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Hace 50 años

jueves, 30 de junio de 2011
El 2 de Julio de 1961, el premio Nóbel de literatura, Ernest Heminway, puso fin a su vida. Por aquellos día mi tío Manolo de Rego, sanciprianés, estaba a punto de cumplir cincuenta años, los mismos que ahora conmemoramos de la desaparición del autor de la obra “El viejo y el mar”.

El verano pasado, justo en los primeros días de julio, nada más llegar a nuestra Mariña, Xente Colosía, catedrático, residente en Madrid, pero aventado, natural de Viveiro, me regaló, mientras cenábamos en San Ciprián, la versión en gallego “O vello e o mar”, con una dedicatoria en la que me aseguraba “ Ernerst se enamoró de San Fermín, porque no conocía a San Ciprián”.

Evidentemente, aquel viejo pescador, Santiago, con las manos cortadas por la mezcla del cáñamo, salitre y la línea del arte de pesca, con la que mantiene la pugna con el túnido, podía ser cualquier marinero de nuestros puertos mariñanos de los años 60, cuando salían en motoras a la cacea en busca de un robalo.

De aquella Cuba en la que se refugió Hemingway, para escribir y disfrutar de la naturaleza que culmina con su obra premiada en 1954, llegaron las ayudas económicas de tantos gallegos que hicieron posible grupos escolares como el que se inaugura en los años veinte en el puerto de San Ciprián; tiempos de navegación a vela, en los que los mejores puertos naturales eran las rías, de ahí que cuando alguien se refería a O Porto, todos sabían que hablaban de el antiguo puerto de las Reales Fábricas de Sargadelos, situado en la desembocadura del río Covo, es decir en la ría de San Ciprián justo antes de la playa Do Torno.

Aquellos marineros, que muy niños, quizá a la edad de Manolín, el amigo de Santiago, se hacían con la primera cartilla de navegación, y comenzaban la vida de trabajo en el cabotaje. Esa fue la historia de mi tío Manolo. Hubo de escoger. Entre la mar o la emigración. Se inclinó por la segunda. Y tuvo que hacerse con la cartilla de emigrante para hacer las Américas, irse a la ciudad de Buenos Aires, con diecisiete años.

Comparto con Hemingway, su manera de referirse a la mar, en femenino, por ser como una mujer que se comporta como tal, dando o negando grandes favores, que provoca ese amor que sentimos por ella, los que no podemos vivir sin su presencia, sus sensaciones, sus cambios de estado. Esto también lo aprendí de mi tío, capaz de quedarse extasiado contemplándola y viéndosele feliz a la caña del timos de la Calixto, cada vez que se dirigía a los Farallóns en busca del escarapelado, dónde los Robalos se bañaban en la espuma de las rompientes.

Hace cincuenta años, en nuestros puertos naturales, en sus tascas preñadas de viejos marinos, lucía el azul mahón, la boina calada en la frente, las manos anchas, la piel morena curtida por la brisa, las historias de singladuras pasadas, las canciones populares y el vino a granel.

Había comenzado la costera del bonito. De su éxito, marea a marea, iba a depender la vida de las familias, incluso la construcción de nuevas viviendas. Cada bonitero que llegaba a puerto, era un acontecimiento que se adivinaba, tan sólo por la línea de flotación del buque. Después, el rito de la descarga a brazo, de aquellos ejemplares procedentes de la nevera, entre hielo y tablas de madera, tras la subasta en la lonja.

Si Hemingway lo hubiera visto, a cada personaje, hubiera escrito más historias de hombres y la mar.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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