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La espiral de la ruptura

jueves, 23 de junio de 2011
El Sociólogo J.J. Linz, premio Príncipe de Asturias 1987, especialista en análisis sobre regímenes autoritarios y la quiebra de las democracias, nos ilustraba con sus obras, en nuestra lucha por implantar la cultura de la democracia en Euskadi, durante los duros años en los que, gentes como yo, habíamos decidido dar un paso desde la sociedad civil a la política a riesgo de que nos asesinaran.

Merece la pena leer sus teorías sobre las espirales del silencio y de la violencia. Estoy haciendo acopio de estas reflexiones un domingo 19 de junio, por la mañana, cuando todavía no se ha celebrado la anunciada manifestación de los ciudadanos comprometidos y emocionados con el movimiento social del 15-M, que ha dividido a la opinión pública española de una manera perversa.

Lo peor que le puede suceder a un país, civilizado, culto, informado, con patrimonio histórico, es no enterarse o no querer hacerlo, de lo que está sucediendo en su tejido social. Me lo contaba Hermann Tertsch, en su Vitoria natal, tras su periplo en Sarajevo, como corresponsal del País en la guerra de los Balcanes.

Aquellos ciudadanos que habían organizado una olimpiada blanca, tan cultos y tan abiertos al turismo de calidad, estaban matándose los unos a los otros, sin que nadie lo impidiera.

Y es que nada es casual, todo es causal. Hace tiempo que nos preguntamos, como puede un país soportar alrededor de cinco millones de parados, dos millones de pobres, un millón de familias que no reciben ayuda alguna, salvo la de los comedores sociales, mientras los bancos siguen en este mes de junio repartiendo dividendos, los ricos instalan sus empresas en los países de economías emergentes, los sacrificios para mantener el Euro, como única seña de identidad de la Europa de los mercaderes, nos está costando, que un tal mercado, cada día nos ponga tareas que deben soportar las clases populares que se van proletarizando para terminar siendo aquellos parias a los que se refiere la vieja y querida “Internacional”.

Al fin y tras un libro de algo más de 40 páginas, escrito por un resistente de más de noventa años, surge la indignación contagiosa y unida, sólo que esta vez, ni es en Moscú, ni en Paris. Tenemos el honor de ser los españoles los revolucionarios frente al viejo régimen que nos oprime y no nos representa en la conquista de la democracia.

Pero como siempre, surge la reacción. La de los acomodados, la de los que pueden llegar a tener la tentación de imponer la tiranía en nombre de la libertad. Y es que llevo días escuchando discursos, políticos y mediáticos que me producen sonrojo de rabia al comprobar la gentucilla que nos dirige en momentos tan crudos como los que nos están tocando vivir. Sólo les queda ordenar , a la caballería del Zar, que cargue contra la muchedumbre hambrienta…De hecho, en Barcelona, un mamarracho, revestido del pontifical de Conseller de la Generalidad lo hizo, logrando poner en marcha la espiral de la violencia con la respuesta de lo que luego la televisión, del régimen al uso, ha magnificado, es decir, “la humillación” de los Parlamentarios Catalanes a los que los aporreados, famélicos, desencantados, hartos de estar hartos, les recriminaban el abuso de poder al servicio de sus intereses, de espaldas al pueblo que las está pasando canutas.

Hoy 19 de junio se puede cometer el último de los atropellos que ponga definitivamente en marcha la espiral de la ruptura, la misma que hemos visto en los países Árabes, esos que se nos antojan distantes e impresentables para lo que nos conviene, ya que seguimos vendiéndoles armas a sus tiranos, mientras el pueblo mora en la edad media y considera, por obediencia debida, a su dictador, como en las monedas de Franco, “Caudillo por la gracia de Dios”.

Aquí la dictadura se llama partitocracia. Aquí el sistema está corrompido. Aquí hasta Cayo Lara, que se quiso pasar de listo oportunista, no sirve. Cada Alcalde, cada concejal, cada representante de la sociedad civil, tendrá que examinarse de conducta y talante democrático; estamos ante un nuevo ciclo socio-cultural que recibo emocionado, aunque para ello, primero, hay que pasar por la fase de indignado y después por la de sublevado.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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