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Vivir para ver

lunes, 11 de julio de 2011
Días pasados un amigo no entendía el motivo porque me ausenté cuando, estando en grupo, me invitaron a tomar algo. “A mí –le dije-me gusta alternar con amigos, con conocidos, con desconocidos y creo que no tengo problema de relación con nadie por ningún motivo, pero me niego a hablar con golfos.

No doy cobertura a determinados personajes. Desgraciadamente conozco demasiados impresentables y a mí me cuesta mucho perdonar con sinceridad a aquellos que siguen sin enmendarse.

Ya sé-continué-eso de que hay que perdonar, reconocer las propias culpas y aceptar a cada uno como es, pero yo no soy ni santo ni cura y hay demasiada gente que me resulta vomitiva con su miseria espiritual.

Vivimos en una atmósfera muy mediocre, rodeados de muchos miserables, y no quiero ni ser partícipe ni mucho menos cómplice”. Mi amigo, que es muy buena persona y muy humilde, me contestó: “ó mellor tés razón”. No sé si la tenía o no, o si a mí me había dado un ataque de soberbia. Lo cierto es que, curiosamente, mientras caminábamos, nos cruzamos con dos conocidos míos que me saludaron con un “hasta luego”, a hurtadillas, y a los que mi presencia incomodaba, y que, posiblemente, me iban despellejando sin saber el uno y el otro que ambos me habían realizado confidencias en las que se ponían a parir mutuamente. Eso me llevó a recordar que por suerte conseguí muchos enemigos.

Hubiese preferido amigos. Pero elegí el camino duro que supone el decir lo que uno considera verdad, luchar por un mundo mejor aun a sabiendas de que soy el penúltimo de mi saga, no formar parte de ninguna camarilla, caminar solo, pero recto, huir de protagonismos y aplausos, denunciar los abusos para enfrentarme con los poderosos, rehuir la compañía de algunos que tratan de incluirte entre ellos… conlleva un peaje caro que uno asume con determinación.

Es un camino que no tiene oposición, casi somos especie en extinción y hasta, a veces, cansados de tanta incomprensión y chillar en el desierto, sufrimos el desaliento y la tentación de ser más prácticos. Pero también podemos recordar a los amigos quienes somos y en donde nos ubicamos. Yo lo sé y aquel con quien lo hago. Y es que cuando en una sociedad a las personas se las mide por la cuenta bancaria o por su realce estatutario, uno comprende lo lejos que vive de los demás. Fíjense como no somos lo que llaman políticamente correctos, pero ¿nos permiten que seamos sinceros? .Gracias.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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