
Julio era de los del Madrid. Mi primo José Vitorio, tan fuerte como el de Zumosol, no le permitía jugar al fútbol con nuestro equipo, el Galicia Playa, que buscando nombres no había quien ganara a mi prima Marisú. Los de aquel Madrid siempre perdían porque la afición gallega era más numerosa y apoyaba más; además, las árbitras eran de la familia y siempre nos favorecían; por eso Julio Iglesias reivindicaba siempre su ascendencia gallega...
- Mi padre es de La Peroja...
- ¡Será de A Peroxa!
- Bueno, da igual. Yo soy gallego.
Pero mi primo José Vitorio se empeñaba en colocarle entre los madrileños, cuando saltábamos a la arena de la entonces virgen playa de Rodeira, un estadio que fue testigo de muchas emociones deportivas.
Éramos unos niños que aún no habíamos cumplido la decena, pero nos sentimos

siempre los protagonistas del veraneo en Cangas que allá por los cincuenta estaba dominado por ourensanos y madrileños.
Nos hicimos todos mayores. Julio le cantó a Galicia y José Vitorio presumió de haber jugado contra él en las conversaciones banales de oficina.
A mí lo que me enamoró fue Cangas, su costa, esa que termina en el Cabo Udra desde donde se alcanza ya la ría de Pontevedra.
Fuí mil veces a Liméns, de camping, para admirar el ir y venir de aquellas olas embrujadas por María Soliña, a la que imaginaba, bellísima, caminando sobre aquel mar con fondo de Cíes y con unos ojos que brillaban más que la Luna sobre el agua. Es más, una noche soñé que me besaba largamente y amanecí bañándome con el sol recién nacido... buscándola.
Aquel mar tenía tanto encanto que fue la fuente de inspiración de mis poetas; de los medievales, de los románticos del siglo XIX y también de los contemporáneos. Sin embargo, aunque me sé esos poemas de memoria, lo que realmente me fascinó siempre de Cangas en mis recuerdos más profundos... fue aquella gente que se levantaba con la Luna y se acostaba con el Sol, mariñeiros con piel de salitre que pasaban media vida a bordo de una gamela.
Tenía un amigo al que llamábamos Churruca que me llevó a navegar una vez por toda la generosa bahía, la que Cangas comparte con Vigo. Fuimos por Area Milla, Limens, Nerga, y Barra...
Churruca me descubrió ese día la paz de sal elemental que te encuentras en medio de un paisaje iluminado por la luz cambiante de cuatro estaciones... en una sola tarde.
¡Cómo no me iba a enamorar el mar de Cangas!
Aquella fue mi primera experiencia mariñeira y jamás pude olvidar esta bahía de la que emergieron las islas, crecieron puertos en su litoral y a flor de agua nacieron las bateas de la modernidad.
Cangas sigue poseyendo el embrujo de su mar y a veces vuelvo a sus ribeiras para sentir el placer de ver cómo pasan, viajeras, nubes rojas de atardeceres interminables.