Las cuatro estaciones

CIUDADES DE AGOSTO. TRENES DEL ALBA.

Sólo un silencio cómplice en la estación del tren.
Puedo sentarme en un banco sin el agobio de las desiertas plazas
Rodeado de ofensas de principios de finales.
Mis pulmones buscan una fuente de metal y rocío.
Suena un molino de café en mi memoria
Mi abuela cantando una canción de Mina
¿Dónde está el cielo dónde la marea?
El molino trae ríos asombrados y ruedas con escanda
Sus cantos rodados las presas de nutrias y mimosas
Espejo de un príncipe con rosas húngaras en la grupa del caballo.
Una niña mueve sus cabellos cantando una sonata
Con un móvil conectado al abismo de juego
De un sol desnudo entre campanas.
En el puesto rent a car saluda un hombre
Alguien con un paño allá en la barra admite
Que las horas enviaron el estaño de una peste.
Brillan unos ojos con el intenso color de las violetas
Sobre periódicos mojados.
Es el latido de un corazón que espera
Un temor enviando magnolias de conjuros
Porque los trenes hieren los poemas de los poetas que hablan de partir
En el aire sobre los raíles
Los que hablan de moverse sin mover los miembros
De levitar soñando.
Paseaba el andén
Y la ciudad al fondo desde aquella altura
Papel triste
Era un bosque tendido con minio en las pupilas
En las luces del tablón de avisos
En las voces de los turistas dans le train la gare
Palpitando ondas de tabaco pescado salado y humo.
Torres de camomila de vidrio de achicoria.
Había peldaños puertas pasos subterráneos laberintos
En el óxido de las horas desprendidas de un cuadro de horarios
Mármol derretido a unos pies que suben o bajan con un cuenco de leche
Una moneda comida por el fuego de las salamandras
Las crines del viento contra nuestra frente
Una luna de estopa.
La ciudad muda de pellejo
se pone barras y estrellas y partimos.
Entra a saco sobre mí como las vagas del mar entran
En la playa de otoño cuando se hiela la sangre
En la visión de los cadáveres de los delfines en los brazos de las sirenas.