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Reflexiones desde el otoño

martes, 19 de julio de 2011
Tengo la sensación de que a mí me van a afectar poco los cambios como la reforma laboral o quien gane las elecciones, por poner sólo dos ejemplos de cosas que debieran preocuparme en condiciones normales. Quizás note el cambio climático, la merma de la pensión, la subida de los artículos de primera necesidad o todavía la mayor degradación de la especie humana.

Son ventajas y desventajas que conlleva el ser consciente del propio envejecimiento. Sin embargo, quiero mucho a los que vienen detrás, que quizás desconozcan el gran deterioro que está sufriendo la especie humana, ya sea en su hábitat, ya con falsos progresos, ya con la escasísima evolución de la calidad personal. No son tiempos para el refinamiento ni para la reflexión, sino horas de prisas desaforadas en pos de dioses menores como el dinero, la fama o cualquier otro reconocimiento personal. Tampoco está de moda la sensibilidad y la delicadeza en las relaciones personales. Pedir perdón y rectificar no está de moda y mucho menos reconocer los méritos ajenos.

Viven muchos congéneres-permítanme que me borre y procure ”la descansada vida del que huye del mundanal ruido”- destruyendo la naturaleza con descomunal entusiasmo, ajenos a cuantos avisos nos proporcionan los científicos; montan guerras para vender armas-en mi vida no recuerdo un día en que pudiésemos decir que ha reinado paz en la Tierra como reza el cartelito navideño-;usan a pobres de cobayas para probar medicinas, justifican la injusticia social, trafican con alimentos, y hasta los destruyen, permitiendo la muerte de millones de personas por inanición; se dejan manipular por políticos corruptos y se pasan la vida quejándose, pero jamás se implican en corregir las cosas que no les gustan. Viven obsesionados por el sexo, la gula, y la comodidad y se creen pequeños reyes subidos en el caballo de la autosuficiencia y el hedonismo. Pasan la vida cabalgando, no en pos de sueños, sino por el camino fácil del abuso, de la mediocridad y la abulia y son capaces de predicar en cualquier palestra un millón tropecientas mil estupideces.

Son conscientes de su autoengaño, pero no dan el brazo a torcer porque no quieren reconocer que su filosofía vital fue muy barata y sobretodo acomodaticia en pos de pequeños reconocimientos basados en el dinero. Ahora que el teatro remató la función, y no queda otra que descubrir el rostro verdadero, no valen las lágrimas ni las lamentaciones, pues sabían a ciencia cierta que vivían autoengañándose y de espaldas a los principios básicos que proporcionan la ética y la moral al ser humano. Han justificado el robo, la zancadilla, el ultraje, la soberbia, la corrupción-todavía oigo a mis semejantes ser benevolentes con los que saquean el patrimonio público-han vendido la verdad, prostituido palabras como libertad, justicia, honradez…
Han creado un mundo artificial y vacío, de luces de neón, donde lo superfluo rellena todos los huecos tratando de disimular su soledad.¿Serán capaces de confesar a sus hijos los errores?.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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