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La leyenda se muere

viernes, 23 de abril de 2010
Hace unos meses visité un lugar legendario, el yacimiento arqueológico de Castromaior, cerca de Portomarín. Me senté sobre la más alta de sus bastiones defensivos, dejando que mi imaginación volase con libertad, influido por la magia que irradian sus muros milenarios. Y allí soñé.

Soñé con un guerrero sin nombre que se acerca al trote desde lontananza, un castrexo, un guerrero galaico que retorna a su aldea a lomos de un caballo blanco. A sus espaldas, el corzo que había abatido cuando la jornada de caza tocaba a su fin. Bajo la luz de la luna, el guerrero salva las cuatro murallas alertando a sus camaradas para no encontrarse con una flecha inesperada y mortal, se interna en el poblado y tras descabalgar y acariciar con cariño a su montura, traspasa el umbral de su choza cargándose la pieza sobre los hombros.

Desde mi privilegiada posición, la misma que hace más de dos mil años ocuparían los aguerridos centinelas, era fácil imaginarse el alzado del poblado original; sus callejuelas, sus cabañas al estilo Piornedo aunque de planta cuadrangular, sus gentes, nuestros antepasados.

Fue entonces cuando desperté, cuando se esfumó la fantasía. Tomando notas y fotografías para mi siguiente novela, y esbozando un boceto del recinto interior, sus defensas y accesos; me encontré con lo que no quería pero comenzaba a sospechar por lo apartado del lugar. Cristales, botellas, colillas, los restos de una hoguera, papel de aluminio chamuscado… Un círculo casi perfecto de asientos improvisados con piedras, sin duda las mismas que dejaron su hueco triste en el muro cercano, la herida abierta en el vestigio de su historia. La pandilla de descerebrados había dejado la huella bárbara del “botellón” nocturno, los restos sin disimular de su fechoría; habían profanado la herencia de una leyenda bajo la cortina e impunidad de la noche.

Castromaior es el segundo mayor castro de Galicia por extensión, cuatro hectáreas, uno de los mayores del norte peninsular. Y allí está, solo, desprotegido, a medio excavar, y a merced de cualquier vándalo que esta misma noche pueda sin ningún problema arrasar su pasado y su futuro.

Me decidí a investigar la situación, rogando que mi hallazgo fuese la excepción y no la regla. Nada más lejos de la descorazonadora realidad. El noventa por ciento de los castros y restos megalíticos de la provincia de Lugo, y me imagino que de toda Galicia, sufren idéntica situación de abandono. Inexplicable. Creo que es nuestro deber trasmitir a nuestros hijos lo que a nosotros nos fue regalado, la cultura nació en Castromaior, en Viladonga, en Fazouro. No dejemos que muera la leyenda, moriría la cultura.
Es deber inexcusable de la Consellería de Cultura y de la Xunta de Galicia la tutela y salvaguardia de nuestro patrimonio. Es su deber promover su estudio e investigación, su protección y promoción. ¿No tendrá más sentido una Ciudad de la Cultura si guardamos como una joya las ciudades en las que nació esa cultura en Galicia? No nos vale ese excávalo tú si quieres como en los restos de A Piringalla, en plena ciudad de Lugo.
Núñez, Pablo
Núñez, Pablo


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