Dedicado al narrador y poeta lucense Manuel Vázquez
A punto de finalizar la lectura de tu poemario: "Maldita eternidade", un verso tuyo me ofertó el título para este artículo que quería dedicarte, pronto sabrás por qué.
Conocía "A despensa do Sáa" de manos de un amigo común, Xesús Trashorras. No he dejado de ir religiosamente todos los días desde entonces. Paso el tiempo entre libros, ojeando unos, manoseando otros y siempre uno de ellos sale bajo mis brazos, camino de la casa familiar.
¡Qué buen maridaje hacen los libros y las botellas de vino en las estanterías del Sáa! En Chapeu -sí, lectores puristas del castellano, el término viene del chapeau francés, pero no es el chapó de la RAE, sino el chapeu del Dicionario de la Real Academia Galega, Ah! y sí, no es un error ortográfico este último pues, diccionario, en gallego va con una sola c-, estimado Manuel, inicias el poema de este modo: Quixera entrar no Saa con Trashorras, alternar con Estévez e con Xana... Sonreí al leerlo y supe que debía cerrar tu libro y disfrutarlo con un juego que me gusta realizar de cuando en cuando, abrirlo de un modo arbitrario, por cualquier lugar y dejar que el primer placer de la lectura lo decida el libre albedrío. Así lo hice y la página que lleva dos patitos a sus pies -pues no son otra cosa dos doses seguidos-, me sorprendió con tus hormigas:
Formigas
Na sombra dunha herba
na beirarrúa,
unhas formigas bailan.
Ninguén repara nelas,
sagrada fonte da vida.
Eu, bobo de min,
admirei a súa velocidade.
E o que mais admirei
foi que nos ignorasen.
Hormigas
En la sombra de una hierba
en el arcén de la calle,
unas hormigas bailan.
Nadie repara en ellas,
sagrada fuente de la vida.
Yo, bobo de mí,
admiré su velocidad.
Y lo que más admiré
fue que nos ignorasen.
Me cautivó al instante tu forma de pensar, de observar otros minúsculos mundos que discurren sin saber el uno del otro, como si se tratase de matrioskas rusas que ignoran que más allá de su propio mundo, otro se desarrolla sobre él. Cerré los ojos y la imaginación me llevó a Gulliver y los gigantes, en Jonathan Swifz.
La elección estaba hecha, y tu libro salió del Saá bajo mi brazo, pero la magia de Xosé Manuel, el trasno que reina tras la barra, me habló de otro tuyo: "O pracer da chuvia". Echó una ojeada rápida a las estanterías pero a su vista no se mostró. Siguió sirviendo a la parraquia.
- En algún lugar está. Hay dos ejemplares -dijo-.
Si era cuestión de paciencia, a mí me sobraba, así que los busqué con calma. Si Xosé garantizaba su presencia, en algún lugar se escondían. Al fin encontré un ejemplar. Eufórico, lo tomé en mis manos, con cuidado. Sobre el cuello de una botella de un excelente vino de Mencía que había degustado en más de una ocasión, el libro de Manuel Vázquez, en precario equilibrio, no podía estar mejor amcompañado. A su derecha un libro de Uxío Novoneyra, a su izquierda el poeta da Terra Chá, Manuel María.
¡Qué placer, Manuel, recorrer con tus libros la calle Obispo Aguirre, el fondo de la plaza de España, las calles de los vinos hasta llegar a mitad de la Ruanova. Muy cerca se encuentra la casa de mi hermana y en una galería que se abre frente a la Muralla, mi madre goza de reconfortante sillón mientras calienta sus huesos con el sol del atardecer.
Maldita eternidade, aquella tarde, se vistió de lluvia, y cautivó mi corazón tu buen hacer como poeta. Tras su lectura , a nadie extraña el merecido galardón, la consecución del Premio Eduardo Pondal
También a mí, tanto como a ti, estimado Manuel...
Gústanme os ríos lentos
os poemas lentos
os días e os bicos lentos
os soños lentos e a vida lenta.
Sólo así, desde la lentitud que todo lo engrandece, hasta la respiración se vuelve bella, profunda, consciente, sanadora.
Entiende uno así metáforas tan logradas, definiciones que no lo son pero que expresan el sentido de la vida, la búsqueda eterna de la belleza:
Onte vin ao lonxe as montañas nevadas.
Imaxinei os cumes en silencio,
como se o mundo non fora acabado.
Só a neve,
só o branco.
Como se todo estivese por facer.
Ayer vi a lo lejos las montañas nevadas.
Imaginé las cumbres en silencio,
Como si el mundo no estuviera acabado.
Sólo la nieve,
sólo el blanco.
Como si todo estuviese por hacer.

Terminado el poemario y, con la noche por delante, inicié tu novela. Tu primera novela, Manuel: "O pracer da chuvia".
¡Qué recuerdos de la niñez y de mi adolescencia! También yo cogía los libros de la biblioteca de la Diputación, en la calle y plaza de San Marcos y mucho tengo soñado leyéndolos. Son tus palabras: "Collía os libros na biblioteca da deputación, en San Marcos, moito teño soñado lendo neles".
Es la tuya una narrativa fresca, madura a un tiempo. Me recuerda a alguno de tus autores de referencia, mitos literarios algunos que rememoras en esta obra: Delibes, Auster, Fole, Manuel Rivas... ¡Qué decirte si yo sus obras las releo una y otra vez como si tratase -creo que se trata de eso, en efecto- de confirmar con su belleza, fuerza, pasión, también su ternura, que nunca debo olvidar que leer es esencial para saberme vivo, para sentir la plenitud de la creación literaria, para soñar despierto, para admirar su dominio y reconocer, que yo sólo me entretengo contando historias con mayor o menor acierto, que disfruto mucho, no lo niego, pero necesito leer a quienes en verdad literatura hacen, ya sean pequeños o grandes maestros.
A meseta sorprende na inexistencia de horizonte. Aparenta de principio monótona, igual, ten no seu ceo un espello fiel, despexado e sen fin. Se algo estrañei foron as árbores e, co tempo, o pracer da chuvia;
La meseta sorprende con la inexistencia de horizonte. Aparenta en principio monótona, igual, tiene en su cielo un espejo fiel, despejado e infinito. Si algo extrañé fueron los árboles y, con el tiempo, el placer de la lluvia;
No es de extrañar, Manuel, el éxito que tu publicación ha obtenido, los parabienes de otros escritores, sus reconocimientos en los medios, la demanda de talleres literarios tanto en centros educativos como en asociaciones vecinales, clubs de lectura... Nada me sorprende si yo, curioso y ávido lector, con tu narrativa disfruto, me emociono y aprendo.
Cierto es que siempre seremos aprendices en el difícil, apasionante y cautivador, arte de escribir, pero con esta obra tuya recupero entrañables retazos de tiempos idos, tiempos pasajeros.
El Lugo que tu describes, es un Lugo común y extraño a un tiempo. Casualidades de la vida, éramos vecinos sin saberlo. Tú de la calle Concepción Arenal, yo de Perpetuo Socorro, apenas unas calles nos separaban y en su intermedio, en García Abad, un cine Paz que pocas veces llegué a verlo.
Pero hay joyas escondidas en tu texto narrativo que son poesías que alcanzan el corazón de los lectores, el mío es uno de ellos, y ésta, la que sigue, me impresionó tanto, sin saberlo, que deseo cerrar con ella este artículo, artículo sencillo pero muy sincero, que se inició en mi cabeza en la taberna de Saa, bajo la magia de los libros y el magín del tabernero.
Na xanela entreaberta
dese momento
naceu o verán na sua boca.
Sabía a notas de piano,
perfume e madurecidas moras
En la ventana entreabierta
de ese momento
nació el verano en su boca.
Sabía a notas de piano,
perfume y maduras moras.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector, escritor y educador ambiental.