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El gran río

lunes, 20 de diciembre de 2010
Cuentan las antiguas leyendas que el rey de los dioses se enamoró de Galicia, no es extraño que lo hiciese porque ésta es la tierra más hermosa del mundo. Tal fue su amor que se decidió a hacerle un regalo digno de ella, con él debería embellecer más a su amada. Y el regalo fue el Miño. Pero la reina fue envenenada por la ira y la cólera, los celos no la dejaban respirar y aquella joven gallega estaba arrebatándole a su dios. La reina se conjuró para dar un escarmiento a la amante descarada, tenía que herirla en lo más profundo de sus entrañas, arrebató al rey su daga mágica y sajó a Galicia y al Miño, su recién estrenado tesoro, con una herida profunda y perdurable en el tiempo. Cuentan las antiguas leyendas que la herida fue el cañón del Sil.
Siempre digo que Galicia es nombre de mujer, ha de serlo por su hermosura y su magia, por haber parido a tantas generaciones de hombres y mujeres nobles y orgullosos. La reina de las diosas se equivocó, la herida se convirtió en una nueva joya natural, y los gallegos y gallegas sabemos mimar como nadie lo nuestro.
Pero quizá el Miño, el legendario Minius, que a la vez unió y separó a romanos y castrexos, sea todavía un poquito más especial para los lucenses. Muchos somos los convencidos de que el gran río ha de ser un tercer cinturón de la ciudad, esa joya a respetar y mimar, pero un lugar que nos acoja para disfrutarlo como se merece.
Desde niño me ha apasionado el río. Lo tuve sencillo, mi abuelo José es nativo de Santa Mª Magdalena de Adai, de Portomeilán, y su casa dista en poco más de cien metros de la ribera derecha, incluso sus terrenos ribereños son acariciados por la corriente a veces salvaje, a veces tranquila y sensual. Salté por los caneiros, navegué como un pirata inglés en mi batuxo destartalado, nadé con mis amigos y hermana para combatir los calores veraniegos, intenté una y otra vez conocer el arte de la pesca, sin conseguir en toda mi vida más allá de tres tristes truchas y una minúscula y aterrorizada pancha, que en menos de tres segundos volvió a la libertad de las aguas. Lecturas bajo los freixos, mis innumerables juegos de aventuras entre los bosques ribereños, o simplemente sentarme a escuchar el croar de las ranas, o a contemplar el salto de las truchas resplandecientes como espejos bajo el sol, los escarceos amorosos de los patos y el maravilloso ritual del martín pescador, ese sí que llena la cesta y no yo. Treinta y seis años viviendo de cara al Miño, y los que espero vivir a su vera.
Y en la lista de espera, la playa fluvial. Tras años de sueños inacabados y retrasos por parte de los que no amaron a Lugo, se acerca por fin para ensalzar con la guinda del pastel al gran río, al Miño de leyenda, al Miño tan gallego y tan lucense.
Núñez, Pablo
Núñez, Pablo


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