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Isabel la Católica en la memoria de los Austrias Mayores y en la literatura de la época

Guaylupo, Eduardo - lunes, 22 de diciembre de 2025
«Tu bisabuela, la reina doña Isabel, fue dechado de justicia y piedad; síguela, porque en seguirla va la conservación de estos reinos».
Carlos V, carta a su hijo Felipe, 1548.

«La reina, mi bisabuela, por inspiración divina, enderezó estos reinos a la verdadera religión».
Felipe II, Junta Magna de 1586. Isabel la Católica en la memoria de los Austrias Mayores y en la literatura de la época

Isabel la Católica se convirtió en reina de la historia y emperatriz de la memoria, y así representó su cetro para los Austrias Mayores, el emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico y su hijo el rey Felipe II.

El óbito de la reina inspiró, además, una producción literaria marcada por una tristeza culta y ceremonial, visible en los versos de fray Ambrosio Montesino, poeta devoto y cantor de los Reyes Católicos, quien en su Llanto por la muerte de la reina Isabel (1505) escribió:

«Llorad, castillos y torres,
llorad villas y ciudades,
que la Flor de las flores
es pasada a eternidades.»

Lo que comienza como expresión de duelo se transforma pronto en profecía autocumplida: la reina asciende del lamento al mito y se convierte en ícono político y moral, en espejo donde la monarquía proyecta sus objetivos. Para los Austrias Mayores, Isabel aparece como madre fundacional de la Monarquía Católica.

En el comienzo del turbulento siglo XVI, durante los primeros pasos del gobierno de Carlos V, el joven emperador comprendió -con la ayuda de sus consejeros- una verdad esencial: todo imperio necesita un sólido cimiento moral. En esa búsqueda encontraron la figura de su abuela Isabel como paradigma de la Ética católica en el ejercicio del poder y como ejemplo edificante para sus súbditos.

Así se refleja en el Romancero anónimo de 1521, cuyos versos, difundidos en la segunda década del siglo, recogen el sentir popular y presentan a la reina como madre perpetua de un imperio vivo:

«Quedó Castilla sin madre,

mas con memoria infinita:

que a la reina muerta todos
la quieren por margarita»

El emperador, en su discurso de 1520 ante las Cortes de Valladolid, alabó a Isabel la Católica como «luz de la cristiandad» y «reina cuyos hechos han puesto los cimientos de esta Corona». Estas manifestaciones trascienden la mera cortesía retórica, constituyen un programa de gobierno, cuya máxima expresión se perfila en el ideal histórico de la “Universitas Christiana", defendido por Carlos V con la palabra y con la espada hasta sus últimas consecuencias. El modelo isabelino legitima así el ordo christianus sobre el que el emperador pretende asentar el Imperio en el marco de la Cristiandad europea.

Los cronistas contribuyeron decisivamente a reforzar esta imagen. Fernando del Pulgar, en su Crónica de los Reyes Católicos (1482), describió a la reina como «dada al bien, inclinada a la justicia». Este retrato influyó de manera directa en los autores de la época imperial. Antonio de Guevara, en sus Epístolas familiares (1541), afirmó que Isabel «tenía el corazón templado como el acero y la conciencia pura como la nieve de enero», epigrama laudatorio que se convirtió en lema frecuente en los ambientes cortesanos.

Los poetas imperiales continuaron esta senda. El autor sevillano Cristóbal de Castillejo compuso el siguiente dístico:

«Reina fue en vida entera,
muerta es columna y cimiento.»

En cuanto a la actuación de Isabel la Católica como precursora de la evangelización en los territorios de Ultramar, los consejeros imperiales interpretaron su apoyo a Cristóbal Colón como el inicio de una empresa cristiana de alcance universal. Así lo expresó el César Carlos en la Pragmática sobre la evangelización de las Indias (1530):

«Nuestra abuela, la Reina Católica, encaminó aquellas tierras nuevas a la fe; conviene a nosotros proseguirlo.»

Durante el reinado de Felipe II -monástico en el estilo, calculado en el ritmo y severo en el espíritu-, la figura de Isabel la Católica se consolidó como referente moral supremo de la Monarquía Católica. El rey veía en su bisabuela a la primera reformadora, defensora de la ortodoxia y fundadora de la unidad espiritual de los reinos.

En la Junta Magna de 1586, Felipe II declaró solemnemente:

«La reina, mi bisabuela, por inspiración divina, enderezó estos reinos a la verdadera religión. Su obra es la que yo continúo.»

En 1594, el monarca realizó unas manifestaciones que pueden considerarse precursoras de la causa de canonización de Isabel la Católica:

«Conviene a la conservación de nuestra Monarquía que la vida y virtudes de la reina doña Isabel se escriban con toda verdad y se proponga su santidad a la Iglesia.»
(Felipe II, 1594. Registro de Cámara, Archivo General de Simancas.)

Para concluir, unos versos de un soneto anónimo de la segunda mitad del siglo XVI, conservado en el Cancionero de Turín, resumen la exaltación poética de Isabel la Católica:

«Doña Isabel, la santa soberana,
que a España dio razón y dio derecho,

vive en la gloria y vive en nuestro pecho,
más pura que la aurora castellana».

Autor del Texto: Carlos Matilla Reyes del Pulgar.
Enviado por Eduardo Guaylupo
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