necesario ensalzar al otro.

Los buenos hemos de ser nosotros, y no unos bandos que hace 80 años se enfrentaron a muerte. Dejemos de perder el tiempo revisando el pasado, que el futuro nos está pidiendo a gritos un poquito de atención. Las cosas no están como para andar haciendo el tonto.
Latorre Real, Luís
Latorre Real, Luís


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