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Divagaciones sobre el arte y los artistas (Lecturas y reflexiones)

martes, 20 de octubre de 2009
Divagaciones sobre el arte y los artistas (Lecturas y reflexiones) EL ARTE
Con cierta frecuencia escuchamos a determinados críticos y eruditos, que comienzan sus peroratas sobre arte con estas palabras: “Trataré de ser lo más objetivo posible...” En ese momento nos entran unas ganas tremendas de decirle: “Hombre, no, si nos va hablar de arte procure todo lo contrario, es decir; intente hablarnos lo más subjetivamente que pueda, desde las más íntimas convicciones y sensaciones percibidas por usted; transmítanos su propio pensamiento, sus propias reflexiones, y no nos coloque todo eso que ha leído en tal o cuál tratado o enciclopedia”. Porque, seguramente, estaremos ante una de esas personas que, incapaces de percibir la emoción del hecho artístico, se dispone a endosarnos toda una pieza de erudición, en el acostumbrado e inapelable tono doctoral. Pero como no es cosa de interrumpir, en tales circunstancias lo mejor que podemos hacer es levantarnos y marcharnos lo más discretamente posible... ¿Cómo se puede hablar objetivamente de una cuestión tan puramente subjetiva?
Además, ¿qué es el Arte? ¿Quién sabe, de verdad, qué es tal cosa? Huyendo del vano intento de concretar este concepto (tan esencialmente abstracto e indefinible), nos arriesgamos a opinar que acaso estemos ante la más genuina intuición que del universo tiene cada hombre, expresada a través de un lenguaje tan personal y enigmático que, quizás por eso mismo, resulta tan complejo y apasionante el intentar descifrarlo.

Antiguamente imperaba la opinión -que aún hoy persiste en gran medida- de que la misión del artista consistía primordialmente en tratar de imitar a la naturaleza (inútil empeño). Hoy, sin embargo, el gran reto del artista parece consistir justamente en lo contrario: en intentar evadirse de la realidad circundante, que acecha inexorable para impedirle la fuga genial (ejercicio aun más utópico). Seguramente ninguna de estas dos concepciones explican, por sí mismas, la verdad de la naturaleza artística, que seguirá agazapada en el más recóndito e inexpugnable rincón del alma humana. Posiblemente tendremos que acudir a aquellos que, por su especial sensibilidad o su reconocida capacidad analítica, han logrado percibir -intuir- los mensajes cifrados que nos llegan a través de la obra de arte. Y, naturalmente, también tendremos que acudir al testimonio directo de los propios artistas, ya que a través de sus obras y sus palabras podremos aproximarnos a las sensaciones y sentimientos que ellos han debido experimentar, diariamente y durante años, al intentar superar sus propias limitaciones y frustraciones.
Cuando tratemos de aproximarnos a estos temas, conviene que dejemos revolotear nuestra imaginación con total libertad, sin establecer ningún tipo de prejuicios o barreras que pudieran refrenar nuestro pensamiento. Acerquémonos pues a la obra de arte con humilde curiosidad, y con los cinco sentidos bien abiertos y dispuestos, ya que sólo así conseguiremos llegar a gozar y compartir -con el autor- todas esas poéticas sensaciones, intuiciones y desasosiegos que impulsan toda creación artística.

LOS ARTISTAS
Existe la creencia popular de que Velázquez es el máximo exponente de la llamada pintura clásica (nada más lejos), seguramente porque, en su tiempo, se consideraba como misión primordial de la pintura la búsqueda del ideal de belleza (concepción netamente clasicista), huyendo de la realidad a través de temas religiosos o mitológicos. Pero lo cierto es que Velázquez, por el contrario, consideró que la misión principal de la pintura consistía en salvar aquella realidad cotidiana, deteniéndola en un instante preciso de su existencia, rescatándola de su efímera condición. Para ello, se empeñó en la difícil tarea de fijar en sus cuadros los rasgos más esenciales y característicos de las personas u objetos representados, ya fueran bellos o deformes, vulgares o excelsos. Y para conseguirlo tuvo que inventar el retrato, género considerado hasta entonces de escaso valor artístico. Por eso su obra supuso una verdadera revolución en su tiempo, tratando siempre de descubrir la verdad de aquellos personajes aristocráticos y cortesanos (oculta bajo la opulencia de sedas y pelucas), más allá de la apariencia y el disfraz. Y esa búsqueda de la verdad le llevó, también, (al margen de los encargos reales, a los que estaba obligado por su puesto en la corte) a retratar personas, animales y objetos de la más humilde condición: aguadores, tullidos, bufones, enanos, mendigos, bodegones...Era esa otra realidad que pululaba a su alrededor, dentro y fuera de Palacio, la que él se propuso eternizar, deteniéndola en un instante de su existencia. Y así, de paso, también inventó la instantánea, siglos antes de que fuera posible fijar la imagen fotográfica.

En 1885 escribe Paúl Gauguin: “Desde hace tiempo los filósofos tratan de explicar los fenómenos que nos parecen sobrenaturales de los cuales, ciertamente, percibimos sensaciones. Toda la cuestión radica en que a los artistas, en quienes la sensación se formula mucho antes que el razonamiento, les está permitido que, al mismo tiempo que analizan las cosas, puedan conservar aquella sensación percibida inicialmente”.

En una de las cartas que dirige a su hermano Théo, escribe Van Gogh: “Dile (a Serret) que a mis ojos Millet y Lhermitte son verdaderos pintores, porque ellos no pintan las cosas como son, de acuerdo a un análisis somero y seco, sino como ellos las sienten. Dile que mi gran anhelo es aprender a realizar tales inexactitudes, tales anomalías, tales modificaciones, tales cambios en la realidad, para que salgan... mentiras si se quiere, pero más verdaderas que la verdad literal”. Seguimos con Van Gogh: “Ya pueden ir cantando la técnica con palabras de fariseo, huecas e hipócritas; los verdaderos pintores se dejan guiar por esa conciencia a la que llamamos sentimiento. Su alma no está al servicio del pincel, sino el pincel al servicio de su espíritu”.

Poco antes, Eugène Delacroix había llegado a decir: “La Naturaleza trata de imitar a los artistas”. Y muchos años después, Salvador Dalí (el último genio del penúltimo Renacimiento), desde el más puro y automático pensamiento surrealista, va más allá cuando dice: “Pintores muertos hace siglos ya imitaban descaradamente a Dalí” (¿Estaría pensando en El Bosco...?)

LOS PENSADORES, LOS ESPECTADORES Y LOS CRÍTICOS
Entre los pensadores y estudiosos, quizá sea Ortega el que con mayor rigor y clarividencia se aproximó al meollo del hecho artístico, a su lenguaje expresivo y a su naturaleza. Veamos algunos de sus pensamientos, entresacados de sus textos:

“La única realidad que puede existir en un cuadro es el cuadro mismo”. Cierto, ya que toda pintura - abstracta o figurativa- es pura invención y convención, pura magia o ilusionismo (cualquier vestigio de realidad -en un cuadro- es mera apariencia).
“La parte menos importante de un cuadro es la incluida dentro del marco”. Verdad, porque ¡ay de aquel cuadro que no haga sentir al contemplador el deseo de traspasar su superficie y adentrarse en ese universo, ideal e imaginativo, que subyace más allá de su corteza, para mirar a derecha e izquierda con ávida curiosidad!.
Sigue diciendo Ortega: “Un cuadro no es más que el fragmento de la vida de un hombre”. Nada menos, diríamos nosotros. Porque aunque sólo fuera por eso, el cuadro más modesto merecería ser contemplado con una mínima atención y respeto. Lo que no impedirá que, luego, podamos formular una opinión crítica ponderada y bien argumentada sobre la obra. Pero resulta ética y estéticamente inaceptable el menosprecio -o el insulto- que algunos críticos de ocasión dedican, no sólo a la obra, sino también al autor, en sus inapelables juicios, emitidos con frecuencia al primer golpe de vista. Evidencian, con ello, una total incapacidad para percibir aquellos sentimientos y sensaciones que preceden al hecho artístico, que surge de la soledad y la angustia del pintor ante el lienzo en blanco (decía Ortega que tales actitudes virulentas suelen nacer de la irritación y frustración que algunos críticos experimentan ante la obra, cuando no alcanzan a entenderla, lo que les coloca en situación de inferioridad con respecto al autor).
A este respecto, ya había dicho Paúl Gauguin: “Nuestras emociones, frente a una obra de arte, se deben a muchas cosas. El crítico, si quiere hacer una verdadera labor de crítica, debe desconfiar ante todo de él mismo, en vez de querer encontrarse a sí mismo en cada obra”... Ya ven que la cuestión viene de lejos.
“Un hombre es importante -dijo Arrabal- cuando es capaz de establecer la relación precisa entre las ideas y su realización”. Este pensamiento parece definir exactamente, no sólo al dirigente político de talla, sino también al diseñador aeronáutico, al ceramista, al arquitecto y, en general, a todos aquellos que trabajan en el mundo de la creación en cualquiera de sus campos. Así, un cuadro es (o debe ser) el fruto de la imaginación del pintor agónicamente situado frente a un desafiante lienzo en blanco. De la misma manera que una escultura brota de la tensa relación que se establece entre el escultor y un informe montón de barro, o un inexpresivo bloque de mármol. En eso consiste el ser autor y ahí radica su importancia.
Y un esclarecedor pensamiento de Goethe: “No existe un arte nacional ni una ciencia nacional. El arte y la ciencia, como todos los sublimes bienes del espíritu, pertenecen al mundo entero, y sólo pueden prosperar con el libre y mutuo influjo de todos los contemporáneos, teniendo siempre presente todo aquello que el pasado nos legó”. Pensamiento que, todavía hoy, puede ser objeto de encendidas controversias.
Después viene el espectador (que en el nuevo concepto artístico es tan indispensable como el autor), el cual percibirá sensaciones y tratará de interpretarlas...Y después vendrá la crítica, fruto de la reflexión. La opinión del crítico profesional no es más que el juicio de un espectador más, aunque con frecuencia tales individuos lleguen a creerse situados en un plano superior al autor y al resto de los espectadores; ¿cabe mayor ingenuidad y autocomplacencia?

Por nuestra parte, creemos firmemente que la crítica es absolutamente necesaria, no sólo en el terreno artístico, sino también en todos los campos de la actividad humana. Pero hagamos una precisión urgente: la crítica que debe interesarnos es la del espectador en general (la del respetable público, que se dice), que es quién manda en definitiva, como ocurre en el mundo de los toros o en el teatro. Porque será el espectador el que diga la última palabra, junto con ese otro juez implacable e inapelable que es el tiempo, el cual en su inexorable discurrir actuará como un filtro, a través del cual irán pasando imitadores, mediocres, chapuceros y oportunistas, que quedarán sepultados para siempre bajo la losa del olvido.
Con los años hemos llegado a la conclusión de que cultura es todo aquello que contribuye a la felicidad de los hombres, en armonía plena con la naturaleza. Y entendemos que quizá sea el arte la porción más excelsa de la cultura. Por eso estamos plenamente convencidos de que la guerra es la manifestación más puramente antiestética, la muestra más genuina de la incultura y la bestialidad que todavía anidan en el ser humano (con frecuencia, el más inhumano de todos los seres vivos).
En cualquier caso, sería bueno que no siempre aceptáramos lo escrito como dogma de fe (ni siquiera el texto precedente) porque, como dijo Gómez de la Serna: “Si siempre respetáramos lo escrito, ni las ciencias, ni las artes, ni las letras progresarían”. Y tenía razón.
Sánchez Folgueira, Gonzalo
Sánchez Folgueira, Gonzalo


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