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Nuestro otoño, mejor que nunca

lunes, 24 de octubre de 2011
He dicho y escrito que, mi estación predilecta en A Mariña es el otoño. La de las luces tangenciales, con las playas preñadas de algas que desprenden aromas de yodo, con los primeros temporales que nos recuerdan somos costa de mar brava, dónde el viento y las mareas esculpen Catedrales en la pizarra, hacia el levante del Masma, mientras hacia el poniente descomponen el granito, en mica entre la arena, al que se añade el caolín.

Es tiempo de visita a los puertos naturales: Foz, Rinlo; Nois; San Ciprián, Vicedo, El Barquero, Portocelo; quizá un poco olvidados por la autoridad competente, ante la fortaleza de los grandes aparcaderos de buques de casco metálico que se gobiernan basándose en la electrónica, la informática y la robótica, nada que ver con las goletas y bergantines cuyas maquetas se pueden disfrutar en el Museo Provincial del Mar de San Ciprián, y que algunos recuerdan haciendo maniobra para entrar en puerto natural a cargar madera de pino para puntales de las minas asturianas.

Concluidas Las San Lucas en la inmortal Mondoñedo, “corren las calles hojas secas que vienen del bosque a dar el saludo autumnal a la ciudad, entre las hojas secas parecen correr monedas de oro: son las del abedul y de la acacia pérsica” De esta manera nostálgica, despedía el verano Cunqueiro.

Y es que este otoño resulta tan hermoso como los demás. Pero tiene determinados condimentos que le da un sabor especial a la vida de los que tenemos la suerte de pasearla entre las playas, puertos, fragas, tascas, calles, ermitas, Catedrales, atalayas, faros, plazas, soutos, petos de ánimas, monasterios, caminos y fuentes, de nuestra vieja Britonia.

Esta vez, este otoño trae aires de libertad, paz, dignidad. Algo por lo que tuve el honor y el privilegio de luchar durante doce años de mi vida, sin ser vasco, simplemente por convicciones morales y culturales que se transforman en ideología. No hay nada más progresista que la libertad. Sin libertad, no merece la pena vivir. Cuestiones como estas, que forman parte de los derechos fundamentales del ser humano, fueron delitos que se pagaban con pena de muerte.

Durante esos doce años, mi refugio físico y mental, era mi Mariña. Además lo fue para muchos de los compañeros de singladura y riesgo que me acompañaban, como escoltas o como amenazados, y descubrieron nuestra cultura, paisajes y costumbres, quedándose rendidos ante lo que yo siempre presentaba como uno de los últimos paraísos al sur de Europa.

Cuantas veces, en situaciones complicadas, me evadía mentalmente. Mientras estaba en una manifestación o en una concentración por alguna de las atrocidades del terrorismo, mi mente volaba a mis playas, entre las gaviotas o a las rompientes de la Estaca de Bares. Cuantas veces, en el Parlamento Vasco, casi inconscientemente, me ausentaba y me iba a las calles de Viveiro a tomar un vino en libertad con mis amigos. Cuantas veces, en mi despacho, o en el asiento del vehículo de seguridad, cerraba los ojos y me encontraba mágicamente en mi añorado refugio de Rueta.

Cuando regresé definitivamente en septiembre del 2002, para ser médico y libre pensador, sentí la más profunda de las liberaciones. Supongo que la que hoy sienten muchos ciudadanos vascos, que les costará hacerse a la ida, incluso adaptarse y perder la desconfianza adquirida durante tantos años. Mi padre, que lo pasó muy mal, siempre me pedía que cumpliera con mi deber. Pero al mismo tiempo, me preguntaba. ¿Cómo es que no te han matado? Mi respuesta, inequívocamente mariñana. ¡Porque no me dejo! Era lo que más le tranquilizaba.

Este otoño es más hermoso. Pongámosle música de Franz Liszt, del que se cumple el bicentenario. Primero “Un suspiro” para recuperar el tiempo perdido por la sin razón. Después, al pasear por las playas de libertad, la más hermosa de sus obras; “Sueño de amor”.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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