Desideratas
Alén, Pilar - lunes, 15 de diciembre de 2025
¿Todavía los niños escriben cartas a los Reyes Magos, a Papá Noel, o a ambos? Me asombra. Bueno es, pero extraña que todos lo hagan cuando no tienen hábito de coger en el colegio un lápiz ni en casa referentes que envíen simples postales. Lo de apelar confiadamente a sus majestades o al nórdico gordito era algo que meridianamente se tenía claro antes. Cada uno tenía su único y exclusivo destinatario favorito. Luego comenzó a pulular lo que hoy es moda y se sigue sin criterio: tanto monta, monta tanto, Isabel (Reyes de Oriente) como Fernando (Santa Claus). Lo que prima es sacar tajada a costa de dos fechas convertidas en esperadas ocasiones de intercambiar regalos. No es mal negocio para el comercio a costa de tergiversar -ya siento decirlo- ideas claras. Si bien es cierto que la Navidad es tiempo de dar a manos llenas, no hay que pasarse de frenada, convirtiendo en vicio lo que es de buen juicio. Dice una de mis anegadas madres que ella promueve que se redacten las consabidas cartas y que las manden por doble partida, con el mismo remitente, destino diferente e igual punto de llegada. ¿Absurda jugada? No. Un sistema para que los críos no cambien de parecer según les venga en gana: lo escrito crea precedente y de variar la lista de desideratas, nada.
Me voy a mi infancia. Entonces solo se celebraba la Inmaculada. No existía aún nuestra Carta Magna. El 6 de diciembre era, como mucho, para algunos, S. Nicolás de Bari (ss. III-IV) al que asociaríamos con Santa Claus muchas décadas más tarde. En mi aldea era fiesta, en cambio, el 10, coincidiendo con el martirio de Santa Eulalia. Pero, sobre todo, era el momento de coger carrerilla para preparar la anhelada velada de la Nochebuena: vetadas las tarjetas prefabricadas, compradas por una pasta gansa. A los Reyes Magos -que no al panzudo de traje colorado- la información les llegaba por arte de magia, sin necesidad de ningún intermediario. El de reconocible voz y curiosa carcajada ni aparecía ni se le esperaba. En lugar de hacer misivas remilgadas estábamos centrados en otros afanes, especialmente con los codos hincados para afrontar los primeros exámenes.
Un breve comentario sobre un dato en el que no había caído antes, pese a que no es nada extraño. San Nicolás, dicen, fue el primer santo, no mártir, que tuvo culto a la vez en Oriente y en Occidente. Bien está saberlo y difundirlo porque así tiene más sentido que lo asimilemos y veamos como obispo oriental del Medievo y como anciano con barba blanca, popularizado por una multinacional norteamericana -Coca-Cola- en el siglo pasado.
Pues de empresa en empresa vamos. ¿«Pop-up» en un Zara de la ciudad herculina? Hasta no hace tanto ese arte solo se estilaba para cuentos que eran mitad juguete, mitad cartulina de papel animada. Ahora, en tamaño o formato casa o tienda impresiona, y es un claro reclamo de una sociedad que todo lo quiere vivir a lo grande. Por si fuera poco, la competencia -El Corte Inglés- ha sacado pecho presentando «Una historia de Navidad», spot televisivo en donde todo es desproporcionado; un canto a los típicos tópicos que, entre otras cosas, lo hace en exceso largo. Ojalá tan ingeniosos 'inventos' produjeran el efecto contrario, provocando en quienes los vean revivir esa Navidad genuina, de misterioso halo, con calor de hogar y familiar, como antaño.
Mientras tanto, los mercadillos de la querida España no prosperan demasiado. ¿Estará poco abonada esta tierra para ellos? Unos nadan entre surcos de agua que dificultan su visionado: es el caso del de Santiago. Otros apenas atraen gentes en plazas y paseos más propios para patear en verano con un helado. Les pido: visítenlos pues es encomiable el esfuerzo que hacen.

Alén, Pilar
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