Mirando a la luna
Aurensanz, María Eugenia - martes, 25 de octubre de 2011
Ayer levanté los ojos al cielo y allí estaba ella, sonriente, luminosa y dorada, era una hermosa luna creciente.
Me gusta mirar al cielo, por la noche cuando está oscuro y salpicado por pequeñas y titileantes luces de color azulado. Suelo jugar a encontrar formas, constelaciones, algún que otro planeta e intentar descubrir dónde está la Estrella Polar, que por mucho que mire a la Osa Mayor no consigo dar con ella.
Puedo pasar horas con la mirada puesta allí arriba, siendo consciente de lo pequeño e insignificante que es el ser humano dentro de un Universo enorme, en expansión. Es un privilegio levantar la mirada y perderse en ese mar de luces. Y al poco rato, siento conexión, paz, fuerza, energía y de manera automática, comienzo a meditar. El silencio de la noche ayuda, la bóveda celeste se presenta plena; y sin querer, siento que pertenezco al cosmos. El saber que todos estamos conectados con él es una sensación rica, placentera.
Aún recuerdo un ático en el que viví. Tenía un tejado muy inclinado y apenas quedaba espacio, había zonas en las que tenías que agacharte para entrar. Pero llegaba la noche, abría una ventana que estaba en mi habitación y me encontraba en mitad del tejado. Parecía que tocaba el cielo. Tocaba las tejas, veía las antenas de televisión y las estrellas eran mis compañeras de juerga nocturna. Lo mejor de aquella casa, eran las horas de poder meditar al aire libre en plena ciudad, tanto por la noche como por el día.
Era una gozada estar en la cama y ver la luz de la luna que se posaba sobre el edredón, llenando de una sombra plateada aquel sitio tan pequeño. El amanecer llenaba de tonos violetas,y anaranjados las paredes blancas que poco después se volvían más amarillas por el sol.
La luna de ayer, hizo que recordara aquellos años, aquellas horas de disfrute. Fue una maravilla poder conectar conmigo misma a través de la naturaleza y del cosmos, de la luna, del sol y de las estrellas.
La luna estaba sonriente, fuimos cómplices de momentos inolvidables, pero aún quedan por vivir otros tan especiales como los del pasado. Tal vez, aquella sonrisa enigmática y plateada, anuncie y me recuerde que delante de mi hay una vida divertida, llena de sorpresas, de misterios que desentrañar, de enigmas que resolver, de secretos que han de ser desvelados. Quién sabe si la luna querrá descubrir su lado oculto. Sólo se es que si llega ese momento, lo aprovecharé al máximo.

Aurensanz, María Eugenia
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