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Cruces negras, cementerio y enterradores en la playa de Salinetas

Espiño Meilán, José Manuel - miércoles, 10 de diciembre de 2025
Mi mayor cariño a las playas que algún día estuvieron limpias y llenas de vida
y mi enérgica repulsa a quienes las enterraron para siempre.

No sé bien como comenzar este artículo. ¡Es tan difícil comprender lo qué ha pasado!
El artículo va de enterradores y víctimas. Los enterradores tienen nombres y apellidos. Se trata de todas aquellas personas que con sus decisiones, ambiciones y silencios han contribuído a la muerte de varias playas teldenses.
Cruces negras, cementerio y enterradores en la playa de Salinetas
Las playas muertas siguen ahí, abandonadas a su suerte. De nada vale que el nivel de vigilancia pase de alerta a prealerta, si siguen las playas contaminadas. Un vocablo y un prefijo no eliminan la mierda que hay en ellas. Un vocablo y un prefijo no elimina las grasas de los pescados muertos que siguen en las arenas, ni la suciedad en suspensión que sigue afectando al océano, porque la fuente de emisión, porque el causante de todo la contaminación durante tantos años, un cuarto de siglo, sigue ahí, indignamente cercano, a unos trescientos metros de la playa, en zona que, sólo en teoría por lo que se ve, aunque así lo recoja la correspondiente Resolución de la Consejería con competencias en material acuícola, está prohibida para la explotación de la acuicultura. Pero da igual, la ley no sirve ante poderoso caballero.
No es nuevo esto, a mediados del siglo XVI lo llevó a escena, magistralmente, Quevedo. No, por favor, el cantante de moda no, el escritor Francisco de Quevedo. Es tan claro todo lo que está sucediendo que permítanme la licencia de traerles una estrofa de su letrillas satírica: "Poderoso caballero es don Dinero":
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don Dinero.

Las playas contaminadas son los cadáveres, y los ciudadanos a quienes se les prohibe usarlas, a quienes se las han secuestrado por la cara, a quienes se las han robado con absoluto descaro e impunidad, a quienes expulsaron de sus arenas sin saber si algún día volverán a ellas, son las víctimas colaterales de un asesinato premeditado. Cruces negras, cementerio y enterradores en la playa de Salinetas
Los enterradores llegaron poco a poco y los iré señalando, pues son los responsables.
Pero antes debo echar la mirada atrás, una mirada compartida con múltiples vecinos. No son los que viven en estas playas, exclusivamente, es toda la ciudadanía de Telde, de Las Palmas y de otros municipios, asiduos visitantes que con su presencia aportaban vida al lugar y a sus negocios, alquilaban apartamentos, acudían en vacaciones, sonreían a la gente. Disfrutaban los niños con sus abuelos, los más jóvenes y los adolescentes, y había tablas en el agua, buguis y piraguas en todas las épocas del año.
Y buceaba uno saludando a las viejas, a las samas, a los tamboriles, a los pejeverdes, al mero y a la cabrilla, al pez peine y al salmonete, a los sargos y sargos breados, a la salema y al guelde y acercándose a la costa, allí junto a la rompiente, nadaban también los lebranchos. Fue entonces cuando supieron de las lubinas la gente.
Llegaron con gran silencio los primeros enterradores. No se encontraban muy lejos, sólo a trescientos metros, justo enfrente de la punta, donde los cangrejos; y algunas de las lubinas de aquellas jaulas escaparon. Era un negocio incipiente; nadie dijo nada, al parecer no afectaban al medio ambiente, y a los pescadores dijeron que habría trabajo siempre.
Justo allí, en la rompiente, donde los riscos se bañan y la charca es un anhelo, las cañas pescaban lubinas, una tras otra, por cientos, pues no hay peces más tontos que los acostumbrados al pienso.
Y mientras las jaulas seguían, el horizonte cubriendo, aumentando siempre su número y creciendo su excremento, y los peces de la costa iban mermando su censo, en sus lugares de siempre, donde nunca faltó el alimento.
Eché de menos a los filtradores, no había ni en los recovecos. Antes lapas y abanicos, orejas de mar, mejillones, ostriones y otros invertebrados tenían los riscos prietos de tanta vida animal, de algas donde se escondían múltiples erizos cacheros. Y desaparecieron todos, los centollos los primeros.
El marisco se resiente, ya no hay algas, ya no hay medio. Nadie toma medida alguna y a las denuncias responden con una omertà, con silencio. Silencio de los incapaces, inútiles y algunos memos, que ocupan cargos notables, sólo para su propio contento.
Y ya el anterior verano, es una realidad no un sueño, las mantelinas dejaron de acudir a nuestras playas, playas de fondos serenos.
Antaño limpias y claras, orgullo de salineteros, pugnaban con Melenara por compartir tanto éxito. Y pasó este verano y ellas tampoco acudieron, pues la contaminación del agua pasa factura en silencio, y las playas abandonadas, poco a poco van muriendo, y siguen los enterradores, trabajando y maldiciendo porque si crían cien mil lubinas, un millón siguen pidiendo.
Primero llegó la empresa con sus jaulas y el veneno, veneno de suciedad, de contaminación y cieno, Las colocó ahí al lado, pues provisionales dijeron, y ahí se quedaron siempre, y ahí siguen existiendo.
Un proyecto envenenado donde el mar aún se resiente, y miles de toneladas de lubinas enjauladas entre la peste, dando vueltas sobre sus residuos, aunque las heces apesten.
Es insano a la lubina materia tan pestilente, pues las bacterias actúan soltando azufre lentamente. Y el sulfuro y el sulfídrico a los peces no conviene, genera mortandad en jaulas, aunque la empresa lo niegue.
Tampoco es buena la vibriosis, una infección muy potente, que ataca a las lubinas, enjauladas e impotentes, y también conduce a la muerte masiva de tantos peces. Hay bibliografía y mucha, de mortandades ingentes y hay análisis que nos vetan, que nos callan, que no mienten de las verdaderas causas de tanto daño reciente.
Pero estas son realidades que le empresa siempre desmiente, jamás un fondo buitre, un negocio sobresaliente, reconocerá un fallo propio, surgido de su propia gente.
Qué sea pues un vertido, aunque jamás nadie encuentre, para cobrar los seguros y las subvenciones ingentes. Que es Europa un gran negocio para los más insolentes, los ricos y aprovechados, mercachifles y mangantes, comisionistas y delincuentes.
Nada hay como una gran mentira si el vocero es convincente, pues la realidad transforma en interés propio, siempre.
Por eso no se limpian los fondos, ¡Ya los limpiarán las corrientes!, da igual que las heces vayan al océano o hacia la gente. No importa nada la costa, no importa ser imprudente. Hay una patente de corso que a ellos siempre mantiene.
La biodiversidad se amenaza, el baño enferma a la gente, pero no hay autoridad alguna, que se muestre diligente.
La muerte acechando ahí mismo, se encuentra en la playa, ahí enfrente y, sin embargo se otorgan permisos al negligente.
Matar el mar y los peces a cambio de una pasta gansa, es el negocio de moda, a base de subvenciones, europeas y canarias, vendiendo nuestro gobierno las aguas de nuestras playas, al de fuera, como siempre, también viviendas y camas.
Malditos sean todos ellos, enterradores de capa, que han enterrado la vida y encima no dicen nada. El silencio es su respuesta, la inación ya no les basta. Ante lo que está sucediendo, que cojan la maleta y se vayan.
Tristeza de enterradores, los que gobiernan y mandan, porque las autorizaciones, permisos que las playas matan, salieron de sus despachos, siempre la boca callada.
Tan culpable es el Cabildo como el Gobierno de Canarias, pues de sus Consejerías surgió el daño que mata. También culpo a los ayuntamientos y a la sociedad que les paga, pues gobiernan para ellos no para los canarios de raza, aquellos que sudan siempre, aquellos que siempre trabajan, aquellos que se creen protegidos tras tanta gente de paja.
Y lloro porque no puedo bañarme ya ni en mi playa. Sus arenas y sus aguas las ha envenenado una plaga, fondos de inversión que hacen con el planeta la plata, y alteran por donde pasan tierra, aire, mar y agua, sus plantas y sus ganados, sus pescados y su alma, quitando la identidad al pueblo, al pueblo que les amamanta, ordenando a sus esbirros, miserables lenguaslargas, que nos toreen un tiempo, con mentiras, con palabras y que los daños se olviden, pues todo lo sucedido pasa.
Así gobiernan todos ellos, venden la tierra y se marchan, y venden el agua nuestra, nada les importa ¡NADA! Ni los llantos, ni los ruegos, ni las manifestaciones bravas, pues ellos no están aquí, con los mercenarios les basta, y así el pueblo llano se queda sin paraíso, sin playas, sin la tierra de sus abuelos, sin identidad, sin nada y grita, lleno de rabia, que la paciencia se acaba.
Ay de nuestro pueblo que permite tanto dolor, tanto agravio, nacionalistas que callan ante tanto enterrador insensato. ¿Acaso no comen ellos potaje en el mismo plato? ¿Y la carne de cochino, un escaldón y un pescado?
Todos en la mamandurria, de un sueldo nunca ganado, insolentes y orgullosos, al pueblo nos han estafado. ¡Qué den la cara y representen a la gente y sus enfados y que sus gabinetes jurídicos defiendan al estafado! No lo harán nunca señores, del capital son soldados, y nunca defenderán nuestras playas, nuestros campos, pues en verdad yo les digo que están atados, bien atados.
Atados a sus compromisos, seguro que bien conchabados.
¡Desenmascaremos sus rostros, nombres a cada uno pongamos, en la prensa y en la radio, televisión y redes... ¡VAMOS! Qué no nos engañen sus siglas pues tras ellas hay engaños. Gobierno y oposición, apenas son más que un rebaño, pastoreado y servil con capitales extraños.
Los peces son de gourmet, de lujosos restaurantes, pero nada queda aquí de tanta riqueza constante. Sólo la basura y los restos, todo lo contaminante.
- La mierda para vosotros, tanta como vuestro cuerpo aguante -dicen los grandes señores, los de negocios boyantes.
¡Basta ya -decimos todos-, de tanto negocio infame!

José Manuel Espiño Meilán, vecino de la playa de Salinetas y activista de la Plataforma creada para la defensa del litoral canario. Lector, escritor, educador ambiental y miembro del colectivo ecologista TURCÓN.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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