Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Fernando

García Otero, Juan María - martes, 14 de junio de 2011
Los mitos y las leyendas nacen en la bruma del tiempo y, si acaso, también en la calima y los vagos recuerdos de las cada vez más desmemoriadas mentes humanas.

Hace mucho tiempo tuve que inventarme un amigo imaginario por pura necesidad. Era una época en la que viajaba bastante, y en la que me veía obligado a comer en diferentes lugares fuera de mi casa, normalmente casi siempre solo, o cuando más, en compañía de una o dos personas.

El que haya tenido la desgracia de comer fuera de casa en lugares diferentes durante muchos años, sabe que los camareros y encargados de los restaurantes, tienen la fea costumbre de dar a los clientes que llegan esporádicamente, los peores sitios, y las mesas más pequeñas y peor situadas.

A mi, siempre me han fastidiado esas mesas para uno o dos comensales que se encuentran ubicadas justo en medio del comedor, pegadas a una columna, o en algún otro lugar en el que no cabe apenas nada, pero se hace sitio para colocar “esa mesa raquítica” en la que a uno le sientan. En aquellos tiempos, solía ser una mesa incapaz de acoger confortablemente a ningún mortal, salvo que uno sea liliputiense. Además, aquellas mesas solían tener colocado sobre ellas, todos los “artilugios” que una mesa normal de superiores dimensiones contenía; floreo, cenicero, copas, platos, servilleta, platillo para el pan, servicio de café incluida la cucharilla y el azúcar y por supuesto los cubiertos.

Cuando uno ya se ha sentado y pide un aperitivo, le traen además del pan; la mantequilla y la carta, el vino, y una botella de agua o una cerveza, o bien las dos cosas, dependiendo de lo que se haya pedido. En ese momento, es cuando uno se da cuenta de que ya no cabe absolutamente nada más sobre aquella raquítica mesa.

Si por casualidad se pide una ensalada para acompañar con algo, resulta imposible conseguir ubicarla sobre un espacio libre. Obtener la cuadratura del círculo, puede resultar más sencillo que colocar la ensalada sobre esa mesa. No digamos ya, si el menú solicitado lo traen en una fuente para servirse de ella. Entonces es cuando uno puede entender mejor la realidad de la distancia en años luz.

En estos casos, uno se ve abocado a utilizar la mesa de al lado, si esta vacía claro, con el consiguiente cabreo del camarero, que hará todo lo posible por que sepamos que esta enfadado. Bueno, y en el supuesto de que uno pretenda leer el periódico, es entonces cuando puede entenderse perfectamente aquella frase del Rafael el Gallo; “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.

Este problema lo tuve que soportar durante años, hasta un día en el que había quedado con dos amigos a comer, y estos no se presentaron. Fue entonces cuando nació la idea.

El camarero me había instalado en una confortable mesa para cuatro a la espera de que los otros dos comensales, que al final nunca aparecieron. Que tranquilidad, que cómodo comí.

La idea de mi amigo imaginario surgió a partir de aquel incidente. Fue entonces cuando me pregunté. ¿Qué pasaría si cada vez que fuera a comer dijera que estaba esperando a uno o dos amigos? O también, si éramos dos, decir que vendría un tercero y si tres un cuarto ¿Qué pasaría entonces? Nada. En mi mente acababa de nacer la idea.

Dicho y hecho. Aquello que podía parecer tan simple, funcionó a la perfección.

Daba igual que llamara con antelación para reservar una mesa, o que entrara yo solo o acompañado de una o dos personas demandando una mesa. Siempre pedía para una persona más. Aquello era la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

A partir de entonces, la historia era simple. Yo siempre me inventaba a alguien que vendría en unos minutos, y luego ese personaje nunca aparecía. Andando el tiempo con lo de los teléfonos móviles, siempre había una llamada avisando de que ya no se presentaría aquel amigo malqueda que nos permitía almorzar o cenar holgadamente, con lo que, si además uno ponía cara de enfado por ello al comunicárselo al metre o al camarero, este lo entendía perfectamente y a partir de aquel momento, mejoraba sustancialmente el trato y el servicio. La victima era yo.

Por fin se habían acabado las estrecheces y las mesas raquíticas.
Al cabo de un tiempo, y como uno es imaginativo, decidí ponerle un nombre a mi inventado amigo. Empecé a pensar. ¿Que nombre debería de ponerle a este amigo tan servicial?

De pronto vino a mi memoria un curioso personaje de nombre Fernando. Fernando era alguien al que yo, tiempo atrás le debía un gran favor. Favor que en verdad le había estado pagado muy generosamente cada tres meses durante varios años. Para hacerle efectivo aquel favor, casi siempre nos reuníamos a comer, y durante todos esos años solo conseguí que me invitara el una sola vez, y esto porque “subliminalmente” insistí bastante en ello.

Decidido, mi nuevo amigo desconocido se llamaría a partir de entonces Fernando. Aquella fue mi forma especial de vengarme de aquel personaje curioso que, aunque útil para mí en aquel momento, hoy por fortuna ya no forma parte de mi vida.

A partir de entonces, Fernando empezó a ser conocido entre mi familia y mis amigos, tanto, que en más de una ocasión cuando quedábamos a comer o a cenar en cualquier restaurante, y era yo el que reservaba la mesa, alguno de los comensales al ver que sobraba una silla y un servicio, hacia los oportunos comentarios sobre este hecho.

-¿Quién falta? ¿Viene alguien más? ¿Cuántos somos?
-Falta Fernando- Le respondía yo.

Al principio más de uno de mis amigos cayó en el error de preguntar.
-¿Qué Fernando?-.

Era entonces cuando le explicaba el porque de la existencia de Fernando.

De este modo Fernando se instaló en nuestras vidas y en las de nuestros amigos. A partir de esto, fue un invitado permanente en las comidas fuera de casa, hasta el punto, que se integró en la familia y entre los amigos como uno más. Si alguno de mis hijos hacia la reserva para comer o cenar fuera de casa, siempre me preguntaba.

-Papá, ¿Hoy nos acompaña Fernando?-.

-Siempre hijo, siempre. Fernando siempre nos acompaña-.

Hace muchos años que Fernando nos ha acompañado en espíritu, auque no con su presencia. Francamente, Fernando nos ha sido de mucha utilidad. Nos ha permitido disfrutar de un holgado espacio a la hora de sentarnos en un restaurante. Fernando ha sido como un ángel de la Guarda, que velaba para que estuviéramos más cómodos y distendidos cuando comíamos fuera de casa.

En honor a la verdad, tengo que confesar, que a Fernando nunca lo invité a comer en mi propia casa, entre otras cosas, porque mi esposa seguro que no le hubiera puesto el servicio. Asímismo, ignoro si mi amigo imaginario es alto, bajo, o regordete. También ignoro si es blanco o negro, o si es generoso o tacaño, y por supuesto, también si es homosexual o heterosexual, de derechas, radical de izquierdas o nacionalista a ultranza. Nunca me he preocupado por averiguar esto. Se que Fernando es tolerante, educado y muy reservado porque siempre ha guardado las formas y nunca a discutido con nadie.

Hace muchos años que Fernando existe en un apartado rincón de nuestras mentes y en nuestras vidas pero, sintiéndolo mucho no “asiste” a nuestras llamadas, a pesar de que le requerimos habitualmente. Nunca nadie lo ha visto, pero todos los de mi entorno han oído hablar de el en algún momento. Es más, andando el tiempo y con el las brumas de la memoria, algunos pensamos que bien pudo haber existido y ahora invocamos su espíritu. Quien sabe si dentro de cien o doscientos años, alguno de mis descendientes hablará del “tío Fernando” como un gran gourmet, o como un viajero culto y elegante que hablaba varios idiomas y asistía como acompañante a todas las comidas, cuando no estaba de viaje. O que incluso era extremadamente generoso y que siempre era el que pagaba las facturas. Quien sabe lo que dirán andando el tiempo de mi “amigo” Fernando.

Las historias y los mitos nacen más o menos así, y sino que le pregunten a los escoceses por el monstruo del Lago Ness, a la Iglesia Católica por la tumba del Apóstol Santiago y por la batalla que este ganó a los moros a lomos de su corcel blanco en Clavijo y, que decir de los nacionalistas cuando se les pregunta sobre algo referido a los ancestrales e irrevocables derechos sagrados que conforman la columna vertebral de su patria, país o nación (disculpen mi actual confusión sobre este tema) y de los que en modo alguno piensan abjurar, por ser la basa que los sustenta y los mantiene en expectante vigilia como guardianes de ese Santo Grial.

Hasta más ver Fernando.
García Otero, Juan María
García Otero, Juan María


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
HOMENAXES EGERIA
PUBLICACIONES