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Familia y educación

jueves, 15 de febrero de 2001
Las personas, ejercitando la razón y el sentimiento, percibimos la existencia de los valores morales, tanto individuales como sociales; que solemos catalogar por su estima ascendente. Entre ellos, ocupan un lugar preferente la familia y la educación; puesto que ambas, al ir coaligadas, constituyen la base fundamental de la formación integral de los seres humanos –cuerpo y alma- en su desarrollo paulatino, entre infante y adulto; conduciéndolos por el sendero del bien hacia la felicidad.
La primera familia que aparece en el mundo cristiano es la sagrada de Nazaret: Jesús, María y José. Arquetipo de hogar halagüeño, humilde, pero permanente vivero de virtudes.
Es de justicia reconocer la existencia de familias y colectivos que, dentro de la conciencia social democrática, están abiertos al servicio de la sociedad y practican la fraternidad; lo que resulta verdaderamente edificante. Ya son menos las insolidarias y las autoritarias. Todo lo cual resulta verdaderamente halagador, porque es un hecho cierto que allí donde se enseña con el ejemplo y el ambiente familiar está matizado de valores morales, se va configurando el comportamiento social de sus descendientes, pues llevan infundido en sí mismos el criterio de la existencia de un más allá, que trasciende en lo terrenal fuera del hogar y, dentro de nuestro sentir cristiano, nos vislumbra, satisfaciendo un ansia interior innata, un mundo ignoto ulterior en el que centramos nuestra fe y esperanza.
En el espacio de tiempo que nos ha tocado vivir, nos asombra y sobrecogen los reiterados y diversos casos de violencia –algunos con pérdidas de vidas-, que van desde los acaecidos en el seno familiar hasta los que acontecen en los medios juveniles que, en el mejor de los casos, perturban el sueño de las gentes que, finalizados los quehaceres semanales, están disfrutando del recorfortante descanso nocturno. Estos y otros acontecimientos, no solamente ocurren en las poblaciones populosas sino que –según los medios de comunicación- ya se dejan sentir en varios poblados del ámbito nacional.
Las opiniones emitidas, como causantes de tan nefastos desmanes, son muchas y variadas: las imágenes servidas por la televisión –no siempre edificantes-, las circunstancias producidas por la miseria, las carencias de ocupación… y hasta las taras innatas o adquiridas; pero no ocurre así en todos los casos, dado que no son precisamente los más humildes los protagonistas de actos violentos, ni los desocupados, puesto que el paro disminuye. Pienso que una importante causa básica estriba en la mengua sucesiva que, en los últimos tiempos, experimentaron los valores morales en la obligada labor formativa, que es aconsejable impartir por los padres a sus vástagos desde los albores de la vida; siempre impregnada de amor y ternura.
La educación dentro del ámbito familiar está más bien basada en el ejemplo, porque los niños son observadores e imitan cuanto perciben a través de los sentidos, sobre todo con la vista y el oído. Los educadores natos –padre y madre- contribuirán, sin coacciones, al desarrollo de todas las capacidades humanas; mientras los educandos -niños y niñas- aportarán su libre disposición para ir conformando con base educativa su progresiva realización personal, social y cultural; en una tarea compartida, amenizada con un hálito de amor y confianza.
La formación escolar ya se carecteriza por un quehacer intensamente instructivo, impartido por el profesorado respectivo, y el receptivo, pleno de actividades, realizado por el alumnado; marchando hermanadas, hacia un mismo fin, las heteroeducativas que parten del exterior con las recibidas; aprovechadas, aumentadas en su caso con una autoeducación, quizás impulsada por un ansia de superación; cuya cumbre debe constituir la plena realización para su inserción natural, social y cultural.
Pienso que siempre es pausible que los progenitores se interesen por el comportamiento y la posible superación de sus hijos, pero estoy persuadido de que es preferible que los progenitores no interfieran en las enseñanzas que imparten los centros establecidos, tanto públicos como privados, porque los profesores son profesionales de la pedagogía, técnicos en sus materias, acreedores a un respeto y una especial consideración.
Las virtudes o valores básicos recibidos en el seno familiar y los ampliados en la escuela son los que condicionan la manera de hablar y comportarse cualquier persona, así como la de divertirse; porque las costumbres van generando hábitos: respeto, sinceridad, generosidad, amistad, lealtad, orden, justicia, sentido del humor, amor… para lograr convivir pacíficamente.
Rivera Casás, Francisco-Moisés
Rivera Casás, Francisco-Moisés


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