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Marranos y marranas

sábado, 21 de mayo de 2011
Marranos, muchos marranos. En sentido sustantivo, o sea, estético.

Muchos marranos ahora. En “Animal Farm” de G. Orwell sólo los exactos para desempeñar el rol conveniente y adecuado de la novelita del también autor de “Gran Hermano”. Ustedes ya la habrán leído , y si no, yo les cuento y resumo. Para aliviar el tedio de estos días de campaña electoral y a propósito de ella:

Érase una vez una granja de animales, llamada Granja Manor. Su propietario respondía al nombre de Sr. Jones, quien, como buen inglés, era algo aficionado a la cerveza de barril. Un buen día, previo un vibrante, sesudo y programático mitin del Viejo Mayor - un cerdo visionario- todos los “habitantes” de la granja decidieron rebelarse y sacudirse de encima el dominio del Sr. Jones, el hombre. Tomaron las armas, sus propias armas, y en una “descomunal” batalla lograron vencer y deshacerse para siempre del Sr. Jones. La revolución triunfó, llegó el cambio, y con él la democracia. La granja se llamaría en adelante “Granja Animal”.

En la descomunal batalla habían tomado parte las gallinas; los gansos, los pavos, las ovejas, las vacas y los cerdos. Y se habían distinguido por su arrojo y entusiasmo Boxer y Clover, dos caballos de tiro; Bluebell, Jessie y Pincher, tres hermosos perros; la cabra Muriel y la yegua Mollie. También el burro Benjamín. Y vino la organización del nuevo sistema político. Cada animal, y según su número y especie, ocupó el oficio y lugar que se le asignó. Pero el papel de enseñar y educar a los demás recayó sobre los cerdos, entre los cuales descollaban dos ejemplares eminentes, uno llamado Napoleón y otro, llamado Snowball.

Napoleón “era un verraco grande de aspecto feroz”, “tenía fama de salirse siempre con la suya”; Snowball era vivaz y “tenía mucha facilidad de palabra”. Los demás cerdos eran muy jóvenes, el más conocido entre ellos era uno, pequeño, “gordito”, de ojos vivarachos, un orador brillante y de él se decía “que era capaz de hacer ver lo negro, blanco”. Y fueron Napoleón y Snowball, las dos eminencias, los padres de la nueva Constitución, que había de regir de ahora en adelante en aquel fantástico “prólogo de algo maravilloso”. Sus principales y únicos artículos eran:

1º. Todo lo que camina a dos patas es un enemigo. 2º.- todo lo que camina a cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. 3º.- Ningún animal usará ropa. 4º.- Ningún animal dormirá en una cama. 5º.- Ningún animal beberá alcohol. 6º.- Ningún animal matará a otro. 7º.-Todos los animales son iguales.

Promulgada que fue la Constitución y con los primeros fervores de toda nueva etapa de cambio, todos los animales fueron invitados por Snowball al trabajo duro y al sacrificio en favor de una economía fuerte y de pleno empleo. El producto interior bruto aumentó hasta índices jamás conocidos, aunque no así, paradójicamente, la renta per cápita ( ¡ ): a las veinticuatros horas, las vacas comenzaron “a mugir muy fuertemente”. Debido al mucho trabajo y a las muchas ocupaciones, no habían sido ordeñadas y sus ubres amenazan con reventar. Los cerdos se dieron cuenta de ello, mandaron traer unos cubos, y enseguida las ordeñaron. Rápidamente “hubo cinco cubos de lecha cremosa, espumante, a la cual miraban muchos de los animales con grande interés”. “Qué se hará con toda esa leche? ” – preguntó alguien. “No os preocupéis por la leche, compañeros – respondió Napoleón -. El trabajo os espera”. Y cuando todos los animales regresaron del trabajo aquella noche, notaron que los cinco cubos de leche habían desaparecido. Otro día se dio orden de que las manzanas caídas de los árboles fuesen recolectadas aparte. Fue entonces cuando se aclaró el misterio de la leche desaparecida: ésta se mezclaba con las manzanas para comida especial de los cerdos.

De resultas, algunos animales comenzaron a protestar, pero en vano. El cerdo Squealer fue enviado por Snowball y Napoleón para darles explicaciones: a nosotros los cerdos no nos gustan las manzanas ni la leche, al contrario, nos repugnan. Pero lo hacemos por vuestro bien. Trabajamos con el cerebro y la leche y las manzanas contienen sustancias absolutamente necesarias para nuestro cerebro. Estamos día y noche velando por vuestra felicidad. Por vuestro bien tomamos esa leche y esas manzanas…
Al principio de la revolución los cerdos vivían, como los demás animales, en los establos, pero llegó cierto momento en que se trasladaron a la propia casa del Sr. Jones. No sólo usaban la cocina y el comedor del antiguo propietario, sino que se supo que también dormían en sus camas. Fue cuando Muriel se dio cuenta de que el articulo 4º de la Constitución había sido cambiado durante una noche: ” Ningún animal dormirá en una cama con “sábanas”. Cuestión de matices, el matiz.

A Napoleón le gustaba la cerveza y el Gran Cerdo dio la orden de que el campo donde los animales jubilados del trabajo pasaban el tiempo libre fuese labrado nuevamente. Muy pronto corrió la voz de que allí se estaba sembrando cebada. Y ahora el “adaptado” fue el artículo 5º: “Ningún animal beberá alcohol en exceso”.

Y “pasaron los años. Las estaciones vinieron y se fueron. Las cortas vidas de los animales pasaron volando. Llegó una época en que ya nadie recordaba los días anteriores a la Revolución. Muchos habían muerto. Snowball había sido eliminado por sus ideas y Napoleón era ya un cerdo maduro de unos ciento cincuenta kilos.

Una tarde tranquila se oyó desde el patio el aterrador relincho de un caballo. Era la voz de Clover. Relinchó de nuevo y todos se lanzaron al galope para ver qué pasaba. Fue entonces cuando contemplaron lo que Clover había visto ya: en el porche de la casa estaba Squealer paseando a dos patas y como telonero de un gran espectáculo por llegar. Luego salieron todos los demás cerdos en el mismo ademán, al frente de los cuales iba Napoleón en persona, erguido majestuosamente, lanzando miradas arrogantes a un lado y a otro. Llevaba un látigo en la mano . Fue entonces cuando el hocico de Clover rozó suavemente el hombro de Benjamín, el asno de la granja, que se volvió.” “Mira la pared, Benjamín”. “¿ Están igual que antes los siete artículos o Mandamientos, Benjamín?”.” Y allí no había nada excepto un solo artículo. Este decía”:
Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.

Después de eso, ya no les resultó extraño nada, ni cuando vieron a Napoleón paseando por el jardín de la casa con una pipa en la boca, ni siquiera cuando los cerdos sacaron la ropa del Sr. Jones de los roperos y se la pusieron, Napoleón una chaqueta y polainas de cuero y su favorita el vestido de seda que la señora Jones acostumbraba a lucir los domingos.

“Una semana después, una tarde, cierto número de coches llegó a la granja. Una delegación de granjeros vecinos había sido invitada para realizar una visita…Los animales (…) trabajaban casi sin despegar las caras del suelo y sin saber a quien debían temer más: si a los cerdos o a los visitantes humanos (…) Esa noche se escucharon fuertes carcajadas en la casa” (…), y todos fueron hasta su jardín. Desde la ventana del comedor vieron cómo, alrededor de una mesa, “estaban sentados media docena de granjeros y media docena de los cerdos más eminentes, ocupando Napoleón el puesto de honor de la cabecera. Los cerdos parecían encontrarse en sus sillas completamente a sus anchas. El grupo estaba jugando una partida de naipes…Una jarra grande estaba pasando de mano en mano y los vasos se llenaban de cerveza una y otra vez” (…) A los animales que desde fuera observaban la escena, les pareció que algo raro estaba ocurriendo(…) Los viejos y apagados ojos de Clover pasaron rápida y alternativamente de un rostro a otro de los comensales aquellos. Algunos tenían cinco papadas, otros tenían cuatro, otros tenían tres(…) “No había duda de la transformación ocurrida en la cara de los cerdos. (Entonces) los animales, asombrados, pasaron la mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.”

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. O no. ¡ Con lo que Toynbee creía en la teoría del eterno retorno! Ustedes mismos.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


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