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Cuatro días de marzo

miércoles, 17 de marzo de 2010
Cuatro das de marzo
(A María Angeles Lage Romay -5 al 8 de marzo de 2010-)

Demasiado prematuro irse a los 58.
Además, se te notificó eso, de improviso. Sin plazo para un recurso, cobardemente, solapadamente; casi a traición.
No es que te hayas rendido. Es que ni siquiera te ha dado tiempo a intentar luchar y a defenderte. Por eso ha sorprendido a los tuyos, a Lugo, a tus amistades de siempre y a todos los que hemos tenido la suerte de haberte conocido.
Te has asombrado a ti misma. Y se quedaron ateridos cuatro días de marzo.
Yo paso de la incredulidad a lo real y en la realidad me quedo. Y te escribo sabiendo que ahora me leerás. O quizás me hayas leído ya. O tal vez lo hayas leído antes de haber sido escrito. No lo sé, puede que esto de ahora mismo sea una acción absolutamente tuya y yo un simple medio para que quede aquí tu palabra por todos los años, de los años; de los años que pasen. ¡Si así es, que así sea!
Tú quieres que cese el llanto y el dolor de José Ramón, el compañero de tu vida; de tus hijos, Marián, José y Eva; de tus hermanos, Antonia (Tonecha) y Manuel José; de tus nietos, Pablo y Manuel; de Rafael, de María, de Carli; de José Antonio, Miguel Antonio, María Dolores y Celia; de Dolores Reguera, de José Gómez; de Pablo, María José, Manu, Manuel, Amparo y de Carlos; de tu queridisima prima, Manuela Freire; de los tuyos de siempre de la Delegación de Hacienda, de Lugo; en fin, de todas las personas que te hemos conocido y tratado.
El lunes, 8 de marzo, delante de la Iglesia de San Antonio de Padua, de Lugo, la media tarde se ha puesto tierna y cálida por un momento. Un instante antes, dentro, hablaron tres hijos en una sola voz. Hablaron de una madre única y extraordinaria. Fuera, tus compañeros de trabajo, amigas y amigos, tuyos y de todos los tuyos, te recordaron como una mujer íntegra. Dispuesta a descodificar, en rigor, la aspereza complicada y dura de la ley tributaria.
Cerca de la mesa que ocupaste, o sobre ella, verán tu bolso de los días, y en el, tus cosas. Tus pequeños secretos personales. Tu vida, tu risa y tus silencios. Tus amores grandes y tus besos, que no te pesan nada, porque eran, son, tus tesoros más queridos y admirados. Tus canciones de cuna. Tus nanas de la noche y de las madrugadas. Tus palabras de ternura. Tu paciencia.
En esa casi imperceptible brisa cálida de la media tarde, del 8 de marzo, llegó tu ruego de que parase el llanto, de que cesara el dolor, de que acabase el pesar, porque tú ya estabas durmiendo en paz.
Lo siento, María Ángeles, no supe como decírselo a tu hermana, Tonecha, ni a José Antonio, ni a José Ramón, ni a tus hijos, ni a ninguno de los tuyos. Y es que resulta dificilísimo explicar que aquella brisa tibia, que llegó por un momento, era tu voz que pedía:
¡Vale ya, no me lloreis más!. Recordadme como yo os recuerdo. Hablad de mi de vez en cuando. Sin llanto, sin pena; sin dolor. Sólo así podré estar plenamente feliz y dormir mi sueño grande.
María Ángeles, te parecerá sencillísimo transmitir todo esto que dijiste a través de ese aire de la media tarde de marzo. No he podido. Además, no me creerían, que reproducir palabras de esa calidez tranquila y suave no es tarea fácil, especialmente cuando hay tantísimas personas que desean manifestar, confortar y consolar.
No intenté ver a José Ramón, amigo de tantos años, y mucho menos irle con esta historia. Así que, sin expresar palabra, José, del San Francisco, y yo, le dimos un beso a tu hermana, Tonecha. Es lo que podíamos hacer. Y es lo que hicimos.
No sé por qué no te he escrito en gallego. No lo sé ni me importa. Será porque así lo descifré (en castellano) de esa ráfaga tuya en la media tarde del 8 de marzo.
¡No me lloreis más!. A ti te harán caso. Tienen que hacértelo. Han sido tus palabras. Lo has pedido tú. Yo sólo he trasladado tu ruego aquí. Y una nana.

Nana a María Ángeles Lage

Duerme,
en la cuna del aire.
Duerme en el silencio
de la noche larga.
Duerme,
en tu cuna
de rosas blancas.
Duerme en la ternura
de algodones finos.
Duerme,
al rumor del río.

En la cuna gigante,
en la cuna del fresno,
en la cuna del aire,
en las nubes que pasan,
en la seda del sábado,
en cuna de domingo.
Duerme, María,
en tu cama de agua.

Duerme, María Angeles,
en tu paz, descansa.
El Miño ha marcado
misterio y distancias;
El Rato, pequeño,
senderos de calma,
se puso redondo
junto a la cascada.
En mimbres maduros
y rosas delicadas,
dos islas nacieron.
¡Y una inmensa plaza!.
En ella, tú, sueñas,
soñando descalza.
Durmiendo en lo eterno,
diciendo palabras.
Canciones de cuna.
Canciones del alba.

Tus nietos nacidos,
y otros que nazcan,
soñarán tus sueños
en almohadillas,
con besos de abuela
sobre sus mejillas.
Gzlez.Vigo, Marcial
Gzlez.Vigo, Marcial


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