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Caciques

jueves, 04 de agosto de 2011
Recuerdo como en pleno Franquismo se compraban las plazas de funcionarios y hasta conozco alguna familia que vendió las vacas para que su hijo/a pudiese ser maestro. Alguno ya está jubilado y esperemos que la nueva hornada de “profes” enseñe a sus alumnos aquello que se llamaba dignidad. Supongo que muchos de mis ex colegas jamás comprendieron el significado de la palabra.

También confiaba que con la llegada de la democracia atávicas costumbres de caciqueo se habrían descubierto y los ciudadanos se habrían involucrado en denuncias que habrían mejorado la transparencia, el cumplimiento del deber, el control de los intereses públicos y todas esas cosas que debieran fortalecer y mejorar un sistema democrático, que aún siendo muy perfeccionable, es el mejor de los que podemos vivir.

Desgraciadamente son poquísimos los que luchan para evitar el abuso del poderoso porque denunciarlo conlleva riesgos y es más cómodo callarse y ser cobarde.

No esperaba que determinados individuos, habituados como estaban al mangoneo, el mamoneo, la arbitrariedad o el nepotismo pudiesen continuar practicando los abusos que la mayoría de los ciudadanos despreciamos, y confiaba en que tales conductas fuesen corregidas por el voto de los ciudadanos y la autoridad competente. (Concretamente me estoy refiriendo a una justicia, politizada en grado sumo, y cuyo desprestigio es consecuencia de la falta de valentía y de plegarse a los criterios políticos de este o aquel partido. De tales polvos…).

Tampoco esperaba que los partidos pudiesen dar cobertura a una cantidad enorme de mediocres e indeseables como muchos de sus militantes. Confiaba en que sería mejor poco y bueno que mucho y malo. Y, salvando las excepciones que pueden estar en este o aquel partido, ya ven ustedes los carteles electorales y sus líderes.

Todo cuanto antecede viene a colación porque yo creía que para un puesto de trabajo lo que se requería era formación, disponibilidad, ser trabajador y llegar a un acuerdo económico; pero me sorprenden mis amigos o conocidos cuando muestro mi perplejidad porque veo como la oficina de colocación es el despacho del alcalde, sea del partido que sea, que los empresarios tragan con el enchufado aunque sea la cosa más inútil que parió madre y tenga o no formación.

Por lo visto no hemos evolucionado nada y nuestros chavales más preparados, aquellos a los que les queda la dignidad, vuelven a irse para Alemania como hicieron sus abuelos. Son el fruto de la desidia de sus mayores que no se han esforzado jamás en generar los puestos de trabajo que sus hijos demandan en tierra ajena.

Han permitido que las subvenciones, tanto de la Xunta como de Europa, se hayan perdido aumentando el patrimonio de particulares, pero jamás redundando en un una efectiva creación de empleo. Pero tampoco esas instituciones han corregido el error. La pólvora ajena es alegre.

Sin duda, hoy más que nunca España necesita empresarios que absorban la desafortunada mano de obra que abunda en el país.

Ahora es el momento de demostrar realmente la sinceridad del patriotismo, (aquí conviene alertar al personal de que los dioses mediáticos, sí, esa gran cantidad de cantantes, tenistas, futbolistas…usan, en su mayoría, los paraísos fiscales como refugio de un dinero que genera tanto papanatismo y hay que exigir que los clubs de fútbol no pueden librarse de sus obligaciones fiscales y de seguridad social y que tampoco es lícito recalificarles terrenos para después despilfarrarlos con fichajes millonarios ¿no somos todos iguales ante la ley? ), pero también hay que decirle al empresario que no hay que aceptar los chantajes de estos políticos tan miserables, que las empresas requieren mano de obra cualificada para ser competitivos y que hay que pagar un sueldo acorde al trabajo realizado-no la explotación ni aprovechar la coyuntura-y que sus beneficios son legítimos, siempre que se cumpla con las leyes. Y es a éste a quien el estado debe proteger, no a las multinacionales que tanto chantajean y se llevan millones y millones de euros para después dejar tirados a sus empleados.

En definitiva, perdón por mis frecuentes disgresiones, lo que trato de decir es que no se puede consentir que nuestros alcaldes sean unos auténticos caciques como los que hemos sufrido antaño y nada justifica esa postura y, si los empresarios los tienen en tal estima, habrá que preguntarse si hay favores mutuos, mordidas, chantajes…y otras lindezas al uso.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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