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Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho (II)

viernes, 15 de enero de 2010
Afirmó sus pies en la tierra, levantó con rabia el puño cerrado hacia el cielo abierto y se hizo el gran juramento: “a Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme, viviré por encima de todo esto y cuando haya terminado, nunca volveré a saber lo que es hambre, ni yo ni nadie de los míos”. Y fue entonces cuando Scarlett O´Hara escupió hacia abajo los besos de Clark Gable y la palabra se hizo acción, desde entonces y desde el principio y por los siglos de los siglos amén. Al menos así lo quisieron Vivien Leigh y Göthe y todos los revolucionarios que en el mundo han sido, incluido el divino Jesús de Nazaret, cuya iglesia parece ser que aún no se ha enterado de lo que el viento se llevó y todavía cree que sus catedrales siguen siendo los pilares de la tierra. Lo cual no ha de extrañar porque, como dice el teólogo contestatario Ernesto Balducci, Jesucristo se pasó tres años predicando su reino de fraternidad universal y va y surge una iglesia…
Pero aceptando las cosas como venían siendo, la verdad es que la historia se ha llevado casi todo, incluido lo evidente; los cimientos de lo inamovible se tambalean y las poltronas peligran, a Dios gracias. Y en vez de decidirse a armarla, “cunha oliva nunha man/ e a fouce na outra” -con éstas soñaba Ramón Cabanillas su agrarista fraternidad cristiana- la iglesia, que aún no hemos topado, se pone a miccionar beatíficamente melifluas jaculatorias, tapada por el coro de su esotérica y a agarrada palinodia, tan melifluas las jaculatorias, también es verdad, como las de la venerable y devotísima cofradía de la ceja. Y así el bulto que sigue proyectando su sombra sobre el camino de los que aún nos creemos en el derecho de ser idealistas o bien de despanzurranos en el baboso magma del Jardín de las delicias, no nos va ni nos viene, porque a los unos se nos da por la metafísica y el personalismo humanista del más acá de la nada, y los otros, con el carpe diem de los días de vino y rosas, creen haber llegado ya al nirvana definitivo y salvación única a través del mondongo o del Todo-a-zen. Pero a derecha e izquierda o medio pensionista, y cuando nos ponemos estupendos en la tarima de la tertulia mediática lo dijo Blas, punto redondo, entonces sí que nos envuelve la sombra alargada de la actual noite de pedra del stablisment eclesiástico: dominio o añoranza del poder de antaño, mentalidad conservadora y convencional, tinglado sin emoción. Trastorno bipolar ético y sobrado perifollo escénico.
Y en lugar de hacerse la catarsis del tiempo que se impone, de rebautizarse en el agua de un diluvio que arrase casi todo de nuevo y reduzca a cenizas los espantapájaros que impiden ver a Cristo en el epicentro del élan vital que nos constituye; en lugar de restaurar totalmente su actual icono de muy pocas cosas; en lugar de levantarse sobre el consumismo y explotación de todo y casi todos y juramentar una imprescindible desfeita, como así hicieron santa Scarlett O´Hara o la madre Teresa de Calcuta… -al fin, “algo” hemos topado, así-; en lugar de todo eso, nuestra iglesia en España ha optado por parar el tiempo, aferrarse a su santa sede para los restos y esperar los santos advenimientos fumándose un canutillo.
Entonces una mínima intuición: la de que tal vez de este chute sólo la salve un sacerdocio femenino, un matrimonio sacerdotal, la adaptación natural al medio, una laicidad evidente, la vida misma ¡Dios santo!.
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


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