Calidad de vida

La última edición del Anuario Social de España, responsabilidad de la Caxia de Cataluña nos dice que Galicia está mal. Que la calidad de vida de los gallegos es de las peores de la Península. Y coloca a la provincia de Lugo, el puesto 50, el último, a la de Ourense tres puestos más arriba, y a la de Pontevedra en el lugar 31. Sólo A Coruña, en el puesto 21, parece hallarse entre las que cuentan con un mayor bienestar social.
El informe de la Caixa catalana ha levantado una tormenta como pocos estudios de similares características levantaron en los últimos tiempos. Y ha servido para que los patriotas descalifiquen el trabajo y destaquen que es precisamente una provincia catalana, Girona, donde mejor se vive, y para que los críticos, incluidos los responsables de los partidos de la oposición, se ciñan al pie de la letra a lo apuntado para demostrar, una vez más, que con esta política, Galicia camina hacia el caos.
Las provincias gallegas no son las más beneficiadas en los estudios que sobre las situaciones económicas y sociales se vienen haciendo públicos, como las cuentas de un rosario. Incluso algunos, al margen del dramatismo que encierran, nos presentan algún dato para el divertimento. No olvidemos que uno de estos análisis nos revelaba que el tren más rápido que circula por Galicia iguala en velocidad media al de Camerún. Y que países como Tailandia, Gabón, Argelia o Irán disfrutan de ferrocarriles más veloces que los nuestros.
El último informe de la Fundación de la Caixa de Cataluña, realizado por expertos del Instituto Lawrence R. Klein de la Universidad Autónoma de Madrid, no descubre nada que no se sepa. Galicia no está bien. Pero no hay que caer en pesimismos irracionales. Las cifras del Anuario Social no son más que eso, unos números interpretados de forma muy discutible que sirven para ratificar la idea generalizada, más allá del Padornelo y de Pedrafita, de que Galicia sigue anclada en el siglo XIX.
¿Tiene más calidad de vida una familia que reside en Mataró que una que lo hace en Xinzo da Limia? ¿Es más feliz un jubilado de Villaverde Alto que uno de Cangas do Morrazo? ¿Es mejor la enseñanza que recibe un alumno de Cartagena que uno de Ribadeo?. Sin duda ninguna, no. Cada uno en su medio natural, cada uno con las carencias a las que está acostumbrado a sobreponerse, es feliz a su manera.
La calidad de vida de una población no se mide precisamente por las indurtias metálicas, ni las transformadoras minerales y químicas, ni tan siquiera por el número de entidades bancarias. La calidad de vida se mide también por la falta de polución, por el queso de tetilla, el vino del Alvariño, el paseo por la Muralla de Lugo o la playa de Samil y por la ausencia de estrés. La calidad de vida, como la felicidad, la marca cada individuo. Aristóteles decía algo así como que la felicidad reside en el ocio del espíritu. Ugo Betti que “la felicidad es algo que uno lleva en sí mismo, sin darse cuenta de ello”. Y Epictto sentenció que “la felicidad consiste en ser libre, es decir, en no desear nada”.
Pero fue el escritor francés Bernard B. De Fontenelle quien acertó a decir que “el más grande secreto para la felicidad es estar bien consigo mismo”. Y los gallegos, los de Ourense y los de Lugo, y en mejor situación según la Caixa catalana, los de Pontevedra y A Coruña, vienen demostrando reiteradamente que la calidad de vida de la que gozan es la que los lleva hacia la felicidad. Porque la calidad de vida no se mide por industrias contaminantes, ni por número de restaurantes de comida basura, ni por el número de semáforos y largas avenidas en las que perder varias horas al día. Esos son otros indicadores que nada tienen que ver con los manejados por la Caixa.