Ayer volví al teatro
Corral Soilán, Cristina - miércoles, 06 de abril de 2011
Ayer volví a ir al teatro. Sentada en la butaca en el momento de empezar la función como cada vez que se abre el telón, recordé de manera casi involuntaria, una escena infantil que no podré borrar de mi cabeza por más que pasen los años: mi hermano con cuatro años de pie, en una butaca, gritando emocionado a mi tía: ¡El perrito vuela!, ¡el perrito vuela!, estábamos viendo La Historia Interminable de Michel Ende y efectivamente el gran Fujur, un enorme perro blanco, el mágico dragón de Fantasía, surcaba los cielos ante nuestras atónitas miradas infantiles
Esa fascinante sensación de magia e irrealidad se sigue produciendo en mi interior cuando me siento en una butaca del teatro, de cualquier teatro, y veo que se abre el telón. Una súbita alegría infantil, un chispazo repentino de esperanza invade cada célula y una pequeña luz se enciende en mi interior buscando alumbrar un camino, todavía no sé a dónde lleva, pero estoy segura, segurísima de que vaya a donde vaya, yo quiero ir.
La irrealidad que comienza a cobrar vida ante mis ojos de espectadora lo envuelve todo de tal manera que por un momento siento como propias las caricias sobre la blanca tez de Ofelia, los terribles pensamientos que atormentan al joven príncipe Hamlet e incluso el puñal asesino con el que atraviesa a su propia madre. Me fascina el texto, el escenario, los vestidos de colores que Colombina luce de un lado a otro de las tablas entre carcajada y carcajada, me entretienen las risas, los aplausos y esos intensos monólogos en que casi puedo tocar la soledad del personaje sobre el escenario.
Esas horas de espectadora llenan mi mundo de vidas ajenas, sentidas como propias, de dramas casi reales o de comedias deseadas a la luz de las risas compartidas.
Cada verso, cada frase, los gritos entrecortados de terror junto a una vela, el olor a madera taconeada y esas miradas esquivas entre los amantes, los asesinos, los mendigos, los villanos, las heroínas de las tablas son una medicina para el alma, unas veces aburrida, otras hambrienta
porque cuando se apagan las luces en el teatro y se encienden las voces de los genios de la escena frente al patio de butacas, sonrío emocionada y ansiosa, porque siento que la vida se para un ratito, como cuando de pequeña mi padre me contaba un cuento. Descanso de mi propia vida, de lo vivido ya, y de lo que todavía estoy por vivir, y disfruto de una vida nueva, esa en la que desde luego y por fortuna, querido hermano, los perros blancos siempre vuelan.

Corral Soilán, Cristina
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