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Toda una vida me estaría contigo...

viernes, 12 de agosto de 2011
A Quico do Landro y Eugenio Penabad,
compañeros en las comisiones de fiestas
a principios de los setenta, in memoriam.


Escribía en alguna ocasión que el sentimiento del amor es muy extraño. No se puede razonar, y, por ser tan ilógico, resulta ardua labor describirlo. Eso al menos, me pasa a mí. Amamos con motivo y sin motivo; amamos a quien nos lo merece y hasta a aquellos que continuamente nos hacen sufrir; amamos de tal manera que nos duelen los dolores nuestros y ajenos, sean estos de amigos, conocidos o, incluso, de los que solamente se cruzan con nosotros en la calle; amamos a indios desconocidos o a negros de cualquier lugar. Y los amamos sin clasificaciones, ni por color o cualquier otra consideración humana. Amamos a la gente, sea amiga o enemiga, pero también a las cosas, a los animales, a las plantas, al aire, a la música, al agua…tantas cosas que, quizás, por eso pensamos que ya se nos ha agotado el corazón. Y, aún que creamos que somos discípulos de Rosalía por aquello del clavo, y supongamos que no sabemos si nuestro corazón está fabricado con hierro o si tal vez ya se haya muerto, confiamos en que todavía nos queda ese pedacito que nos hace loquear, emocionarnos, llorar o, algunas veces, sonreír como nos recuerdan los payasos.
Viene todo esto a colación, porque mi mujer siempre me dice que me pongo nervioso cada vez que hacemos la maleta para regresar de vacaciones a nuestra Tierra, a nuestra verdadera casa. En Madrid vivimos prestados, dicho sea sin acritud alguna, muy al contrario, con eterno reconocimiento. ¡Qué poco saben los que no salieron de la Tierra de los sentimientos de aquellos que nos fuimos a crear nuestro hogar en tierra ajena! Y aunque la tierra de promisión fue, en mi caso, generosa y acogedora, por más que algunos que no la conocen la maltraten llevados de posicionamientos políticos radicales, estoy muy agradecido a los habitantes de Madrid.
Pues sí. Me pongo nervioso sin darme cuenta, y pensando que, ciertamente, voy a volver al pueblo en el que nací, a aquel vergel donde la gente era humilde, sencilla, solidaria y respetuosa con su entorno; pero que sufrió, y sufre, el egoísmo de algunos desalmados que cambiaron aquella vieja postal por un video muy diferente ante la pasividad de aquellos que debieran de impedirlo. Y mis ojos, que fueron felices en el arenal de Covas, aquellos que correteaban por callejuelas y plazas…hoy sufren por la desidia y la permisividad. Y mi alma se llena de tristeza, y noto que mi corazón se agota, y aunque chillo, soy consciente, para mi desgracia, de que mis sueños de otro progreso viven en el desierto. Recuerdo como me enerva, viaje tras viaje, la bárbara especulación y que tanto monta quien gobierne. Y me niego a pensar que no quieran a su pueblo muchos de los que fueron mis vecinos. Pero también aplaudo la labor de aquellos que luchan por él, sean nativos o no, y desde cualquier ideología.
Vuelvo allí, donde no sólo dejé a mis padres muy viejecitos,-hoy tristemente fallecidos- allí donde reencuentro a los que quedan de la familia, allí donde enterré, esperando que la palabra vivero tuviera sentido, todos los sueños de mi vida anterior. Vida que poquito a poco huye al camposanto en forma de parientes y amigos, y que sufre el desarraigo de tantos años de ausencia. Pero también soy consciente de que tantos años mellaron la familiaridad, la complicidad, la amistad… con dolor de los corazones por ambos lados. Aquellos amigos o vecinos con los que te entendías con una mirada, hoy los encontramos distantes, quizás como si se sintieran traicionados, sin darse, tal vez, cuenta que el único pecado del emigrante es buscar el pan para los suyos. Es un peaje muy caro el que se paga con la emigración y que, posiblemente, sólo entiende quien es hijo de una Tierra a la que se quiere sin saber tampoco la razón. ¡Cómo deseamos recuperar los afectos y la confianza perdida! Tristezas profundamente dolorosas del camino de la vida. Y ¡Cuántas zarzas dejan sus espinas en nuestra alma, Machado, al hacer camino! Se lo dije al “Viejo Olmo”.
Así que cuando uno regresa, vuelve, la mayoría de las veces, lleno de alegría. Máxime, si es verano y va descansar una temporada. Porque son días de reencuentro con viejos amigos, o con otros como nosotros, a los que la vida también alejó de los suyos. Recuerdo como, en los años sesenta y setenta, salía mi bienquerido Cesáreo con su “rubia” cargada de emigrantes y maletas para Suiza, Francia, Alemania…o donde fuese menester. Por eso, los caminos de Dios siempre fueron inescrutables. ¡Qué reconfortante resulta el reencuentro, aunque sólo sea una simple visión Y además son las fiestas.
La segunda quincena de julio y agosto Viveiro se sacude el manto de la lluvia para vestirse con un hermoso vestido verde, salpicado de cantidad de aldeas que acarician el Landro con su decorado de flores, frutales y un concierto de pajarillos. Y el mar sabe a sardinas y canciones de taberna. Un hermosísimo y tierno abrazo de cariño que para mí comienza con las fiestas da Ribeira. Allí donde el pescado es pan y nuestros artistas nos deleitan con viejas canciones preñadas de sensibilidad y buen gusto, y donde los zapatos nuevos desgastan el asfalto al ritmo de meneito. Viejo y entrañable barrio donde vivían nuestros amigos de jugar al fútbol, patria de nuestra parroquia donde nos esperan siempre el Sagrado Corazón, la Virgen de los Dolores…y la Piedad. Lugar donde nos sentimos un vecino más y donde todavía los veteranos hermanos Bermúdez, familiarmente conocidos por los Peperrandas, artistas musicales donde los haya, son capaces de llevarnos al País de los sueños a base de boleros, merengues o con las canciones de siempre. “Toda una vida, me estaría contigo, no me importa en qué forma, ni cómo, ni dónde, pero junto a tí” Son tiempos de Nogueiras y de nostalgia de pandillas y compartir sin miramientos.
Después, llega el Santiago de Celeiro cargado de múltiples y entrañables recuerdos personales. ¡Aquella melena azabache hoy trocada en corazón canoso…! Allí donde bailé por primera vez. Tocaba, cómo no, la Variedades. La retina del alma ve con perfecta nitidez. Recuerdo a la amiga, el lugar y todos los detalles…hasta el cachondeo de los amigos. El Santiago, para mí, siempre fue una fiesta de casa. Y, cuando no pude asistir por encontrarme lejos, siempre había pulpo y ribeiro para celebrarlo. Y lo digo yo, que soy uno de los escasísimos críticos que pone en solfa toda la parafernalia de tanto Xacobeo. ¡Cómo me gustaría que fuese verdad! Celeiro siempre fue el sudor del mar, el cillero de Viveiro, la tierra de las galernas y en medio… el miedo, la Virgen del Carmen y el destino de los amigos. El trabajo mal pagado y la brutalidad de los nuevos ricos. Celeiro es la patria de quien sigue siendo el rey: mi fiel y generoso amigo Meiriño. Pero también del Berecho, de los hermanos Riquipoli (d.e.p.) del Barquillero, de Xuxo y Lolita del Chipe y de tantos otros. Es la tierra, por supuesto, del chilindrín cantarín.
El día veintisiete hay que ir a Galdo, la tierra de mis antepasados, donde los labradores reniegan de tanta contaminación, ante la pasividad de todos los que debieran de luchar por defender sus cosechas. Es el mundo donde todavía el sol mide las jornadas y la lluvia patrocina la artrosis. Y uno desea aclarar que la esclavitud no es una lacra del pasado. Es la cuna del sufrimiento y el silencio.
¿Qué culpa tiene Magazos para olvidarme de la fiesta de Santa Ana? Aquella fiesta era un misterio gozoso, por aquello de que Viveiro siempre tuvo un rosario de fiestas que, como las flores, salpican el valle. El día da Santa Ana, allí, en un botiquín… cambió mi vida, por culpa de un “cerollo” de Galdo en forma de mujer. ¡Cómo para olvidarme! Te debo mucho, Magazos. Los que sabemos que existen los momentos felices, todavía vamos-y pasaron treinta y cinco años- a tomar la cerveza a aquella hermosa pista cada veintiséis de julio. Aunque ya no haya fiesta y sólo estemos nosotros.
Magazos, desde Viveiro, es la hermana mayor de Xunqueira do Val das flores. Tierra silente y de plegaria, alma de leyenda…por eso navego, con mi maestro Nicomedes, en mi lanchita de papel, Landro arriba, para recrearme en la paz de la compañía de mirlos, lavanderas, gaviotas…y mis sueños
Pero “engedellar, engedelleime” en Galdo. Los “cerollos” (ciruelas) siempre me gustaron mucho. Y uno tenía forma de mujer. Cosas de mi imaginación. ¡Hay aquel ciruelo blanco donde enterramos a nuestro tierno perro o Sil! ¡Qué azúcar más meloso! Hoy hay que ir a misa, y disfrutar de san Pantaleón alrededor del atrio, y saludar a los amigos de la parroquia, con toda la gente engalanada y el sabio D. Enrique Cal Pardo presidiendo. Después sesión vermú, y unos críticos musicales juzgando a la cantante por su físico. Yantar en la casa de la familia…y requesón. San Pantaleón gana la liga de las orquestas. Y uno aprovecha la coyuntura para rememorar la jira a Portochao con las lanchas engalanadas. ¡Qué pena que cosas tan bonitas y baratas se pierdan!
Termina el mes con la feria del primero, la llegada de ese enjambre de emigrantes, ya nacionales ya extranjeros, gentes de las aldeas que bajan a la Villa, turistas nacionales o de cualquier otra procedencia y Viveiro triplica su población para convertirse en una especie de zoco o gran centro comercial donde las iglesias o las estatuas le confieren esa singularidad diferenciadora.
Agosto es el mes del arte por antonomasia. El tiempo aparca en Vivero sus reales nubes y las deja descansar, y las conversaciones, indefectiblemente, giran sobre si les permitirán ir a la playa. El tiempo, que en inverno es largo y monótono, escasea en agosto y, si bien uno quisiera poder gozar del sosiego necesario, se ve sumergido en la vorágine, y sólo dispone de visiones fugaces para contemplar las exposiciones de gente como Pepe Luís Neira que, a base de azules, rojos y amarillos, nos sumerge cual náufrago en la galerna. O de Loly Cora, cuyas buganvillas florecen con especial sensibilidad…Son sólo dos ejemplos del pasado año. Después están los libros, que si bien algunos resultan unos pestiños, otros, en cambio, confío me resulten provechosos: Miguel Sande, Vicente Míguez y el de los “Poetas olvidados”-la palabra POETA merece las mayúsculas- son tres que se presentan y que me van a interesar. Quizás haya alguno más. También quiero robar tiempo al reloj y las obligaciones para escuchar la música Folk del grupo de Bágoas o de la orquesta Bing Band, que me parecieron otras veces muy interesantes. Y ahí está el Resurretion fest (veinticinco mil jóvenes avalan su éxito musical en una demostración clara de educación y civismo) El Festival del Landro, (con su fenomenal orquesta, verdadera plataforma para futuras figuras de la canción como la eurovisiva Lucía Pérez) la Mostra Folclórica Internacional (donde la incombustible Mari Carmen Chipe nos sorprende cada año con las exquisitas danzas de cientos de países. Nuestro buen amigo Xulio Xiz, maestro de ceremonias). Si cuanto antecede nos sorprende que pueda ser organizado por un pueblo de dieciséis mil habitantes y con tan escasos recursos, a mí, lo que me encantan, son los cabezudos. Y la algarabía de los niños tras la Bruja, los conciertos de la magnífica Banda, ver jugar al Vivero CF…y subir a San Roque.
Para muchos de nosotros la subida al Monte supone llevar el morral del corazón lleno de ilusiones, unas de gratitud y otras de dolores. Y uno allí se convierte en el perro que lame las llagas de la vida y le pide a nuestro Patrón-con el permiso de Santo Tomás-por un pueblo víctima de los egoísmos de algunos vecinos y también, cómo no, por sus seres queridos.
Nuestra Señora y San Roque para los vivarienses son el cenit de la alegría de todo el año. Son misa cantada, cohetes, banda de música, comida familiar…cartel amplio que resulta difícil de cumplir. Posiblemente sea parecido en muchos sitios, pero a mí que me permitan seguir disfrutando de los niños bailando una muiñeira detrás de al Ermita.
Y siguen las fiestas. Y hay ferias del libro, de artesanía…tantas cosas que uno no da abasto para escuchar las corales o a Escolma de meus, cuyos conciertos alegran mi invierno con su música. Hay prisa porque llega Naseiro y hay que montar la mesa, aunque el cuerpo esté reventado..
Naseiro es el hijo mayor del dios Baco. Además Morfeo está, provisionalmente, destronado. Y con Naseiro llegó el pulpo. Y los callos. Y el caldo. Y las tortillas, empanadas, lacón cocido y asado, churrasco, carne asada, …también mariscos…tartas, pasteles, fruta, helados…y camiones de vino y bebida. Naseiro es tierra de cubatas. Lluvia exterior e interior. Banderitas que se mojan y otro perrito piloto. Manso Landro, convertido en escenario de carnaval, y olor a eucalipto y manzanas plateadas por la Luna. Y lo de siempre: sexo en el pajar o donde se tercie.
Y de nuevo, sardinas para enterrar un verano precioso y escaso, que sumerge al pueblo en el letargo, donde las sábanas sucias reemplazan a los cirros, y se mojan las calles para escuchar los maullidos de los gatos. Mientras el maletero se llena de empanadas, verduras, chorizos y otras viandas especialmente sabrosas. Y la maleta del corazón se llena de recuerdos y se lleva consigo el saco de los abrazos, la música de las fiestas, el sabor a mar, la pupila verde de sus campos, la canción triste del marinero, la sonrisa de un cabezudo, la gratitud del anciano del asilo, la fugaz visita al camposanto, la postal de la ría, el dolor propio y ajeno, algún entierro...para regresar a la patria de adopción con el sabor agridulce de la canción: “dos amores a la vez y no estar loco”. Y aún así te cantamos, Viveiriño, toda una vida me estaría contigo, no me importa en qué forma, ni cómo ni dónde, pero junto a ti. Aclara el tiempo por la Gañidoira y los suspiros acallan a las lágrimas. Prohibido llorar.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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