Veraneantes

Dice una norma cívica no escrita que es de bien nacidos ser agradecidos. Y, sin embargo, pocas veces encontré en cualquier medio de comunicación muestras en tal sentido hacia la colonia de veraneantes que, año tras año, desde mi infancia, nos vienen honrando con su presencia. Estoy hablando de familias enteras que como Donapetry, Páramo, Polo, Pedrosa, Almoina, Pita, Pérez Batallón, Ortiz, Serrano -confío en que disculpen las omisiones- formaban la jet set de la sociedad veraniega por la sencillez en el trato, la elegancia como elemento de distinción, gozaban de bolsillo generoso… y que llenaban los hoteles de entonces: Venecia, Villa Dolores y Cociña (algunos disfrutaban de sus chalés) por sólo nombrar a las de mayor reconocimiento. Eran tiempos en que padres e hijos, incluso personal de servicio, llenaban nuestros establecimientos de hostelería con cuentas abiertas por el patriarca.

Era un Vivero,-se llamaba entonces así- un pueblo marinero y campesino que conjugaba excelentemente el verbo compartir, la fiesta con la pena, la humildad con la pretensión. Era un Vivero de iglesias, callejuelas-¿recordáis que todavía entraba el sol en el casco histórico y que Pastor Díaz, en el centro de la Plaza, era nuestro máximo orgullo? Un Vivero de tabernas y café-bares (a mí me tocaba serviros en la Aldeana) y donde se sufrió como propio el naufragio de un velero cargadito de vuestros “hermanos”. Pero había que sobreponerse, y ahí estaba aquel simpatiquísimo Baíto(d.e.p), la alegría y el humor personificados, y cuyos genes todavía resuenan hoy en nuestros mesones.

Uno se emociona al recordar los favores personales de Elías Pita o Julio Almoina, pero también es consciente de que Viveiro tuvo en muchos de ellos valedores políticos que, por ejemplo, apoyaron la construcción de paseos marítimos o el arreglo de la carretera a Lugo, entre otras cosas.

Hoy aquellos jóvenes han relevado la generación de sus mayores y aquellos que tanto disfrutaban de la playa, del Casino viejo o del trato con nosotros, siguen formando parte no sólo de nuestro decorado veraniego, sino que se han incardinado de tal modo con Viveiro que lo viven luchando por sus inquietudes.

Sin duda, el Heraldo es el mejor testimonio de papel de la familia Canosa y que hoy mantiene D. Javier, el hijo de D. Ramón, para permitirnos defender lo que llamo “este trocito de papel en el mapa” de tantos abusos como lleva sufriendo después de tantos años y vosotros podéis ser los mejores testigos.

Ayer, D ª María Donapetry, excelente crítica literaria y con amplísimo historial profesional, presentaba un libro sobre los “Poetas Olvidados de Viveiro”. El actual presidente del Vivero C. F.-hace falta ser valiente para luchar por un equipo con tan escasa afición-es D. Alfonso de Carlos, sí, el hijo de aquel sencillo D. Luís, que hablaba con cualquiera y era nada más y nada menos que el Presidente del Real Madrid. Señorío que para sí quisieran los mediocres.

Son estos tres últimos personajes sólo los botones de muestra de veraneantes a los que los viveireses-entonces vivarienses- queremos, y cuyo saludo apreciamos, porque se han convertido en las mejores flores del jardín de los afectos.

Quiero pues, dejar constancia de que somos muchos los que guardamos bellísimas postales en nuestra retina de su comportamiento, de su bonhomía, de su sencillez…Sí, aquí también prendieron amores. ¡Ay los amores!

Así que muchas gracias, queridos veraneantes, desde esta Tierra donde aparcan la nubes para recodaros que hay que traer el chubasquero, donde el invierno produce depresión y hastío, donde los chipirones aguantan los avatares de la cocina rápida, donde la playa perdió su fina arena y el mal llamado progreso produjo estragos. Sí, desgraciadamente…¿qué contaros que no sepáis?
Recordad siempre que en Vivero se os quiere. Y mucho.