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A 'bombo' y platillo

viernes, 29 de enero de 2010
Lucía y Lena visten vaqueros y sonrisa triste. Esta coincidencia se advierte desde el primer momento, pero no es la única. En realidad, y aunque ellas no lo sepan, las une mucho más que eso: una decisión. Sin duda la más importante de su vida.
Primero fueron las náuseas, la hinchazón y los vómitos y luego las noches en vela que, del neón de discoteca y de la música electrónica, pasaron a estar ambientadas en exclusiva por la llantina a pleno pulmón de un bebé real, de carne y hueso, muy distinto de aquellos otros de plástico y peluca rubia con los que Lucía jugaba no hacía mucho. Tuvo que cambiar aquello del “que bueno está Sergio” y el “me espera a la salida de clase” que sus amigas aún repetían, por el “no toques eso, Sergio” y el “arriba, que hay que ir a clase”. La libertad se había terminado para siempre. Y es que hubo un día, apenas un instante, en el que Lucía dejó de ser una única persona para pasar a ser dos. Y lo hizo ya para el resto de su vida.
¿Cuántas veces habrá repasado mentalmente aquel momento? Tantas que Lena ya es incapaz de discernir entre lo que sucedió realmente y lo que obedece a un simple capricho de su imaginación que, desde hace meses, no deja de torturarla. Una y otra vez la misma pesadilla. Anestesia para el útero y sedantes para la madre que va a dejar de serlo. El médico explica el procedimiento: “utilizaremos una ventosa obstétrica para extraer el feto”. Lo dice tranquilo, sin pasión. Lena asiente. Ya no entiende ese cóctel de histeria y pesar en el que se ha convertido. Sólo tiene ganas de que todo acabe lo más rápido posible. Pero cuando abandona la frialdad de aquella sala aséptica, comprende que es entonces cuando la pesadilla comienza.
Un drama, de vacío para una y de mutilación para la otra, repetido hasta la saciedad en las adolescentes y del que se han hecho eco los medios de comunicación en multitud de ocasiones. Claro que, como no podía ser de otra forma, Telecinco, abanderado de la frivolidad y de los escándalos morbosos que alimentan el márketing y engordan la billetera, emitió este mes la serie “El Pacto”, dirigida por Fernando Colomo, cuyo argumento central es el embarazo premeditado de siete adolescentes, basada en hechos acaecidos en Estados Unidos. Y no le falta de nada: tenemos al profe guapo y comprensivo, el cual, cuando se descubre que las niñas están embarazadas les recita poemas a la maternidad alegando que “están receptivas”, al director malo malísimo, a los padres-marioneta que ni pinchan ni cortan, tan sólo asienten, entre pasmados y espeluznados, ante la broma de mal gusto -u ocurrencia genial, a los ojos de alguna adolescente influenciable- que acaban de tener sus adorables hijitas que, en breve, tendrán, a su vez, adorables hijitos también. Y las quinceañeras en cuestión son también puro estereotipo: la líder fría e inteligente, la “malota”, la deportista dulce y las fácilmente manipulables. Y todo el embrollo queda justificado por la rebeldía adolescente que consiste únicamente en buscar a un padre para su hijo como quien busca una tapa para su boli y en planear escaparse de casa porque tienen unos padres terribles que les ponen hora y se preocupan por ellas – ¡cuánta crueldad! Resulta enigmático que, al final de la serie, aparece un orientador sexual para dar consejo en una clase en la que, de las ocho niñas que hay, seis están ya embarazadas y una abortó. ¿Significa esto que el problema es la falta de información? ¿No será la ausencia de valores de una sociedad tan decadente? Qué va, para despejar cualquier duda aparecen las quinceañeras empujando el carrito con sus retoños, todas juntas, en amor y compañía. Incluso se ve como el novio de una de ellas -que no es el padre del niño, por cierto- le da el biberón al bebé. Todo muy bonito y lacrimógeno. Puede que hasta algún par de chavalitas que no tengan la madurez crítica suficiente -cosa muy probable- sintiéndose identificadas con las chicas guapas de la pantalla, se animen también a hacer un pacto entre ellas. Por qué no, si la realidad en América ya superó a la ficción en España.
Pero ya se sabe que este escaparate de sexo banal, de padres peleles, de preocupaciones despreocupadas, de adolescentes descerebrados y de tópicos facilones, triunfa. Los datos lo confirman: más de tres millones de espectadores siguieron “El Pacto”. No se podría ofrecer un producto distinto, menos simplista, con adolescentes absortos en crisis de identidad y en incógnitas existenciales tan propias de la edad -no en la elección del color de pintalabios ni de un padre para un bebé que quieren traer al mundo por pura rebeldía contra el- con padres que actúan como tales y con profesores capaces de llegar a ser maestros. Tampoco se podría ofrecer una versión distinta del mismo hecho -pues no deja de ser un fenómeno sociológico significativo- que refleje realmente la dimensión dramática de tal acontecimiento. No, eso no sería posible porque no nos gustan ni los grandes interrogantes ni las grandes tragedias; nos gustan los espectáculos a todo color y fácilmente digeribles - no vaya a ser que se nos atraganten las palomitas o que incluso nos paremos a reflexionar por un instante. Y además queremos seguir creyendo que nuestros adolescentes son unos inconscientes indomesticables y que sus ocurrencias -sean de la índole que sean- se reducen a simples chiquilladas.
La serie, desde su estreno anunciado a “bombo” y platillo, no estuvo exenta de polémica: la Confederación de padres y madres de alumnos (Cofapa) pidió su retirada, ante lo cual, un comentario anónimo en los foros de discusión sobre el tema reza: “Yo reivindico mi derecho a ver a estas tías cañones. ¿Qué diablos ha creído esta asociación?”. No es necesario añadir nada más.
Hemos conseguido trivializar algo tan importante como la maternidad y un problema tan grave como los embarazos adolescentes. Porque tanto la decisión de Lena como la de Lucía son igual de duras. Y después del “pacto” -que parece un juego divertido- viene el “parto” y con él una responsabilidad para toda la vida que la transforma por completo. Pero para curarse en salud, al final de la serie, la pantalla se oscurece para mostrar los datos estadísticos: 240.000 adolescentes sufren en España embarazos no deseados, el 21% de las jóvenes confiesa no utilizar métodos anticonceptivos y el embarazo adolescente es la segunda causa de abandono escolar. Pero detrás de las cifras están las historias personales. Lástima que Fernando Colomo no haya estado más acertado a la hora de ponerle rostro y voz a un asunto tan serio.
Pallares Vilar, Nerea
Pallares Vilar, Nerea


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