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Fantasía y constancia de la palabra literaria

lunes, 31 de mayo de 2010
El día 25 de este mes tuve la suerte de oficiar de mantenedor en el Acto académico de entrega de premios del certamen literario NUEVOS CUENTOS Y LEYENDAS DEL CAMINO que se llevó a cabo durante este curso en el Colegio Franciscanos de Lugo.
No juzgo inútil ni “aprovechado”ofrecerles a ustedes parte de lo que allí pensé en voz alta y que especialmente dedico a Mireya, Marta, Eva, Carlota, María, Ana, Juan Carlos, Alicia, Vanesa, Sara, María, Uxía, José, Marta, Marta, María y Clara.
Con el agradecimiento y la admiración debidas.


Decía:
Procedemos a esta entrega de Premios, sabiendo que la palabra es el mejor y definitivo recurso que tiene el ser humano para salvarse de sus miedos y para crear los mundos mejor soñados para su futuro.

Procedemos, sabiendo que la palabra literaria es arte y que, como dijo Göethe, el Arte es “el mediador de lo incomprensible“ y aquello que hace que nos remontemos a otros mundos sin abandonar éste.

Cuando la Ninfa Eco fue inquietantemente acosada y perseguida por el feo sátiro Pan y ella se escondió en las altas cuevas de los montes de Arcadia, literalmente muerta de pánico y ya sin voz, sólo le quedó un resquicio de palabra para poder llamar en su auxilio al desdeñado amante Narciso, que para su desgracia ya se había convertido en la flor que hoy lleva su nombre; pero su eco quedó llenando de sonido trágicamente humano todos los valles de la Hélade.

Cuando Platón quiso definir la esencia de la cultura de su pueblo, no pudo por menos de afirmar que la civilización griega se apoyaba en las mentiras, leyendas y mitos que las madres de su patria contaban a sus hijos antes de llevarlos a dormir. Y decía que esto lo hacían para estimularles la imaginación. Y comentaba el filósofo que “el pueblo que no tiene leyendas es un pueblo que está condenado al estancamiento y al fracaso colectivo”. Hoy, nosotros, vivimos todavía gracias a esos primeros cuentacuentos griegos, aunque algunos iconos, como Atlante, se estén cansando de sostener nuestro mundo ético y económico.

También hay quien dice que la literatura que leemos o escribimos no sirve para nada, pero que con ella nuestra casa parece más grande. Y también que si no fuese por la literatura, este mundo se moriría de frío. Y también, y para empezar, que al principio fue la palabra.

Y fue... y es. Porque la palabra crea el personaje y crea al hombre; y al escritor, que se va haciendo al hilo de sus relatos, y crea sus mundos, que son nuestros mejores mundos y nuestros mejores momentos. ¡Las palabras...!, que van haciendo nuestro camino o que a veces lo deshacen o rectifican... Vosotros, alumnos premiados, lo sabéis mejor que nadie: las palabras son como los salteadores de caminos, del camino de la vida -“ser hombre es estar en camino”-, y ellas, de una u otra forma, nos sorprenden siempre, secuestrándonos de los miedos y peligros; transportándonos a las cimas de la montaña y regalándonos panaromas nuevos que ya se ven sólo desde allí; o llevándonos, sólo a escritor y a lector, a la esotérica y misteriosa cueva de Pitágoras para allí, en nuestro íntimo yo, hacer el amor con las música y su número exacto, alcanzado así para los humanos privilegiados la armonía únicamente reservada a los dioses y a algún que otro Prometeo.

Y antes ya sabíamos que en el Principio fue la palabra. Y ahora, que en el entretiempo también es, y que lo será asímismo al final de todo. Cuando el casual y azaroso Big-bang explosionó, allí estaba ella para levantar acta y hacer posible el cuento. Cuando la maravillosa maraña de cables de diverso color que conforman el cerebro y el corazón humano del Sr. Eduardo Punset son el último grito del “homo inanis”, ahí está la palabra para configurar el pensamiento y hermosear la vida con el único cosmético del espíritu y su grito. Y cuando sea la extinción propia, evolutiva y fatal de la galaxia, la Palabra estará allí como la Plenitud. Y lo dejamos ahí.

Supongo, entonces, que al menos los doce autores premiados en este Concurso, y sus posibles lectores, ante ciertas circunstancias de la vida, no se morirán del frío de un mundo cada vez más acalorado, y soñarán caminos y utopías reales para ellos, para sus familias y para sus amigos. Caminos con metas apoteósicas, como dejó escrito Píndaro, otro griego.

Señores alumnos premiados: el mundo que habéis creado con vuestra fantasía es real, es vuestro, nadie os lo arrebatará, y hará que al hogar de vuestra persona y de vuestra fantástica narrativa muchos de nosotros podamos ir a calentar nuestras frías y pecadoras manos.

En esta ocasión, todos vosotros, y todos con el duende de vuestra palabra habéis podido conjurar a los dioses del tiempo y del olvido... y volver a convertir el camino de Santiago, hecho de historia, arte y leyenda, de aventura y penitancia, de pecado y de gracia, lo habéis covertido, digo, en la “Calle Mayor de Europa”, en la “Internet de la Edad. Media”.

Gracias por vuestra afición a esto de escribir. Enhorabuena por este día y mucho más enhorabuena por vuestro futuro de pequeños grandes escritores.

Y esto fue... y creo que los jóvenes premiados cayeron en la cuenta de la suerte que tenían en sus manos. Pensar, soñar, crear, caminar, vivir “fundamentalmente”.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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