Nunca voy al Parque, al nuestro. Al de Rosalía de Castro, al que ahora quieren acortar el nombre induciendo a pensar que es el Parque que, en Lugo, dedicamos a una cantante. No, al Parque Rosalía de Castro. Y digo que nunca voy, porque siempre tengo la sensación de volver, como si la última visita que le hice hubiese sido unas horas antes, o un mes, o cuando fuese. Siempre la sensación de volver.
Entonces comparo, compruebo, revivo y, también, me reencuentro con quien fui hace tanto tiempo. Yo he cambiado, el Parque sigue allí, casi como siempre, esperando mi visita, la de todos. Tal vez sean muchos quienes sienten esa misma sensación que yo, la de visitar un lugar ya conocido y querido, porque el Parque forma parte muy íntima de nuestros recuerdos, casi como una habitación más de nuestra casa, con multitud de lugares en los que situar recuerdos muy de cada uno, que vamos reviviendo conforme recorremos sus paseos, sus senderos o comprobamos el estado de los árboles, de los arbustos, o añoramos ausencias que fueron importantes en la infancia de cada uno.
Recuerdo al loro, sobre su percha y lanzando gritos de palabras recién aprendidas. Recuerdo las sequoias, prisioneras en tierra hostil que pervivieron bastante tiempo, de la que solo queda una. Por recordar, recuerdo tantas cosas, que no quiero cansar. Muchos niños nos hicimos fotos junto al puentecillo, o intentando jugar con los patos. Cosas y cosas para contar. Todos tenemos en casa una bonita colección de fotos correspondientes a entonces, aquel tiempo en el que íbamos al Parque a pasear y pasar la tarde.
Las cosas cambian de modo sutil, sin darnos cuenta, pero cambian. Siempre que piso el Parque me acuerdo de Eloy Maquieira, su constructor, y pienso qué escombros emplearía para rellenar el hueco formado por el muro de contención y el nivel superior, allá en la actual Plaza de Avilés. Con más de cien años, el muro casi no se ha agrietado ni su escalinata central ha sufrido daño alguno achacable a que el terreno repisase.

Hemos tenido buenos arquitectos que han configurado la ciudad moderna. Pienso en E. Maquieira, N. Cobreros y en R. Sánchez. De todos ellos tenemos buenos recuerdos plasmados en obras.
Pero hoy, aquí, quiero detenerme en el recuerdo a Maquieira y su legado en forma de robusto muro de contención bajo la apariencia de mirador y pérgola. Un mirador con múltiples elementos: obeliscos, barandales ciegos o perforados con traviesos círculos, plintos coronados por jarrones en forma de amplias copas, o bien chatos. Toda esa profusión de elementos ornamentales se reparten a lo largo de toda la barandilla con un solo todo de color: gris pálido, que sólo se rompe en lugares muy concretos y aislados por un pequeño azulejo de color azul marino. Este juego de dos colores en superficies diferentes jugando con sus intensidades y su presencia eb la totalidad de la obra, me recuerdan movimientos similares modernistas en pintura. Lástima que la parte exterior del mirador, algo agrietada, esté llena de plantas oportunistas que afean el conjunto, dando, además sensación de dejadez y abandono.
También están los vegetales. Siempre encontré partes muy densas en vegetación, de modo que cada ejemplar dificulta el crecimiento y desarrollo de sus vecinos. Hay otras en las que árboles y arbustos crecen airosamente y cumplen una de las funciones de los Parques, que es que los visitantes conozcan la flora.
Dos puntos de visita obligada siempre han sido la pérgola y el mapa. El mapa, restaurado y protegido, siempre me ha infundido una profunda sensación de tranquilidad. Esta vez tenía hojas secas caídas sobre él, pero dadas las fechas en las que estábamos, no sabría decir si eran debidas al otoño invasor, o a dejadez de jardineros. No creo que estuviesen allí por descuido suyo. Nunca vi los setos tan bien recortados y tan densos. También, en la pérgola, he visto que han plantado muchos ejemplares de ciclamen rojo, y algunos blancos, en aquellas estrechas jardineras que acotan la parte alta del murete interior.
Lástima que torpes plantaciones de árboles hayan ocultado la maravillosa vista del río Miño pasando bajo el puente romano.