¿Cajas de cartón?
Prieto, Antonio J. - miércoles, 27 de julio de 2011
El verano de 2009 paseando por la céntrica plaza de Bergen, en los aledaños de su fantástico puerto en el que se mezclan embarcaciones de todo tipo, surge de forma espectacular un mercadillo, que para nosotros quisiéramos. El agua fina de este país, aquí hasta la meteorología es cívica, era tan insistente como pertinaz y lo que sucedía es simple y llanamente que te calaba. Pero para este pueblo singular, en Noruega no hay mal tiempo, solo mala ropa, y era evidente que yo no iba bien vestido para el caso.
Al acercarse a los numerosos puestos que pululaban por todas partes, el viandante podía comprar desde gafas de sol, curioso, hasta el mejor salmón, carne de ballena y un marisco, que si no le hablas y le preguntas no sabrás si es de Ortigueira o de Finisterre.
Tuve la inevitable sensación de degustar lo que mis ojos me pedían insistentemente, y mi sorpresa fue el oír como me hablaban en un perfecto español con acento catalán, madrileño y andaluz.
Me atendió Jordi, que se encontraba pletórico por su tercer año de económicas finalizado en una de las más afamadas escuelas de negocio de Barcelona, y que durante los veranos visita esta hermosa villa, para hacer su economía más real que la sostenible, de la que venimos oyendo hablar tanto en los últimos tiempos.
Oye Jordi, te puedo pagar con tarjeta, es para no desprenderme del efectivo en euros, no llevo coronas.
No amigo, aquí como en Sabadell cobramos con pasta. Pero te doy una solución: a unos 800 metros de aquí encontrarás una caja de ahorros, donde te facilitaran el efectivo que quieras y con una comisión mínima, yo voy allí, concluyó con firmeza. No te recomiendo los bancos porque cobran más.
La verdad es que la elegante lluvia de Bergen no animaba al paseo que me proponía Jordi. Así que le pague con euros y él hizo sus cuentas con su calculadora, que echaba humo.
Al preguntarle por la Caja que me sugería, acerca de su funcionamiento y su grado de influencia en el mercado local, fue tan taxativo como contundente: aquí las Cajas son de verdad, y me estoy planteando mi tesis doctoral sobre las diferencias entre éstas y las nuestras.
¿Tanta diferencia notas?
Bueno, se lo diré más claro: las nuestras me parecen de cartón.
Esta afirmación no fue una chanza, porque no se movió un músculo de su cara para sonreír.
Nos despedimos y disfruté de las viandas que Jordi quiso suministrarme en la libertad que le había concedido para que así lo hiciera.
Remontándonos a una decena de años atrás, hubo algún financiero, tildado de visionario, que dijo tener todo preparado para emitir las tan nombradas ahora cuotas participativas para capitalizar el segmento y por ende el sistema.
Ahora, diez años después, observamos a los hijos de Odín para asegurarnos el futuro endémico, digo sistémico -¿en que estaría pensando?- y preservarnos del temporal que se nos avecina.
Las cuotas participativas, que sin duda serán un excelente vehículo de capitalización, a nuestro juicio deberán ser tuteladas muy de cerca por nuestro Banco emisor, para impedir que los atentos al Botín, terminen fagocitando a nuestro segmento de Cajas.
Sería un oportunismo mediocre, hacer ahora leña de árbol caído, y olvidarnos de la excelente tarea financiera, de servicios y social, que las cajas han venido realizando y que sin duda podría haberse optimizado si el tan cacareado sistema de control sistémico, hubiese mirado de frente y no de soslayo, eso tan nuestro y tan guay.
El paraguas LORCA no será suficiente jurídicamente para asemejarnos a nuestros primos lejanos las sparbanks.
La ilustre hermandad y cofradía de los euro ricos, a los que pertenecemos (¿?) nos va a exigir una mayor solvencia para acceder a los mercados y que los inversores nos acepten, porque incluso con las actuales primas de riesgo, somos extremadamente vulnerables.
Si pretendemos acabar con la epidemia sistémica, la endogamia es un fármaco muy peligroso. Las cuotas participativas necesitan estar dotadas de derechos políticos, sus propietarios, y fundamental como hemos dicho tuteladas, para que su adquisición no se convierta en un Botín de los depredadores.
En este punto no podemos imitar a las Cajas noruegas en las que los cuota-participes pueden tener entre un 20% y un 40% del capital, el mal sistémico, se convertiría en una masacre.

Prieto, Antonio J.