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O Cebreiro (II)

martes, 08 de junio de 2010
Las casas del Cebrero
Por Ángel del Castillo

“...Quizá sea Galicia, dentro de España, una de las regiones que más se presten al turismo, por la belleza extraordinaria de su suelo, por lo típico y curioso de sus costumbres, y hasta por lo ignorados que están, aun para los propios, los encantos de sus variadísimos paisajes.
Comarcas hay que pudieran competir, no ya con otras de fama reconocida de nuestra península, sinó con aquellas que nos deleitan y asombran en las páginas de las revistas extranjeras, bien ajenos de que en nuestra Galicia podemos encontrar, a poco que en ella nos internemos, unos asuntos y unos paisajes tan hermosos y dignos de estudio, que atraen la atención de los extranjeros cultos que aquí vienen a estudiarlos, y que, sin embargo, nuestra ignorancia no sabe descubrir, ni nuestra cultura, admirar. Cautivan nuestra atención y nos invitan a su estudio las costumbres de otros piases, más que por su propia rerza y su relativa importancia, por ser de lugares apartados y llevar el sello de extranjerismo, y no nos mueve, en cambio, a conocer, ni con menos encantos que el pastor que apacienta sus ganados en las montañas del Torol, el pescador de las costas neblinosas de Noruega.
Si estuviésemos acostumbrados a saborear las bellezas de la naturaleza, y gustásemos de estudiar nuestras propias costumbres, nada más grato ni más ameno que una excursión por las sierras de Ancares, Cebrero y Caurél, las más altas de nuestra región, y que juntan más que separan, las tierras asturianas, leonesas y galaicas; y en donde a lo imponente del espectáculo de la montaña, se unen unas costumbres, y unas leyendas, y unas tradiciones, y unos romances, y en una palabra, todo un mundo de poesía capaz de cautivar a los espíritus de cultura menos refinada.
No diré que los campesinos vivan allí como hace siglos, ni estén tan ignorantes del mundo como en las Hurdes, pero lo especial de aquellas montañas y aun de aquellas gentes, ni raras ni torpes, consienten, ni no lo imponen, una manera de vivir, y, sobre todo, de morar, que se aparta en absoluto de todo lo conocido, no sólo en Galicia, sinó en el resto de España.
En los lugares donde los rigores del invierno no son muy duros y el terreno es relativamente fértil, como Vilanova, Cervantes y Noceda, una vivienda se compone de la pallaza, el cuarto, y el hórreo, entre cuyas construcciones se extiende la eira, todo limitado por un muro de poca altura. Pero allí donde los fríos de la sierra y la nieve de la invernada azotan con persistencia a los pobres montañeses, la vivienda no es más que la pallaza, en la que se recogen durante las largas nevadas, y de la que no pueden salir a veces en muchos días, como sucede en las Casas da Serra y en el propio Cebrero, situado en la parte más alta de la divisoria, a 1.293 metros sobre el nivel del mar.
La pallaza es siempre la verdadera vivienda, y, por lo tanto, el edificio de más amplitud. El cuarto viene a ser una especie de casita, con más aspecto de vivienda que la pallaza, aunque de más reducidas proporciones: es de forma corriente, cubierta de pizarra a dos vertientes, y está destinada a guardar las ropas, aperos, utensilios etc.; es algo así como un inmenso armario donde el campesino guarda su riqueza; y por último, el hórreo, de tipo asturiano, siquiera esta forma abunde también en Galicia, que está montado sobre altos soportes de piedra, lo que permite guardar el carro debajo de sugrade y destinarlo además a cabana: es de basa cuadrada y tiene cubierta de paja a cuatro vertientes.
Pero lo más interesante, y una de las cosas más originales y típicas de la comarca del Cebrero y Ancares, tanto en tierras galaicas como en tierras leonesas y asturianas, si bien abundan más en las primeras, son las extrañas y curiosísimas pallazas, que solo pueden verse en estas apartadas tierras, como si sólo fuesen fruto de aquellas gentes que las pueblan. Son de un aspecto tan curioso y particular, que, a juzgar sólo por su apariencia, se creería uno transportado a lejanos países, donde habitan gentes que aun viven en la infancia de la cultura. Y, sin embargo, nada más equivocado.
Son las pallazas, el tipo de cabaña rústica montañesa, cubierta indefectiblemente de paja, y no menos pobres que las barracas valencianas, siquiera el hermoso clima de levante las ilumine con luz más viva, y las rodee de aquel aspecto artístico que no pueden tener las que fueron levantadas para vivir entre las nieblas; pero son tan míseras como las chozas del puerto de refugio de Tortosa, que parecen levantadas, como en realidad lo están, para los días en que la tempestad arroja contra la costa la flotante vivienda de los humildes pescadores.
Fruto, quizá, de la tradición, es posible que sean las pallazas el fiel reflejo de lo que eran las primitivas chozas de los antiguos galáicos, conservadas atráves de los tiempos por unas gentes eternamente apegadas a sus costumbres, y que constituyen una prueba más de las íntimas relaciones etnográficas que existen entre nuestros aborígenes y los galos, a juzgar por el relieve de las columnas de Trajano, de aparecen esculpidas las chozas que aquellas gentes tenían, iguales en un todo alas que aun hoy sirven de vivienda a nuestros campesinos. Pero lo que no puede ponerse en duda, es que obedecen a las especiales condiciones del terreno donde se levantan y a la clase de vida que hacen las gentes que en ellas se albergan. Tierras las del Cebrero y Ancares extraordinariamente montañosas, envueltas por las nieblas aun en los días más hermosos del estío, y cubiertas en gran parte del año por las nieves del invierno, tiene que ser viviendas sumamente resguardadas de los fríos y las aguas; y nada más o propósito para defenderse de los unos y las otras, que las típicas pallazas, convertidas por su forma más o menos circular y por lo cónico de su cubierta, en un perfecto reflector del calor que despide el hogar, levantado casi siempre en el centro, y que hace de ellas un horno donde se mantiene una temperatura constante y media de 14 gºs, cuando fuera sopla el cierzo a 11 bajo cero y la nieve lo cubre todo con su blanco sudario. Allí, acogidos al amor de la lumbre, viviendo en común, gentes y ganados, la vida familiar se intensifica, dedicando las largas horas de encierro a la construcción de aperos, cestos, etc. los hombres, y a la elaboración del botelo, manteca y de los sabrosos quesos del Cebrero, las mujeres; artículos que vendidos luego en el mercado, han de redimirlos de las numerosas cargas que sobre los pobres campesinos, pesan. Y cuando el tiempo abonanza y el terreno lo permite, celébranse allí, por la noche, los clásicos filandones o polavias, reuniéndose las gentes a fiandar (hilar), leer, charlar, jugar y retrozar, costumbre tan general en Galicia y a la que alude la copla:
Miña mai, miña maiciña
Miña mai do corazón
Pensa que me ten na vila
E tenme no filandón.

La forma de las pallozas varía bastante. En los bajos, como Penaseara y Veiga de Brañas, y en las orillas de la carretera, como Pedrafita y Castro, suele ser de planta rectangular, con la cubierta a dos aguas y su cumbre perfilando un cunopio; pero en la sierra, donde las inclemencias del invierno son muy duras, la forma casi única, y sin duda las más característica y primitiva, es la de planta circular con cubierta cónica muy elevada; más no permitiendo esta forma casas espaciosa, sin oponer mucha resistencia a los vientos que continuamente las azotan, adoptaron la de lados no paralelos, terminados en semicírculos de radios desiguales, o en un semicírculo y un muro recto, orientándolas en el sentido en el sentido de los vientos reinantes, razón por la Cual, hace tan curioso ver, por ejemplo, en el mismo lugar del Cebrero, todas las casas en un mismo sentido. Los muros que la limitan, construidos de piedra menuda y bien asentados, están amoldados a las sinuosidades del terreno, hundiéndose en los baches y trepando por los altos, no siendo de mayor altura que una persona; así, el dintel de la puerta cobijase bajo la saliente de la cubierta. Las rodea un surco (as vielas) encargado de recoger el agua y la nieve que escurre por la paja de sus resbaladizas y empinadísimas cubiertas.
Generalmente, tiene tres departamentos: vivienda propiamente dicha, cuadra del ganado vacuno (llamando estrevariza al lugar donde está la vaca), y cuadra de ganado lanar, ambas separadas y con puertas a parte, pues sabido es que ambos ganados son de distintas temperaturas.
Centro de la vivienda es el hogar, donde arde continuamente el fuego, cuyas muxenas (chispas) detiene una lousa (losa) que pende del cainzo; estando alrededor de la lareira, en las pallazas circulares y pobres, en una especie de nichos, los lechos, los establos, etc.; pero cuando la vivienda es de dos ejes y amplia, el ganado hállase a parte, y la gente duerme en una barra o piso tendido sobre las cuadras, y entonces alrededor del hogar están los cileiros, sarillo, paneiras, huchas, cunqueiro, barrela, (para el combustible, generalmente uces, acebo y xesta), canadeiro, (para el canado, recipiente para el agua) barra (para el comestible del ganado), aperos de labranza, el patriarcal escano, y en una palabra, todo lo que constituye la despensa, taller, sala y comedor de los modestos y humildes campesionos.
No suele tener más huecos la pallaza, que una puerta, a cuya entrada llaman ástrago, o dos, cuando contiene cuadra de ganado lanar, y alguno que otro ventanuco, casi siempre tapado; la luz que por la puerta entra, en los días en que puede estar franca, les ilumina en los breves momentos que paran en la pallaza; la vida del campesino no es la casa más que de noche, y cuando el invierno lo acorrala entre sus muros, y entonces todos los fachuzos (haces de paja), son pocos para tapar los numerosos resquicios de las puertas y los muros.
Vive el labrador del Cebrero, como quien dice, en el monte, y solo se recoge en la pallaza para descansar y cuidar sus ganados en las largas horas del invierno.
La estructura de las pallazas es muy sencilla; dentro de los muros, y en los centros de los semicírculos en que éstos terminan, se levantar, verticales, encajando en unas piedras bien afirmadas, los esteos o pes de armar, especie de columnas de castaño muy robustas, terminadas en fuertes horquillas (tixeirado), en las que descansa el cume o viga de armar, que soporta todo el peso de la cubierta; de esa viga a los muros, y en forma de radios, van los tiradores o cangos, a manera de pontones; perpendiculares a estos se tienden las latas o estelas, que son unos tablotes de madera, sobre los cuales va la abouza y luego el colmado o cubierta de paja, que puede ser de dos maneras, apretada (dispuesta, arreglada), con beo, disposición en la cual solo dura 3 o 4 años, o con bara, y entonces llega hasta siete.
Otra construcción rústica en la comarca de Ancares, además de la pallaza, es el casopa o caseta, especie de choza hecha con ramas por los pastores que acuden en el verano a pastar sus ganados en la sierra, hacia la Braña de Bregua, pero es de una construcción tan sencilla y de una vida tan corta que solo mere esta ligera mención. Las construyen en Junio, cuando todavía hay nieve, y las queman a últimos de Septiembre.
Lo raro, lo curioso y lo típico, son las extrañas pallazas, que según dice el Sr. Murguía, también las hay en las Portillas, aldea de la provincia de Orense, en la carretera que de esta ciudad conduce a Castilla, y que, sin duda alguna, acusan un origen tan remoto como las gentes que pueblan nuestra tierra, pues en las montañas de Asturias, según Vera y Aguiar, se encontraron en 1819 los cimientos de casas circulares, ya cubiertos por las tierras que el tiempo amontonara sobre sus restos; y según tengo entendido, en algunas montañas de la provincia de Pontevedra, sucedió no ha muchos años, lo mismo. Y teniendo en cuenta el parecido que guardan con las chozas de los galos, afirma mi querido amigo el ilustre patriarca de las letras gallegas Sr. Murguía, que son de origen céltico, publicado un grabado de algunas casas de las Portillas.
Pero todos estos motivos he creído necesario dar a conocer estas originales construcciones, ya mencionadas por el mayor Dalrymple en 1777, y dentro de las cuales parece que se respiran aromas de otros tiempos y otras gentes.
¡En cuántas ocasiones he contemplado desde los umbrales de sus puertas la grandeza de la sierra, y en cuantas otras al abrigo de su techumbre ennegrecida, sentado en un rústico banco, he recogido de labios de aquellas gentes humildes el tesoro inapreciable de los romances y leyendas que aun perduran entre los muros de las típicas pallazas!...”

Origen y antigüedad de las “Pallazas” del Cebrero
Por Angel del Castillo

“...Como algo peculiar de Galicia en los tiempos actuales, ya que en otras tierras de España no existen, ni es caso frecuente encontrarlas en otros países fuera de aquellos de civilización rudimentaria, día a conocer no ha mucho en las páginas de este BOLETÍN unas construcciones curiosísimas, las típicas pallazas de los montañeses de cierta parte de nuestra región, que, si aparentemente presentan el aspecto de chozas primitivas, más propias de otros continentes, no por eso dejan de reunir las comodidades que exigen la humilde vianda del laborioso campesino, y de competir, ventajosamente, con muchas otras viviendas rústicas, de mejor y peor aspecto, que se levantan dentro y fuera de nuestra región.
Casas cubiertas de paja, véase aun en Inglaterra, en Escocia y en las montañas de Suiza, como países fríos y envueltos con frecuencia por las nieblas, razón por la cual no se han desprendido aun nuestros habitantes de la montaña, de una cubierta que además de resultarles sumamente económica, no sólo por los materiales empleados, sinó por que es una labor que los mismos labradores hacen, constituye un abrigo excelente y necesario para quienes viven parte del año entre las nieves, y precisan que las cubiertas de sus casas escurran fácilmente las aguas que con frecuencia las azotan.
Pero viviendas circulares o con lados redondeados, de muros sumamente bajos y de una estructura tan original, solo quedan hoy reducidas, e nuestra patria, a las comarcas montañosas de Fonsagrada, Cervantes, Ancares y Caurél en la provincia de Lugo, y las Portillas, en Orense, alá en las últimas tierras de nuestra región. Y aun en esas comarcas, rarean en los valles; pero abunda, en cambio, en los lugares más altos y apartados, es decir, en aquellos donde las imponen las crudezas del clima y las conservan el carácter tradicional de sus gentes, como en Deva, Cereijido, Padornelo y el Cebrero, cuya iglesia se cubría de paja antiguamente.
Aunque se ven antes ejemplares sueltos de pallazas, hasta pasar Doncos, en la carretera de Castilla, no constituyen lugares; entonces sí, que no muy distantes de ella, pueden verse con frecuencia, como los de Fontevedra, Vilariño, etc.; y en sus mismas orillas, San Pedro y Piedrafita, y siguiendo por tierras de León, los de Castro, Lagúa y Herrerías de Valcárcel, hasta Trabadelo, donde las casas tienden ya a ser completamente rectangulares, aunque cubiertas de paja a dos vertientes.
Tan curiosas y raras viviendas, evocadoras de pueblos ya desaparecidos de nuestra patria, nos permiten estudiar hoy, después de tantos siglos como han pasado, las primitivas construcciones en que se albergaban aquellas gentes que poblaron nuestro suelo en la época pre-romana, y que constituyeron el tronco principal de nuestra raza; lo que, unido a las costumbres tradicionales que aun conservan los habitantes de las pallazas, hacen sumamente curioso e interesante el estudio de aquellos pintorescos lugares, pues gracias a ellos, podemos conocer el modo de habitar de nuestros aborígenes, como se conocen los tiempos prehistóricos de Europa por medio del estudio de aquellos pueblos que tienen hoy su cultura en un estado primitivo.
Las investigaciones de los historiadores gallegos hacían suponer, como afirma nuestra ilustre Murguía, que las casas de nuestros antepasados indígenas, tanto de los que ocupaban las riberas como de los que habitaban las poblaciones de las alturas, habían sido circulares; sobre todo después de conocidos los estudios de otras personas en países extranjeros; pero los descubrimientos hechos recientemente en nuestra región por distinguidos arqueólogos, vinieron á confirmar plenamente que nuestros aborígenes habitaban es unas chozas muy parecidas, sinó iguales, a las que puede ver y estudiar el curioso en las altas cumbres de los confines de Galicia.
A principio del siglo pasado se habían encontrado en las montañas de Asturias los cimientos de unas casas circulares que llamaron la atención de las personas dedicadas á los estudios históricos; y en las célebres citanias de Portugal, sabiamente exploradas por los arqueólogos portugueses, se encontraron multitud de viviendas circulares, análogas a muchas de nuestras actuales pallazas, siendo notables los descubrimientos de Martins Sarmiento en las de Sobroso y Briteiros, los de Albano Billino en las Santa Marta, Monte de Caldas, San Juliáo, Monte Redondo y otras, cercanas a Braga, y los de Albino Pereira en las de Mirandella en todas las cuales se hallaron casas, no solamente circulares, sino también en algunas, de Briteiros, sobre todo, de lados paralelos y “rincones redondeados”, es decir, de dos ejes, como la generalidad de las pallazas actuales, aunque las viviendas portuguesas son más reducidas, pues el diámetro de las circulares no baja de 3´50 m., ni pasa de 5´27. Llega a tanto el parecido, que la descripción que de algunas de ellas hace Cartailhac, pudiera muy bien aplicarse a cualquiera de nuestras casas del Cebrero, pues presentan, como ellas, los muros muy bajos, y tienen en el centro del círculo una piedra con una cavidad que dicho autor supone destinada á sostener una columna de madera, sobre la cual, tal vez, se apoyase la cubierta. No le cabría la duda si hubiese conocido nuestras construcciones y hubiese visto en ellas la cubierta sostenida en la misma forma que él supuso en las rústicas y prehistóricas viviendas de las citanias que, para que el parecido fuese más completo, cubríanse, en opinión de quienes las exploraron, de paja y arcilla.
No podían, pues, en nuestra Galicia, aprisionada entre ambas, tierras, con parte de las cuales formó en otras épocas una sola provincia, y en las que habitaron unas misas gentes, faltar entre los restos de otras épocas, y sepultadas por el polvo de los siglos, las construcciones que dichos pueblos usaban. Y efectivamente, en diversos puntos de nuestra región, ni bien explorada ni mejor conocida, unas personas amantes de nuestra tierra y aficionadas a estos estudios, lograron, hallar, cubiertos por gruesa capa de tierra, los cimientos de viviendas circulares, que vienen a confirmarnos más que a decirnos, que las chozas de los primitivos galaicos eran tan parecidas a las descubiertas en Asturias y en Portugal, como lo son a muchas de las típicas pallazas que hoy se levantar en las más apartadas montañas de Galicia.
En las laderas del interesante castro de Troña, levantado, con otros muchos, en la comarca de Mondaríz, aparecieron cimientos de casas con dicha forma, y en una de ellas varios molinos de mano, una ánfora, una lanza de hierro y otros objetos que no dejan lugar a duda sobre el servicio a que estaban destinadas dichas construcciones; los distinguidos arqueólogos Sres. D. Lenado Saralegui (ya fallecido) y D. Santiago de la Iglesia, en una de sus excursiones científicas, tuvieron ocasión dever y estudiar en lo alto del monte de Ancos, cerca de Jubia, donde suponen que existió la Libunca de Pompino Mela, centenares de construcciones circulares que formaban una ciudad amurallada, que ya en el siglo IX sele llamaba Vila-vella; y recinetísimos están los últimos descubrimientos llevados á cabo en el monte de Santa Tecla, en la Guardia, donde hace años se habían descubierto otras construcciones análogas, y que demuestran de una manera inequívoca que la antigua y olvidada ciudad que se asentaba en lo más alto de dicho monte, fuese o nó la Abóbriga de Plinio y de Pomponio Mela, como algunos suponen, estaba construida en su mayoría por casas de planta circular, entre cuyos muros se encuentran desde el puñal de bronce, hasta la moneda romana. Todo lo cual comprueba plenamente que las antiguas ciudades, poblaciones y lugares de Galicia, al igual que las citanias de Portugal, eran poco más o menos de un aspecto parecido a los grupos de pallazas que constituyen los lugares de nuestras sierras de Ancares, Cebrero y Caurel.
Véase, pues, si son curiosas e interesantes estas viviendas, no sólo para el conocimiento de nuestra historia, sinó hasta para los orígenes de la arquitectura.
No creo que sea cosa fácil afirmar categóricamente en que época se levantaron las primitivas casas circulares. Es indudable que, cuando vinieron los romanos a Galicia se encontraron ya con los castros y con las poblaciones formadas por dichas casas, que sin duda conocían ya porque seguramente eran muy corrientes entonces, y que tal vez se siguiesen habitando por mucho tiempo, a la manera que aun hoy se habitan y construyen las pallazas; casa cuyo origen, por lo antiguo, es dificilísimo determinar, pues probablemente dichas poblaciones fueron levantadas sobre los restos de otras más primitivas todavía, a juzgar por los restos hallados, pertenecientes a t an distintas civilizaciones, como son la neolítica, la del bronce y la del hierro. Pero cualquiera que sea la época a que se remonten, es indudable que fueron levantas algunas centurías antes de la venida de los romanos á España.
Se plantea ahora la cuestión de quienes fueron los pueblos que las levantaron. ¿Los celtas? ¿Los iberos? Tal vez ambos. Es tan aventurado suponer que los pueblos estén íntimamente relacionados porque coincidan en algunas de sus costumbres, toda vez que los pueblos primitivos coinciden siempre en los primeros pasos, quien no creo que el parecido que tienen nuestras pallazas, tanto las prehistóricas como las actuales, con las construcciones de los galos, sean razón única y poderosa para atribuirles un origen común y exclusivamente céltico, que por otro lado parecen comprobarlo el haber sido coetáneas, y el haber estado poblada nuestra región por los celtas, que según Helbig cubrían de paja sus casas en la época de Estrabón (siglo I antes de Jesucristo).
Por lo demás, su forma, nada ó poco, concretamente, nos dice.
Será debido a lo sencillo de su trazado, dado que las formas angulosas y rectangulares, por sí misma y por las dificultades de su cubierta, suponen ya una cultura más refinada y un adelanto en la manera de construir; lo será, tal vez, por imperio de las necesidades, sobre todo en aquellos países acosados por las crudezas del clima, o en aquellos a los cuales la civilización no dotó todavía de las armas precisas para combatir con las exigencias dela vida; pero es lo cierto que las más primitivas construcciones de los pueblos más primitivos adoptan en general y casi si excepción, la forma mas o menos circular, de techo de paja y muros muy bajos, porque el mantenerlos estables cuando son muy altos, y sobre todo si son curvos, entraña alguna dificultad y supone algunas conocimientos, aunque elementales, de arquitectura, incompatibles con el atraso de las gentes que las construyen.
Es muy probable que esta forma circular que tiene las chozas de los pueblos primitivos sedentarios, sea un recuerdo de las tiendas de los nómadas, para quienes tan inestable vivienda era entonces una necesidad imperiosa. Pero cualesquiera que hayan sido los motivos que hubiesen influido en la construcción de casas de planta circular ó redondeadas, es un hecho innegable que los pueblos atrasados que aun existen, como los que poblaron en tiempos lejanos las tierras de Europa, sintieron siempre predilección por dichas viviendas.
Algunas de las cabañas de las ciudades lacustres de Suiza eran circulares con cubierta cónica de paja; las chozas primitivas de los galos, al decir de los historiadores romanos que las describen, y a juzgar por el relieve de la columna de Trajano, que las muestra, eran “redondas, cubiertas de paja, de escaso ámbito y aisladas unas de otras; San Isidoro no habla en sus Etimologías de los albergues de los rústicos numidas, de formas más o menos circulares, a manera de hornos, con techumbres curveadas “como las carenas de los navíos”, y por último, y para acabar, las casas del os abisinios y las de los niam-niam, son igualmente circulares, de cubierta cónica de paja y de muros muy bajos, muy parecidas en su aspecto exterior, siquiera difieran en su estructura, a las típicas pallazas, que, más amplias, mejor construidas y admirablemente dispuestas, albergan cómodamente en el siglo XX, una gentes pacíficas, trabajadoras, honradas y bastante cultas, que por apego á la tradición, más que por humildad y pobreza, se encuentran a gusto y con sus necesidades satisfechas, viviendo en la misma clase de construcciones que aquellos primitivos galáicos que se levantaron en armas contra el yugo romano; ofreciéndonos hoy la satisfacción de poder estudiar a su vista, las costumbres de otras épocas, y el encanto de admirar el pintoresco conjunto que ofrecen trepando por los riscos de la sierra, como si quisiesen escapar por sus picos, del mundo de lo presente...”.

La “pallaza”
Peinado Gómez

“...Pero volvamos a la “pallaza”, pues nos demanda la atención desde la cumbre, cual fantasmal y petrificada aparición de un mundo, de un pueblo, de una raza ya casi esfumados en la hondura de la noche prehistórica.
Su estructura es harto sencilla, cual cumple a una construcción tan elemental:
Dentro de los muros, nunca superior en su elevación a los dos metros y 0,65 de espesor y en los centros de los dos semicírculos desiguales que éstos enmarcan, es una planta de caja de zanfoña, de costados cortos y rectos, con el eje mayor de 10 a 20 metros se levan verticales, encajando en piedras bien afirmadas los esteos o pies de armas, especie de columnas de castaño muy robustas, terminadas en fuertes horquillas, por las gamieras sobre las cuales descansa o cume o viga de armar, soportando todo el peso de la cubierta con los pinos o enganches de madera, materia prima exclusiva. De esta viga a los muros, en forma de radios, van los cangos o tiradores, a manera de riostas, perpendiculares a éstos se tienden las latas o ripias, especie de tablotes de madera sobre los cuales va la bouza.
Luego van el colmado o cubierta de paja de centeno, en dos maneras: una apretada, arreglada, dispuesta con beo, o sea, atada, y, otra, con bara, en cuya disposición puede durar hasta siete u ocho años, pues, al fin, podrida por la humedad persistente y contínua de las nieves, se disgrega y deshace.
En cuanto a su interior, se suele dividir, con escasas excepciones, en tres departamentos: el primero, en el cual penetramos, se llama o lar, el hogar, la cocina, como su nombre de raíz, tan genuinamente latina lo indica, derivado, indudablemente de los dioses romanos lares. Y, como su planta es semicircular, a diferencia de las netamente ibéricas, en que era cuadrada, y sus muros son, relativamente bajos, como queda apuntado, al hallarse el fuego en el centro de este recinto separado de la columna de castaño, a la que hemos hecho referencia, por piedras colocadas de canto, el techo cónico de paja, cual espejo ustorio, concentra el calor en esta dependencia, donde puede verse alrededor instalados los lechos, cuando no se hallan en un departamento, el único en planta superior, con subida desde ésta, llamada barra, lugar donde también se almacena el combustible, la comida para el ganado y otros enseres del pobre ajuar; no lejos de la lareira donde se queman uces, xestas y acebos, está la paneira o hucha, artesa, despensa, para pan, carne, queso, butelo y demás viandas, existiendo en algunas o forno con su fornela o depósito de cenizas al pie y sitio a la cabecera de la habitación con su lousa a guisa de visera ante la boca.
La dependencia inmediata y bajo la barra es la estravariza o establo, pieza central, donde a lo sumo, hay capacidad para tres o cuatro reses, y por último, el más pequeño recinto, albergue del ganado lanar o del porcino, cuando éste no se instala en el trecho que deja libre el horno a sus flancos. El cunquiero, el canadeiro, los cileiros, el vaso, el escano, el sarillo, la lousa que pende del caizo, secadero de castañas, impidiendo que las moxenas prendan en la cubierta, completan los útiles, rodeando en todo su perímetro, tan rústica como elemental construcción, un surco, as vielas, encargado de encauzar el agua y la nieve que escurre de sus resbaladizas e inclinadas cubiertas.
No suele tener más huecos la pallaza, que la puerta de ingreso al lar o lareira, llamada ástrago, de dos metros de anchura, para dar paso al carro, y, otra para el ganado lanar, o portelo, y algún otro ventanuco de 0,30 por 0,50 como máximo, taponando con fazuchos, haces pequeños de paja, cuando sopla el cierzo y la nieve azota inclemente tan elemental abrigo, orientado, casi siempre de la forma más conveniente para hacer la menor resistencia posible al empuje del vendaval.
Nosotros hemos hallado hospitalario asilo a más de 1.300 metros de altitud bajo la rústica techumbre de una “pallaza” en noche gélida e invernal, contemplando a la flamante luz el pote “pendurado” de la garmalleira, sabemos cuanto vale y significa el alma sencilla e ingenua de estos montañeses, cuyas tradiciones y consejas mágicas, de viva voz transmitidas, parecen evocar la bíblica edad de los patriarcas, o aquella venturosa y dorada a la cual se refirió nuestro señor Don Quijote, cuando echó su elocuentísimo e inútil discurso, según Unamuno, a los rústicos cabreros.
Flanqueado el camino francés en el Cebrero por estas “pallazas” contemplamos su peregrina originalidad como algo que trasciende la vida más conforme con la “madre naturaleza”, sin televisión, reactores, bombas atómicas, ni hombres cósmicos, ni inquietudes lunáticas. ¡Bendito sea el Cebrero y sus “pallazas” cuyo mundo es tan distinto al nuestro, donde todo se pierde, se gasta y se consume con un frenesí insensato!...
López Pombo, Luis
López Pombo, Luis


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