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Arte efímero

viernes, 15 de junio de 2001
Arte efmero No hace mucho un equipo de expertos emitió un inquietante informe advirtiendo que buena parte de la producción artística de este siglo sufrirá un irreversible deterioro a corto plazo.
Nos lo temíamos.
Era lo que faltaba a este condenado siglo que ya tenía en su haber las dos primeras guerras mundiales (prolongadas con la civil española), la bomba atómica, el síndrome tóxico, el Sida, el Ébola, la peste informática… Y ahora, por si todo esto fuera poco, resulta que la mayoría de las obras producidas al calor de las sucesivas vanguardias artísticas de la centuria, se autodestruirán, si alguien no lo remedia. Es lo que pasa cuando un siglo se empeña en romper el cordón umbilical con el pasado y, borracho de modernidad, se dedica a parir movimientos revolucionarios de todo tipo, teorías e ideologías para, luego, terminar entronizando la ley de la oferta y la demanda como único código moral y estético.
Un siglo que finaliza -tan progre que parecía- arrasando todo, bajo la anglosajona bandera de “el tiempo es oro”.

Sobre la perdurabilidad de la obra de arte se habló mucho y fue éste uno de los valores –aparte de los puramente formales o estilísticos- más cuestionados por algunas vanguardias (tampoco hubo tantas vanguardias como se dice). No fueron pocos los que expresaron su opinión de que la obra de arte es efímera por su propia naturaleza espontánea, y que su pretendida transcendencia no deja de ser una utopía. Así nacieron -y murieron- el “Body Art” y el “Land Art”, víctimas de sus propios postulados, proclamados por unos artistas cuyas ansias de notoriedad y originalidad les llevó a consumirse entre las llamas de sus excesos (como los bonzos, pero procurando cobrar en dólares).
Y es que, ciertamente, un exceso de equipaje literario, una enfermiza intelectualización de las artes plásticas, nos llevó a dejar de lado aquellos valores puramente pictóricos o escultóricos que emanan de una formación adecuada y el necesario adiestramiento en el oficio, sin los cuales resulta estéril intentar expresarse artísticamente (salvo casos excepcionales de autodidactas geniales).

Se confundieron términos y conceptos tales como “perdurabilidad” y “transcendentalidad”, o “espontaneidad” con “improvisación”, y en esta confusión cayeron muchos artistas que pretendieron suplir su mediocre preparación con un bagaje de consignas y etiquetas, más novedosas que innovadoras. Algunos de ellos permanecerán en el recuerdo por ser los iniciadores, pero la mayoría de sus seguidores e imitadores (que son legiones) permanecerán en el olvido, a pesar de que algunos lograran figurar en enciclopedias y anuarios de corte localista. Ya lo decía don Jacinto Benavente: “Bienaventurados nuestros imitadores, porque de ellos serán nuestros defectos”.

De seguir así las cosas, no estaría de más que cuadros y esculturas (y bastantes obras arquitectónicas) llevaran inscrita la fecha de caducidad, como los productos farmacéuticos. O una leyenda parecida a ésta: “Esta obra se autodestruirá el día 1º de enero del año 2001, a las doce del mediodía, aproximadamente. Reclamaciones al Maestro Armero”. Y es que hay siglos en los que hubiera sido mejor no levantarse de la cama.
Sánchez Folgueira, Gonzalo
Sánchez Folgueira, Gonzalo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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